Paradojas de la Prevención
La prevención es una estrategia que para la mayoría de familias, educadores y agentes sociales consideramos imprescindible a la hora de afrontar el problema social de la drogodepedencia. Sin embargo, el enfoque de la prevención, el cómo realizarla genera cierta controversia entre los participantes de esta situación. Algunas personas consideramos la inclusión de estrategias de prevención universal (dirigidas tanto a niños, adolescentes y familias, de todo tipo, aunque especialmente a quienes aún no han comenzado a consumir drogas), mientras que otras personas consideran que son necesarias algunas estrategias más “duras”, que generan una huella imborrable, un gran miedo a iniciar el consumo.
Frecuentemente, algunos padres y madres, y también algunos profesores, sugieren que una estrategia válida que podría generar miedo al consumo en sus hijos y alumnos, y, según ellos, evitar que consuman drogas sería “llevar al centro escolar a un ex-drogodependiente que cuente su drama particular con las drogas, lo mal que lo pasó, todo lo que perdió, y lo mucho que tuvo que sufrir para rehabilitarse”. La idea es que al observar el “infierno de las drogas”, los chicos y las chicas desarrollen miedo a probarlo y así no iniciar nunca el consumo. Para los que llevamos muchos años desarrollando nuestro trabajo en este área, sabemos que esta no es la mejor estrategia a seguir, así que cuando algún padre, madre o profesor me proponen esta idea, les hablo de la paradoja de la prevención que aprendimos hace décadas desde una experiencia real.
En los años 80 y principios de los 90, tras el éxito de algunos programas de intervención sobre las drogodependencias, se comenzó a pensar que había que prevenir lo máximo posible el desarrollo de una toxicodependencia, de manera que empezaron a poner en marcha algunas ideas. Una de las primeras fue llevar a los centros escolares a exdrogodependientes que habían sido exitosos en su rehabilitación, a contar su historia, bajo la creencia de que “si ven los peligros, las consecuencias del consumo, no lo probarán“. Desde la la forma de pensar de un adulto, esto sigue una lógica lineal aplastante; sin embargo, se observó un efecto curioso, puesto que los datos de los meses (y años) siguientes a este tipo de propuesta mostraron que no solo no había decrecido el inicio de los consumos (tal y como se pretendía), sino que se habían incrementado. ¿Cómo era posible?
Y aquí está precisamente el efecto paradójico de la propuesta: los adolescentes no sentían miedo ante ese discurso, porque su pensamiento no iba únicamente en la línea del que deseaban los adultos (“ten miedo de las consecuencias adversas del consumo de drogas), sino que pensaron algo parecido a lo siguiente: “si esta persona, que se ha drogado tanto, que lo ha pasado tan mal, está ahora así de bien, porque yo lo pruebe un poco, no me pasará nada“.
Por eso, desde Crecimiento Positivo consideramos que las campañas basadas en el miedo a las consecuencias no son efectivas, porque se puede producir el efecto paradójico de que traer a un exdrogodependiente para que se asusten, les anime a consumir. En esta misma línea, propuestas similares como “llevar a una clase entera de excursión a un centro de drogodependientes” (como he llegado a escuchar en alguna ocasión), tiene el mismo efecto: paradógico.
El problema de plantear una prevención basada en el miedo a las consecuencias es que aunque la intención de los profesores y padres, del mundo adulto, de las mentes adultas, sea esta, las creencias adolescentes e infantiles no van en la misma dirección. Aunque algunos o muchos alumnos sientan un impacto y miedo a sufrir como el ponente al que se ha invitado, aunque empaticemos con él, ¿cuánto dura el efecto de ese impacto, cuando sucede? ¿Ese impacto les va a ayudar a decir no a probar el alcohol u otras drogas cuando llegue el momento?
Lo que hemos comprobado con los años es que se queda corta esta estrategia, y es peligrosa desde el punto de vista de las creencias adolescentes, que, llevados por la sensación de invulnerabilidad, pueden probar determinadas drogas porque sus iguales lo hacen y “no pasa nada” (y si suceden los abusos, si se desarrolla una adicción, los propios adolescentes lo explican aduciendo que es porque ese adolescente concreto está “pasado“, justificando así su propia conducta de riesgo). Y una vez que las prueben, y vean que eso que tenían tanto que temer (porque no conducen, porque no tienen cirrosis, o porque no se han peleado, o porque no han muerto…) no sucede, ¿cómo pretendemos que nos crean después?
Ponernos en la piel y comprender las creencias de los adolescentes, no únicamente para destruir mitos (que también) sino sobretodo para comprender cómo piensan, sienten y actúan, facilita la puesta en marcha de programas de prevención ajustados, adecuados y efectivos. Para ello será fundamental escucharles, validarles y tenerles en cuenta para la creación de programas ajustados a la realidad. No llegaremos a todos los adolescentes por igual, eso está claro, pero si mantenemos los programas de prevención durante distintos ciclos educativos (desde los 10 años hasta los 16, por ejemplo), ¿no os parece que el impacto de los mensajes preventivos será más potente que una charla puntual?
