Perderse en el camino
Recorrer el camino personal e intransferible de cada uno, salirse del sendero del conformismo y la aceptación de algo que en realidad no deseo, supone en ocasiones conectar primero con la sensación de vacío que podemos experimentar al encontrarnos perdidos… ¿Cuándo sucedió? ¿En qué momento? Como cuando somos niños, saber que me he perdido supone una cuota de ansiedad y miedo que me conectan con una idea que, para muchas personas, resulta aterradora: estoy solo. Porque cuando me he perdido y soy consciente de ello, puede que esté rodeado de personas que no conozco, que no reconozco… Se puede llegar a sentir soledad en lugares tan diversos…
Una de las vías secundarias que nos pueden devolver al camino que realmente deseamos recorrer es volver a conectar con nuestros deseos, necesidades y sueños, con aquello que quizás, hace tiempo, fue el inicio de nuestro particular camino, de la ruta de la cual hemos salido sin darnos cuenta.
Si dejamos de mirar hacia delante al caminar por esta ruta elegida, podemos sorprendernos más adelante al encontrar que nos hermos perdido… En ocasiones, nos hemos perdido porque durante cierto tramo solamente mirábamos hacia atrás, enganchados en el recuerdo de aquello que sucedió y ya no está. Otras veces, ensimismados con la presencia de alguien que nos acompaña, nuestros compañeros de viaje, perdemos de vista nuestro rumbo personal y caminamos, equivocadamente, el que recorren los otros…, por miedo a perder esos vínculos.
Pero desconectar de nuestro propio camino siempre nos lleva, en algún momento, a darnos cuenta de que nos hemos perdido, de que el lugar en el que estamos no es el que hubiéramos querido. La buena noticia es que si miramos dentro de nosotros, si nos damos el permiso de enlazar con nuestros deseos y necesidades, con nuestros sueños, podemos reencontrarnos con el camino elegido.
La sociedad nos envía mensajes contradictorios con respecto a los sueños y su consecución; nos animan desde diversos lugares más o menos cercanos a nosotros a perseguir y alcanzar nuestros sueños, pero luego, por otro lado, señalan a aquellos que eligen este camino tachándoles de “infantiles” o de “inmaduros”.
Lógicamente, habría que analizar las situaciones particulares, pero esta pauta reconocible en muchas personas, la de etiquetar de inmaduros a los que persiguen sus sueños, parece partir de la inseguridad que sienten estas personas ante la imagen que reciben de los soñadores. Algunas personas, que se sienten incapaces de perseguir y alcanzar sus sueños, se sienten amenazados por la posibilidad de que otros sí lo logren, por lo que, para mantener cierta coherencia interna en su discurso, intentarán por todos los medios convencer a los demás de que no intenten perseguir sus sueños.
Todos soñamos con algo: alcanzar ciertos logros, como superar una marca personal en un deporte, o adquirir cierto estado, como la felicidad y la plenitud… Pueden ser sueños grandes o pequeños, realistas o irrealizables, pero son sueños y son nuestros. En el momento que le otorgo a otro el poder de hacer alcanzable o no mi propio sueño, comenzaré a sentir que mi camino elegido no es tan adecuado como yo imaginaba; y ahí quizás empiezo a perder el rumbo.
Afortunadamente, hay formas de volver a conectar con los sueños y deseos que dieron origen al camino que estoy recorriendo. Nos empeñamos muy frecuentemente en el análisis concienzudo de las razones por las cuales me he perdido, cuando, quizás, lo realmente importante es saber que me he perdido e intentar conectar de nuevo con el lugar al que deseaba ir. Una vez he realizado esta tarea, podré saber realmente si deseo seguir recorriendo este camino o no. Pero esa decisión será nuevamente mía, y tendré que hacerme responsable de ella. En la situación en la que me he perdido soy incapaz de hacerme responsable porque no comprendo porqué estoy ahí.
