La Adolescencia: Crisis y Oportunidad
A lo largo de la vida de un ser humano hay diversos momentos donde se producen cambios que modifican significativamente su aspecto, su forma de pensar, su forma de relacionarse, etc. Quizá el periodo en el que estos cambios son más profundos y radicales sea la pubertad y, por ende, la adolescencia. Muchas familias temen la aparición de esta etapa inevitable del desarrollo de los hijos, porque supone precisamente la experimentación de muchísimos cambios en el sistema familiar, en la comunicación, en las interacciones, en la convivencia, en las relaciones… La adolescencia es vivida por muchas familias como una gran crisis llena de conflictos, pero es también una gran oportunidad de transformación para todos los que componen el sistema familiar.
¿Qué entendemos por adolescencia? La consideramos como un periodo del desarrollo de los seres humanos en el que se producen profundas transformaciones y cambios biológicos, psicológicos y sociales, y en el que tiene lugar el paso de la infancia a la edad adulta. En una definición más amplia, aportada por Giorgio Nardone, la “adolescencia designa comúnmente el periodo de la vida de una persona en el que todavía no posee ni un cuerpo ni una mente bien definidos y no es autónomo en la organización de su existencia”.
Desde un punto de vista antropológico, la adolescencia es un término cultural, una conquista reciente por parte de las sociedades del primer mundo. En algunos países, con culturas diferentes, la adolescencia no existe; sí la pubertad, que es el proceso de cambios biológicos. En estas sociedades se ritualiza el paso de niño a adulto directamente, asumiendo a partir de entonces roles y conductas propias de los adultos de esas culturas. En nuestra sociedad, la adolescencia podría concebirse como un enorme rito de paso entre la niñez y la vida adulta, en la que se han de aprender muchos conocimientos y facilitar el desarrollo de la organización de ese individuo para integrarse en la sociedad.
Como señalábamos antes, la pubertad es el proceso de cambios físicos en el cual el cuerpo de un niño se convierte en adulto, hasta ser capaz de la reproducción sexual. Durante la pubertad se perciben diferencias más grandes y evidentes en cuanto a tamaño, forma, composición y desarrollo funcional en muchas estructuras y sistemas del cuerpo. Las más obvias son las características sexuales secundarias. En sentido estricto, el término «pubertad» se refiere a los cambios corporales en la maduración sexual más que a los cambios psicosociales y culturales que esto conlleva. Este periodo es universal, todos pasamos por esta etapa; suele comenzar entre los 9-10 años y terminar entre los 11-12 años.
Por otro lado, la adolescencia es el período de transición psicológica y social entre la niñez y la vida adulta. La adolescencia abarca gran parte del período de la pubertad, pero sus límites están menos definidos, y se refiere más a las características psicosociales y culturales mencionadas anteriormente. Sin embargo, esta fase del desarrollo ha sufrido una progresiva ampliación en las últimas décadas, con el consiguiente alargamiento de permanencia de los jóvenes en el seno del contexto familiar, dilatando y disminuyendo enormemente el proceso de conversión en adultos. Hoy se hace referencia a una larga adolescencia, la llamada “tardoadolescencia”, hasta los 35 años, y es una realidad cotidiana encontrar jóvenes adultos con problemáticas propias de un adolescente.
La adolescencia es una conquista, del mismo modo que la infancia fue una conquista en otro momento reciente de la historia; nuestra sociedad conquistó la infancia y después la adolescencia, aunque después se ha organizado de un modo un tanto disfuncional, puesto que ha “diseñado” una adolescencia que retrasa e impide la participación social, el aprendizaje de la responsabilidad y la auto-dependencia.
Uno de los procesos de cambio más importantes que se producen en la pubertad tiene lugar en el cerebro: al inicio de la pubertad se produce una transformación radical del sistema de recompensa cerebral, puesto que se pierden aproximadamente el 30% de los receptores de Dopamina.