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MoreCómo reaccionar ante la primera borrachera
Tu hija de 16 años ha salido con su grupo de amigas como todos los sábados. Su hora de llegada a casa son las 22:00 horas, pero son las 22:35 y aún no ha aparecido por casa. La has llamado al móvil pero está apagado.De repente, se oye la puerta y acudes para ver si es ella; al verla, está claramente bajo los efectos del alcohol…
Esta situación se puede producir con facilidad y de hecho, cada fin de semana, ocurre en diferentes hogares del mundo. Lo que, como padres, hagamos, tendrá consecuencias, como es obvio. Cuando se trata de la primera vez, hay que tener en cuenta que muchos factores que voy a mencionar no vuelven a estar presentes, al menos con igual intensidad. Las recomendaciones siguientes son importantes, pero también lo es adaptarlas a la relación previa y estilo de comunicación que hemos mantenido previamente con nuestr@ hij@:
- Gestionar las emociones: el “cocktail emocional” que hemos estado sufriendo durante bastante tiempo (en el ejemplo, unos 40 minutos) es tremendo. La preocupación porque no llegaba, el enfado porque está llegando tarde, el miedo a si le ha podido ocurrir algo, la angustia de que su teléfono no está operativo… Y cuando llega, el alivio de que está en casa, más la indignación de comprobar que viene borracha, la decepción y el miedo por que esté ocurriendo esto, el enfado nuevamente, e incluso la culpa… Son muchas emociones y sentimientos que pueden hacernos reaccionar de forma inadecuada, impulsiva, e incluso contraproducente. Somos humanos y podemos equivocarnos, pero hemos de prepararnos porque esta es una situación importante y no hemos de perder el objetivo pedagógico: puede aprender de esta situación. Respirar profundamente, manteniendo una postura seria y pensando bien lo que estoy diciendo, son ejemplos a partir de los cuales puedo actuar a pesar de mis alteraciones emocionales internas.
- Enviarle a la cama: lo primero que queremos es preguntar qué ha pasado y porqué, qué hacía el móvil apagado y porqué está borracha, si creíamos que no bebía, etc… Hablar con alguien bajo los efectos del alcohol, en su primera borrachera especialmente, no es demasiado inteligente, ya que no está en condiciones de darnos una respuesta satisfactoria e incluso puede aumentar nuestro enfado por la situación. Algunos padres me hablan del “uso del bofetón” en este caso, pero es bastante ineficaz desde un punto de vista educativo y solo sería una acción que podría originar más culpa en nosotros como padres. Posiblemente esa noche, no podáis conciliar el sueño demasiado bien, pero es importante actuar de este modo para que podamos sacar algo en claro. Un millón de preguntas pueden volcarse en nuestra cabeza, como es lógico, pero ya intentaremos obtener respuestas al día siguiente.
- Cómo “rendimos cuentas”: al día siguiente, temprano, (es importante que no duerma hasta que ella quiera, sino que se levante para afrontar la situación) la despertamos y juntos hacemos el desayuno. Posiblemente no hará falta, porque es posible que sigamos enfadados, pero hay que mostrar un lenguaje corporal que deja bien claro que estamos enfadados y tensos. Pero guardar silencio mientras preparamos el desayuno, es importante, ya que eso genera una expectativa en el adolescente, sabe que algo sucede, que en cualquier momento habrá que afrontarlo. Cuando estemos sentados con el desayuno, nada de televisión, por supuesto, es el momento de comenzar a hablar sobre ello: recordad que no es un interrogatorio, sino una conversación:
- Hay que tener elaboradas preguntas “abre-ostras”, es decir, preguntas que no admitan una respuesta monosilábica por parte del adolescente.
- Deja que se explique, si quiere hablar; es importante que sea una conversación y que podamos saber qué ha ocurrido. El que la historia tenga lógica para nosotros no quiere decir que no tengamos que hablar de las consecuencias, de nuestros sentimientos, etc.
- Si no quiere hablar de ello, es un momento en el que nosotros hemos de utilizar mensajes yo, un estilo de comunicación que facilita la comprensión de nuestros sentimientos, el que nuestra hija se ponga en nuestro papel, en nuestro lugar, para que comprenda cómo pudimos sentirnos. Abandonamos así el papel de “acusadores” y “jueces” (“es que tú eres una irresponsable, por tu culpa pasé mala noche”, etc.), para generar comprensión: “yo ayer me sentí muy preocupado, angustiado, asustado…, cuando no respondías al teléfono, y estabas llegando tarde”. Esta estrategia de comunicación no les pone a la defensiva (cosa natural, porque ya intuyen que les puede caer un buen castigo).
- Hacer referencia a las normas incumplidas; es importante que comprenda que ha roto no una, sino dos o más normas familiares: la de llegar a casa, la que regula quién sí y quién no puede beber y porqué, y que faltar a esas normas implica consecuencias que ya conocía (es bueno que sea así, pero si no lo es, es un momento magnífico para establecer las consecuencias). Ahora se trata de cumplir y que eso es hacerse mayor, responsabilizarse de las consecuencias de lo que hago.
La consecuencia, el castigo, ha de ser razonable: se tiene que poder cumplir y ha de ajustarse a las normas infringidas. Por ejemplo, decir algo como que se le prohíbe salir durante 2 meses, o que ya no puede ir con esos amigos, posiblemente generará una reacción muy negativa y también aumentará la probabilidad de que empiece a mentirnos. Tampoco es bueno decir “como ha sido una vez” y que no ocurra nada, hemos de procurar ser coherentes.
A pesar de ser una situación muy complicada y que genera mucho malestar, es una oportunidad magnífica para que podamos comunicarnos en el conflicto, hablar de lo que sentimos, acercarnos en la relación y ajustar la imagen de nuestra “niña” o “niño”, que ya es un “adolescente”. Ha ocurrido una vez y hay que estar atentos, pero no se trata de generar una enorme alarma a partir de ello; por eso es tan importante escuchar qué ha ocurrido y ponernos en su lugar. Comprender lo ocurrido, mostrar coherencia en la aplicación de consecuencias y hablar desde lo que sentimos y desde nuestra posición de autoridad paterna, es decir, los fundadores de la familia y los guías con experiencia (no únicamente el “ordeno y mando”), pueden facilitar que esta experiencia sea una excepción y no la transformemos en un grave problema familiar.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
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