A través de este trabajo, el de conectar con mis sueños y deseos, puedo hacerme responsable de las decisiones que me han llevado al lugar en el que estoy y así poder cambiar mi rumbo, si así lo deseo. Entonces quizás comprenderé que mi camino es solamente mío y que las personas que me acompañan no tienen porqué seguir el mismo rumbo. Cuando alguien decide vincularse afectivamente con otro, de la manera que sea, una amistad, una relación de pareja, etc., ha de aceptar que el otro no está ahí para completar sus vacíos. En el mejor de los casos, somos compañeros que elegimos libremente caminar juntos una parte del sendero.
Perderse en el camino forma parte de lo posible; hay que aceptar que las cosas no siempre serán como a uno le gustaría. Es más, no es sano empeñarse en perseguir un sueño que me lleva siempre por un camino de permanente dolor y soledad; uno ha de hacerse responsable también de esta parte, quizás la más difícil de todas: renunciar a lo que no es posible. Perderse, por tanto, podría ser el primer paso para volver a conectar con los sueños y necesidades, pudiendo valorar de este modo si aún sigo deseando hacerlo realidad.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MoreVasijas Emocionales
Los seres humanos, en ocasiones, nos encontramos en situaciones en las que nos vemos absolutamente desbordados por nuestras emociones, incapaces de hacer otra cosa que no sea reaccionar ante lo que sentimos. Estas reacciones, que responden a la experimentación de un conjunto de emociones que interactúan entre sí y que resultan difíciles de manejar (lo que en Crecimiento Positivo solemos llamar cocktail emocional), nos llevan a posteriores juicios de valor acerca de nuestro comportamiento de los que no salimos bien parados: “… debería haber dicho aquello…”, “… no tendría que haber hecho…”, etc. Estos pensamientos, que tienen forma de auto-reproche, generan nuevos sentimientos negativos hacia nosotros mismos que dañan nuestra autoestima. ¿Y qué está en el origen de este complicado proceso? Nuestra capacidad para manejar nuestra “Vasija Emocional“.
Esta metáfora sugiere que cuando sentimos alegría, miedo, satisfacción, ira, tristeza… y no tenemos tiempo para elaborarlas, las vamos introduciendo en una especie de vasija. Las emociones negativas, que suponen un gran peso para nosotros, van llenando este recipiente, mientras que las emociones positivas tienen el efecto maravilloso de no acumularse dentro y de, en ocasiones, ayudar a ir vaciando nuestra vasija personal.
Creemos que nuestra vasija es muy fuerte, resistente y profunda, porque por más que la llenamos, nunca parece desbordarse… Pero el caso es que, de cuando en cuando y, para algunas personas muy frecuentemente, nuestra vasija emocional rebosa. La hemos llenado de emociones negativas que no elaboramos, de manera que llegados a este punto… estallamos.
En función de la historia particular de la persona y de la situación en la que se encuentre, las consecuencias de llenar nuestra particular vasija son:
- Romper la vasija lanzándola contra objetos o personas: llega un momento en que la única manera que encontramos de gestionar lo que nos ocurre es explotar. estos estallidos emocionales son muy violentos, pero se manifiestan de diversas formas, como por ejemplo, a través de la ira y la agresión.
- Derramar el contenido de la vasija sobre uno mismo: otro modo inadecuado de gestionar el contenido de nuestra vasija es vaciarla sobre nosotros mismos, reexperimentando todas esas emociones negativas y auto-reprochándonos no haber sabido actuar en aquellas situaciones originarias.
- Hacer pequeños agujeros en la vasija para generar “escapes”: otras personas realizan determinadas actividades que les sirven para “desahogarse” en lugares donde una respuesta agresiva no está socialmente sancionada. Así, estas personas realizan deportes de contacto, consumen determinadas sustancias, etc.