Esto tiene como consecuencia la reducción y/o anulación de las pequeñas alegrías del pasado (como las excursiones con los padres); dicho de otro modo, las mismas actividades y diversiones que hace poco tiempo les resultaban apasionantes, ahora les resultan aburridas y desean explorar otras opciones. Algunas consecuencias de este proceso, que tendrán continuidad no solo en la pubertad sino durante gran parte de la adolescencia son:
- Desvían sus intereses hacia la música, el deporte o el sexo opuesto.
- Desarrollan el pensamiento abstracto.
- La compañía de los padres es menos deseable.
- Le dan mayor importancia al grupo de iguales y buscan nuevas amistades.
- Desafían sus propias capacidades y competencias, poniéndose a prueba, y de este modo aprenden a confiar en sí mismos.
A través de todos estos cambios conocen las experiencias que les convertirán en adultos, abandonando paulatinamente la seguridad del hogar (porque se aburren) y mostrando mayor interés por nuevas experiencias, lo que supone una atracción por el riesgo.
Estos cambios acercan a los jóvenes a desarrollar conductas de riesgo como el consumo de drogas, por ejemplo. Las nuevas situaciones a las que se enfrentan, así como sus experiencias de éxito y fracaso en las mismas pueden llevarles a tomar drogas que les ayuden a regular su estado de ánimo. Pero esta misma característica, la búsqueda de sensaciones, de desafíos a las propias capacidades, supone una oportunidad de aprendizaje y crecimiento de enorme potencial, que desde la familia se puede orientar de manera positiva, hacia el Autoconocimiento de las Competencias y Fortalezas Personales, y la construcción de una Autoestima Positiva.
En este sentido, quizás la “rebeldía” forma parte del proceso de convertirse en adulto, al desafiar las pautas de conducta habituales, las normas familiares, como un modo de mostrar el deseo de independencia, de que no sea tratado como un niño. El reto para los padres es transformar el sistema familiar ante la crisis que supone la llegada de la adolescencia: transformar la comunicación, transformar las interacciones, transformar el conjunto de normas para facilitar el proceso, sabiendo quién tiene la responsabilidad de ese cambio, los fundadores de la familia, pero incluyendo a todos los miembros de la familia en dicho proceso. La oportunidad de transformación del sistema familiar ha de incluir a los hijos, niños y adolescentes, de forma activa y participativa.
Esto no quiere decir que las conductas “rebeldes” tengan que pasarse por alto, o que como son parte del proceso “natural” tengamos que guardar silencio. Cada conflicto puede ser una oportunidad para facilitar ese cambio, para asentar un conjunto de normas y límites adaptados a la nueva realidad, para transformar el modo en que nos comunicamos y gestionamos el cambio de todo el sistema familiar. Porque no solamente cambia el niño que se convierte en adolescente, también cambia la madre y el padre que pasan de criar a un niño a interactuar con un adolescente que les desafía (en sentido amplio, no únicamente de forma negativa, sino que supone un desafío responder a sus preguntas, a sus cuestionamientos, porque ya no se conforma con un “porque yo lo digo que soy tu madre”, sino que desean respuestas argumentadas).
El conflicto es inevitable en la familia, ya que ésta está sometida a muchos cambios, que aparecen con frecuencia; pero lejos de alimentar los miedos, podemos considerar el conflicto en la familia como una ayuda al crecimiento de todos, como una oportunidad para aprender. Muchas familias optan por evitar los enfrentamientos, los desacuerdos, con los adolescentes, especialmente si las respuestas que éstos ofrecen en ocasiones son agresivas; pero, ¿es posible evitarlos? En ocasiones las respuestas agresivas, desafiantes, tienen una lectura distinta, puesto que tal vez sean una forma de pedir implicación en sus vidas. Evitar los conflictos con los hijos adolescentes genera más problemas de los que soluciona, porque muchas veces el “enfrentamiento”, el “conflicto”, resulta enriquecedor, refuerza los roles de cada miembro de la familia, ayuda a plantear las normas desde una nueva perspectiva. Si evitamos el enfrentamiento nada de esto sucede, “gana” quien más grita, quien más fuerza tiene, se aprende a manejar las relaciones a través del miedo, se legitima la inversión de roles…
Una clave es precisamente hablar, mantener unos canales de comunicación abiertos, estar disponibles para charlar, para escuchar de forma activa, y no solo para oír. Muchas veces olvidamos que el adolescente que tengo delante no es el mismo que está en mi cabeza, que hay una diferencia entre el adolescente real y cómo yo me lo imagino. Y la única manera de descubrir quién es el adolescente que hay ante mi es ESCUCHARLE.