En todos estos casos, las consecuencias suelen ser negativas, afectando de forma significativa a nuestro auto-concepto y, por ende, a nuestra autoestima. Además, hay que tener en cuenta que estas tres estrategias no se pueden mantener mucho tiempo y que, de mantenerse, pueden llevarnos de una a la otra, pasando, por ejemplo, de estallar contra los demás, a hacerlo con uno mismo…
¿Existe algún modo más adecuado de gestionar nuestra vida emocional y que no tenga consecuencias tan aversivas para nosotr@s? La respuesta es, indudablemente, sí.
Imagina que pudieras coger tu vasija por las asas cuando tú lo desees, y que pudieras derramar su contenido siempre que lo deseases, para que pesase menos llevarla contigo, para no acumular emociones de forma innecesaria, para que no fuera inevitable llenarla hasta los topes…, para caer en la cuenta de que dicha vasija merece algo de atención.
La apuesta por la gestión inteligente de las emociones nos ofrece la oportunidad de manejar nuestra vasija a nuestro antojo, decidiendo en cada momento qué sentimientos y emociones deseo expresar y compartir, cuáles puedo elaborar por mí mism@ y sin ayuda, etc.
Para lograr este objetivo, uno debe primero darse cuenta de que tiene una vasija… Hemos de darnos cuenta que a veces nos cuesta gestionar nuestro mundo emocional y vamos acumulando cosas, poco a poco, que no terminamos de elaborar adecuadamente. Y es que hay que cuidar la vasija, porque repararla, en caso de ruptura, es siempre más complicado. Así que una vez hayamos conectado con nuestra vasija personal, tengo que aprender cómo gestionarla.
Cada persona ha de entrar en contacto con sus emociones y sentimientos, con cómo gestionamos nuestros particulares cocktails emocionales. Para ello, puede resultar útil seguir el siguiente proceso:
- Identifica las emociones que te cuesta gestionar, como la ira, la tristeza o el miedo, de manera que puedas distinguirlas, aunque estén presentes en la misma situación. Poner nombre a la emoción es una manera de entrar en contacto con ellas y de diferenciarlas de los sentimientos.
- Acepta que eso que sientes es auténticamente tuyo: es TU miedo, TU tristeza, TU enfado, TU frustración… Algunas personas no se dan permiso para sentir determinadas emociones y sentimientos, porque eso afectaría de forma importante a su manera de verse a sí mism@s.
- Analiza el significado que esa emoción o sentimiento tiene para ti en esa situación. De este modo, verás que una emoción no es en sí misma negativa o positiva, que todas nos aportan información útil acerca de nosotr@s mism@s, de la situación, o de ambos.
- ¿De qué otra manera podrías interpretar eso que estás sintiendo? Si cambio el significado que estoy dando a mis emociones, si soy capaz de darme tiempo para averiguar qué me aporta esta emoción, seguramente podré cambiar las acciones a las que mi emoción me impulsa. Dejaré de reaccionar, para actuar de forma más inteligente.
Porque el objetivo de gestionar las emociones no es otro que el de aprovechar su impulso hacia la dirección a la que realmente deseamos dirigirnos. Algunas emociones nos bloquean porque el significado que le atribuimos es absolutamente negativo, tanto, que la intensidad de la misma emoción nos impide hacer eso que, decididamente, habíamos elegido para nosotr@s.
Sin embargo, si soy capaz de conectar con lo que realmente siento, seguramente me daré tiempo de elegir lo mejor para mí, de aceptar que lo que siento es auténticamente mío; así, podremos coger por las asas nuestra vasija y derramar lo que no nos sirve, desprendernos de ello y utilizar lo que consideremos más adecuado para nuestros objetivos. Solo después de entrar en contacto con lo que siento, puedo desprenderme de ello, si así lo decido.
Tony Corredera
Director de Crecimiento Positivo
Learn MoreMetáforas y Expresión Emocional
Los seres humanos tenemos la necesidad de expresar a nuestros compañeros de ruta nuestro mundo interior. Compartimos con ellos nuestras ideas, opiniones y pensamientos, nuestras inquietudes y perspectivas… y también nuestros sentimientos, estados de ánimo y emociones. Generalmente tendemos a frivolizar al hablar de expresión emocional, pero lo cierto es que permanentemente estamos expresando emociones: un gesto, una mueca, una reacción fisiológica… Somos bastante buenos manejándonos con las ideas y pensamientos, con el mundo racional, aparentemente consciente, mientras que mostramos más dificultades a la hora de expresar qué sentimos.
Cuando nos comunicamos con otras personas encontramos dificultades, en ocasiones, para que el otro comprenda lo que queremos decir. Puede que no encontremos las palabras adecuadas, que nos cueste ordenar la información del mensaje, o bien que nuestro interlocutor sea el que se muestra incapaz de atendernos o comprendernos. En esos momentos nos da la impresión de que hay una barrera infranqueable entre nosotros que nos impide conectar. Muchas personas se frustran y se enfadan con el otro (o consigo mismos), otros desisten en su intento, mientras que algunos siguen intentándolo de la misma forma repitiendo el resultado.
Llevo encima todas las heridas de las batallas que he evitado.
Fernando Pessoa.
Desde que somos pequeños nos educan para comunicarnos utilizando el lenguaje verbal, en su vertiente lógico-formal, donde la literalidad de los significados del mensaje es un punto fundamental para que la comprensión se produzca. Esta educación, cuyo objetivo es sentar las bases para el éxito comunicativo en el futuro (y en el presente), facilitando así el proceso de socialización, se combina frecuentemente con el uso del lenguaje metafórico. Este lenguaje es utilizado con los niños en un contexto en el que el juego está permitido, siendo el objetivo la comprensión paulatina y progresiva de conceptos y situaciones, así como una herramienta de entretenimiento. Un buen ejemplo son los cuentos.
Muchas personas ven limitada su experiencia con este lenguaje a este tipo de contextos, aunque lo cierto es que a lo largo de nuestra vida estamos expuestos a este tipo de lenguaje creativo y tenemos la oportunidad de utilizarlo en muchos otros contextos. La enorme relevancia y utilización del lenguaje lógico-formal en comunicación, tiene como consecuencia también la poca consideración que se le da a otros elementos de la comunicación, como el lenguaje no verbal.
En otros lugares he señalado la importancia y utilidad que los cuentos pueden tener para la construcción de significados que todos realizamos de cada situación que nos ocurre. En especial con los niños, sucede que creemos que hay cosas que no van a comprender y, por tanto, obviamos la necesidad que tienen de “rellenar vacíos” en la comprensión y construcción de la realidad que acontece. Los cuentos, por tanto, son una forma de rellenar ese vacío y adaptar los sucesos a la capacidad de comprensión del otro: el tipo de lenguaje que se utiliza en esta clase de narración es el metafórico.
Una metáfora es un elemento de la comunicación que permite la construcción de significados de una realidad a partir de otra descripción que no guarda relación directa, pero con la que comparte algún elemento. La palabra metáfora, en griego moderno, define al transporte que lleva a los viajeros del aeropuerto al avión; podría considerarse, entonces, que una metáfora es un “transportador” de significados.
En este sentido, una metáfora, expresada en forma de cuento, alegoría o aforismo, permite expresar, comprender y aceptar una realidad difícil, precisamente porque se “salta” todos los presupuestos lógico-formales, conectando con más facilidad con nuestras emociones y sentimientos. En el caso de los niños, que viven de forma más auténtica la conexión con sus emociones, una metáfora puede servir para facilitar la comprensión de una realidad compleja y darle forma y sentido. Con los adultos, que viven menos conectados a sus emociones (en esa burbuja lógico-formal-racional que construimos para “preservarnos”), el uso de metáforas sirve para saltarnos el mecanismo de transcripción literal de significados, y, desde la aparente distancia de una historia ajena a nosotros, conectar con algo genuinamente propio.
Un padre y una madre centauros contemplan a su hijo, que juguetea en una playa mediterránea. El padre se vuelve hacia la madre y le pregunta: ¿debemos decirle que solamente es un mito?
Kostas Axelos.
Al igual que la resaca que produce el movimiento de las olas sobre la orilla de la playa, la metáfora se aleja primero de nosotros, arrastrando nuestros pies lentamente, casi sin que lo percibamos, para luego salpicarnos de agua suavemente; de hecho, si nos dejamos seducir por su agradable sensación, terminamos por bañarnos en ella y reconocernos allí.
Una metáfora puede ser una oportunidad de comprensión, para conectar con algo que nos sucede, con un deseo o una fantasía que habíamos olvidado; también ofrece la oportunidad de compartir algo nuestro con el otro, lo que también puede enseñarnos lo mucho que tenemos en común. Con una metáfora, emisor y receptor parten de un lugar común, aunque con diferentes perspectivas e intenciones; del mismo modo, puede que lleguen a lugares distintos, a construcciones de significado diferentes, pero han compartido la misma ruta emocional sugerida en la metáfora.
La clave del significado de una metáfora está en la subjetividad; algunos autores, como Bernardo Ortín y Trinidad Ballester, opinan que “el significado de una metáfora lo aporta el que escucha, y no el narrador. El pensamiento subjetivo, en su divagación, produce nuevos significados“. Todo cobra sentido a partir de las emociones que surgen de esa historia, y que construyo como receptor del mensaje. Para el emisor, el significado puede ser otro, completamente diferente. Lo trascendente es la conexión emocional que aparece entre dos personas que comparten la metáfora, más allá del significado.
Como transportadora de significados, la metáfora es una oportunidad de autodescubrimiento, de crecimiento, de encuentro.
Para terminar, quiero proponerte un juego en el que las metáforas son solo el principio; cada uno tendrá que decidir qué es lo que inician: pueden ser utilizadas para revisar con qué partes de mí conectan, o qué significados comunes tienen para mi y otras personas. A lo largo del artículo hay alguna metáfora, que también puede utilizarse para percibir con qué partes de ti mismo conectan…
El juego consiste en completar las siguientes historias, reflexionando luego sobre los significados que tienen para cada uno de nosotros y qué emociones surgen del proceso:
- … una balsa en medio del océano, flota a la deriva. Hay alguien tumbado, parece dormido… ¡Cuidado, está despertando! Parece algo aturdido; comienza a mirar a su alrededor y…
¿De dónde viene esta persona?, ¿Cómo ha llegado hasta allí?, ¿Cómo reaccionará a continuación y porqué?
- Me sentía extrañamente nostálgico, allí sentado, en la parte de atrás del vagón del tren; me fijé en que estaba completamente vacío, excepto un asiento, justo en la cabeza del vagón, al otro lado. Así, de espaldas, me recordaba a alguien…, se parecía a mí. Al pensar en esa otra persona, que tal vez era yo, me sentía esperanzado…
¿Qué significa para ti esta historia?, ¿Por qué se siente el personaje de forma tan diferente al principio y al final?, ¿Cómo crees que continuaría la historia?
En función de nuestra propia historia, encontraremos ciertas similitudes con partes del camino que hemos recorrido, y también con partes que nos gustaría recorrer. Una metáfora, sugerida o percibida, puede conectarnos con partes que nos resultan familiares pero desconocidas de nosotros mismos, y que nos pueden facilitar el camino que sugiero recorrer en este artículo: el del autoconocimiento.
Tony Corredera
Director de Crecimiento Positivo
Learn MorePalabras que Ayudan
Los humanos somos seres sociales y, como tales, estamos dotados de una serie de herramientas que nos permiten comunicarnos y facilitar la formación de pequeños y/o grandes grupos de individuos que faciliten la supervivencia. El lenguaje es una de estas herramientas.
Todos los días, a cualquier hora, en cualquier parte del mundo, los humanos nos relacionamos a través de las palabras. En principio, las palabras, como conjunto de símbolos diseñados para la comunicación, tienen un impacto sobre nuestros pensamientos, tanto en el origen como en el resultado, en la causa como en la consecuencia.
Pero en determinados momentos, un conjunto de palabras tiene un resultado cualitativamente distinto en nosotros. De improviso, el habitual procesamiento de la información, en el nivel cognitivo, que otorga un significado a ese conjunto de símbolos específico, se ve invadido con una consecuencia distinta, que, en ocasiones, marca la diferencia: un efecto sobre nuestras emociones.
El efecto emocional de determinados conjuntos de palabras combinadas, depende más del momento que el individuo que lo procesa está atravesando, que del significado que dichas palabras tienen en su conjunto. Y esto es lo maravilloso del proceso, porque una misma frase, un mismo párrafo, un mismo texto, pueden tener dos efectos distintos en la misma persona en dos momentos diferentes.
¿Por qué tienen ese efecto las palabras en nosotros? ¿Qué es lo que diferencia un mensaje trascendente de otro que no lo es? ¿Qué clase de resultados producen en nosotros determinadas frases? Ciertos conjuntos de palabras, que forman frases, textos o incluso relatos, poseen la capacidad de conectar con nuestras emociones de modo directo. Conectan con nuestros deseos, nuestros sueños, nuestros miedos.
Los seres humanos hemos aprendido a manejarnos bastante bien en términos cognitivos, es decir, procesar la información simbólica en un sistema racional, en el que la literalidad de los mensajes es importante e, incluso, fundamental.
Sin embargo, no nos manejamos tan bien con las emociones, que suelen utilizar el lenguaje de modo metafórico. El uso de metáforas en el lenguaje conecta directamente con las emociones básicas y genera una serie de sentimientos al respecto que nos permite, en el mejor de los casos, darnos cuenta de una parte de nuestra realidad.
El miedo, la sorpresa, la alegría, la tristeza, el asco y la ira son las 6 emociones básicas. ¿Qué es lo que hace que no sepamos muy bien cómo manejarnos con ellas? Lo cierto es que las emociones tienen la capacidad de activarnos tanto fisiológica como psicológicamente de formas increíbles. Los sentimientos son la respuesta psicológica de la emoción, y es precisamente en ellos donde vemos más característicamente el impacto de un relato, de un cuento, de una frase inspiradora.
Todos podemos pensar en algún ejemplo de nuestras vidas en el que al haber leído algo, hemos experimentado unas sensaciones que invadían nuestro organismo, activando nuestra respuesta fisiológica (por ejemplo, aumentando la tasa cardíaca, llorando, etc.) y produciendo un sentimiento. Sentíamos una profunda nostalgia, o sentíamos amor…, y la cualidad de ese sentimiento puede tener consecuencias positivas o negativas. Este es un maravilloso sistema humano cuyas implicaciones estamos aún descubriendo.
Esto concede a las interacciones humanas la potencialidad de marcar la diferencia. Toda relación humana es una oportunidad de construir un vínculo trascendente que nos permita alcanzar mayores cuotas de autoconocimiento. Si todo acontecimiento en nuestra vida tiene el poder de conectarnos con nosotros mismos, si somos capaces de aceptar lo que sentimos, entonces en todas las posibles interacciones humanas, entre las que se encuentra la capacidad de conversar, hay oportunidades para aprender algo importante.
Muchas veces, una palabra, una frase o una conversación con alguien en el momento indicado supone la diferencia entre pararnos o continuar. De hecho, a veces es necesario pararse para encontrar las palabras que nos recuerden porqué habíamos elegido determinado camino y así poder continuar. Dichas palabras podemos encontrarlas en un libro, que puede resultar tremendamente inspirador, o bien podemos encontrarlas en otra persona. Del mismo modo, también podemos encontrar ejemplos comunes de situaciones en las que ciertas palabras han tenido la cualidad de pararnos.
Como decía, en ocasiones, determinadas palabras, en determinados momentos, nos recuerdan quiénes somos y lo perdidos que nos encontramos. ¿Verdaderamente las palabras poseen ese poder? Evidentemente no. Es la interpretación que hacemos nosotros, es el procesamiento de esa información, tanto cognitivo como emocional, el que puede ayudarnos a conectar con algo trascendente; el que puede ayudarnos a darnos cuenta de que ciertas cosas no están bien. Y este es un primer paso importante para cambiar a mejor, para adquirir el deseo de cambiar eso que creemos que no está bien.
No todas las personas tienen la misma capacidad para conectar con sus emociones, con sus sentimientos. Encuentran más dificultades para administrar bien el resultado de dichas conexiones. Algunas personas no pueden conectar, y les cuesta mucho utilizar el lenguaje simbólico para darse cuenta; a otras personas, en cambio, les resulta difícil asimilar su capacidad para conectar con sus emociones y no consiguen interpretar adecuadamente los sentimientos. Estos solamente son dos generalizaciones de tipos de respuesta que se pueden producir. Pero suponen dos magníficos ejemplos en los que es necesario establecer un vínculo con otro ser humano que les facilite comprender sus procesos emocionales y así conectar adecuadamente con su parte más visceral, más negativa, más creativa o, sencillamente, más desconocida.
En la relación terapéutica se construye un vínculo en el que el lenguaje metafórico puede ser una herramienta magnífica para conectar de forma adecuada con dichas partes. Nadie nace sabiendo leer, o sabiendo conducir y, por supuesto, nadie nace sabiendo administrar sus emociones. Durante el proceso terapéutico, las personas pueden aprender a conectar adecuadamente con sus emociones, reconoce sus reacciones fisiológicas y aprende a construir sentimientos más ajustados a sus necesidades. Y dicho proceso es llevado a cabo a través de la interacción entre dos personas, con roles distintos. No necesariamente las palabras salen siempre del mismo interlocutor. En muchas ocasiones, es la misma persona la que se descubre a sí misma diciendo en voz alta algo que se había negado emocionalmente durante mucho tiempo, que había mantenido en secreto, incluso para ella. En definitiva, este proceso de aprendizaje y crecimiento, para ambos miembros de la relación, se produce, como apuntaba al principio, a través de palabras que ayudan.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo..
Learn MoreEl Árbol de la Autoestima
Había una vez un árbol en medio de un paraje maravilloso que producía unos frutos grandes, sabrosos y admirados por todo aquel que tenía la fortuna de probarlos. El lugar en el que estaba este hermoso árbol se hizo durante mucho tiempo muy famoso y era casi obligatorio para los viajeros pasar por la zona a probar sus frutos.
El árbol formaba parte de un hermoso bosque en el que habitaban numerosos animales y en el que los habitantes del pueblo más próximo solían pasar su tiempo libre, leyendo bajo las ramas del frondoso grupo de árboles y probando los sabrosos frutos del famoso árbol.
Pero de pronto, y durante un tiempo que nadie sabría calcular, una fuerte sequía hizo mella en la población cercana a este bosque, por lo que poco a poco la gente se fue marchando de allí en busca de una oportunidad en un lugar menos hostil. Los árboles del bosque empezaron a morir, y el paraje fue abandonado por las personas e incluso por los animales que hasta el momento habían convivido allí.
En poco tiempo, esta tierra abandonada y seca, se convirtió en un cementerio sombrío de árboles y plantas que tuvieron un pasado mejor. Pero el árbol cuyos frutos fueron en otro tiempo admirados, no parecía afectado por aquella terrible sequía, y seguía bello y robusto como antaño. Hacía muchos años que el árbol no crecía, pero se mantenía firme y continuaba dando frutos hermosos y sabrosos. ¿Cómo era posible que en un lugar tan horrible hubiera semejante maravilla?
Pasaron los meses y los frutos se iban acumulando. Llegó a tener tal cantidad de frutos que muchos de ellos caían al suelo seco, y eran arrastrados hacia el frondoso bosque muerto por las ráfagas de aire que, sobretodo en otoño, solían visitar el paraje. Sucedió que, estos sabrosos frutos, que contenían la semilla del árbol, se iban enterrando poco a poco bajo el bosque. Mientras, el árbol seguía su proceso habitual de vida, dando frutos cada temporada más y más jugosos y sabrosos, aunque, como nadie visitaba ya aquel paraje, no se podía certificar su calidad.
Pasaron algunos años. Algo maravilloso comenzó a suceder en el bosque; la vida, que parecía haber desaparecido de allí, comenzó a florecer. Primero la lluvia decidió regresar a visitarles, para quedarse un tiempo; luego, fueron algunas plantas; más tarde, flores hermosas de diversos colores y tamaños; y después, comenzaron a crecer árboles, que parecían hijos de aquel árbol cuyos frutos fueron famosos alguna vez. Árboles fuertes, frondosos y que daban frutos tan sabrosos como los que siempre había dado su “padre”.
Y al pasar los años, las personas volvieron al lugar; habían transcurrido ya algunas generaciones desde que hubo allí seres humanos, y nadie encontraba una explicación para lo que allí había sucedido. ¿Cómo era posible? Como la tecnología había avanzado tanto, pudieron descubrir que todo se lo debían a un único árbol, que había mantenido la vitalidad todo aquel tiempo, sin rendirse ni quejarse. Con el tiempo, el misterio se fue resolviendo; el famoso árbol era ya un anciano y todos sabían que su muerte estaba cercana, pero el bosque estaba ahora rodeado de sus “hijos”, y los frutos que daban eran tan sabrosos o más que los suyos, garantizando el modo de vida de las personas que se habían trasladado allí. Decidieron transplantar el árbol al centro de la ciudad, y colocarle junto a él, una placa conmemorativa, por ser la causa de la prosperidad de la zona. Cuando comenzaban a desenterrarlo, para conservar sus raíces, vieron que éstas no tenían fin; tuvieron que desestimar la idea de llevárselo de allí, al descubrir la razón misteriosa por la que el famoso “abuelo” del bosque había conservado la vida a pesar de la sequía. Tanto había desarrollado sus raíces, hasta tan profundo había escarbado para asentarse, que había encontrado un pozo subterráneo con agua con la que alimentarse durante todo aquel tiempo, dando la oportunidad a sus frutos de expandir la vida por el bosque.
¿Sabes? Las personas somos muy parecidas a los árboles de cierta manera. Me gustaría hacer un ejercicio contigo, ¿te apetece? Se trata de un ejercicio de autoconocimiento, a partir del cual quiero explicarte la parábola que sugiero en este cuento:
- Dibuja un árbol con raíces, tronco, copa y frutos. No hace falta que sea un árbol perfecto, pero sí lo suficientemente grande como para continuar con lo que sigue.
- Anota en cada una de las raíces las características que te definen como persona, tus formas de pensar, sentir y actuar habitualmente, tanto si las consideras positivas como negativas.
- Ahora, sobre la copa, donde están los frutos, anota aquellas cosas que has conseguido en la vida, y de las que te sientas especialmente orgullos@.
Este es tu árbol de la autoestima. Es una imagen de cómo te ves a ti mism@; el tronco eres tú, las raíces son tu base, las características en las que te apoyas para enfrentar tus metas, proyectos y objetivos vitales. Los frutos son, sencillamente, todas las cosas que has conseguido gracias a esas características que has anotado en las raíces.
Como el árbol del cuento, cuanto más aprecies tus características personales, cuanto más profundas sean tus raíces, más preparad@ te sentirás para enfrentarte a la vida, y mejores serán los frutos que consigas dar.
Tony Corredera
Director de Crecimiento Positivo
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