Recomendar a los padres hablar con sus hijos va más allá del cliché de la charla, en la que ellos dicen “lo que tiene que ser”, “lo que tienes que hacer”, y en el que los hijos callan y no prestan atención. La comunicación entre padres e hijos ha de fundamentarse más en la escucha activa, en el feedback, en hablar desde las propias emociones, desde lo que sentimos como padres, en aprovechar cualquier ocasión para iniciar una conversación.
Los padres actualmente tienen demasiado miedo a ser padres, a hablar como padres, a involucrarse como padres; tienen miedo de traumatizar a sus hijos con normas y límites, a que respondan agresivamente, a que se equivoquen, a que sufran… Y para ser padres hay que ser conscientes de los miedos, sí, pero no dejarse llevar por ellos, no dejar que el miedo decida por nosotros. Ejercer la paternidad implica aceptar el desafío de implicarnos en la vida de los hijos, de aceptar la responsabilidad de tomar decisiones a veces complicadas, de ejercer la autoridad del guía con experiencia, pero también del que escucha y está dispuesto a aprender.
¿Cómo podríamos activar y mantener abiertos esos canales de comunicación con nuestros hijos durante la adolescencia?
- Escuchar activamente: se trata de dedicar tiempo a escuchar, con todos los sentidos, y no solamente a oír.
- Reconocer y validar la visión del adolescente, aunque no estemos de acuerdo todas las veces. Reconocer implica ver al otro tal y como se presenta ante nosotros, y no pelearnos con él o ella por no ser como nos gustaría. Implica, por tanto, aceptación.
- Opinar sin miedo, sobre lo que se plantea. Y opinar no es imponer, ni aleccionar, es expresar lo que pienso sobre algo.
- Permitir al adolescente tener emociones negativas: llevados por el miedo a que los hijos sufran, muchos padres se enfadan con los hijos cuando éstos expresan sentimientos y emociones negativas, ante lo cual se genera un mayor aislamiento en la comunicación, se tensan las interacciones.
- No menospreciar sus problemas: aunque desde nuestra experiencia, el problema que nos plantea no sea grave, su vivencia es lo que importa. Si validamos su sentimiento, su visión del asunto, si mostramos empatía ante lo que nos cuenta, estaremos enseñando, entre otras cosas, una forma de relacionarse enriquecedora y constructiva.
- Mostrar interés por las inquietudes y necesidades del adolescente: esto facilita que se mantenga el sentimiento de pertenencia y participación en la familia, al sentir que siguen siendo importantes, a pesar de que se sientan distintos, que siguen siendo respetados y amados, a pesar de que en ocasiones haya enfrentamientos.
- No imponer nuestras soluciones a sus problemas: puede resultar más enriquecedor guiarles en la búsqueda de sus propias respuestas.
- Evitar la crítica destructiva: hay diferentes formas de señalar lo que no nos gusta. En este periodo, su sensibilidad a la crítica mordaz, dura, es mayor ya que están descubriéndose a sí mismos, y necesitan más apoyos en esa búsqueda de lo que puede parecer. Concebir el error como parte del aprendizaje, hacer hincapié en la importancia de intentarlo, de perseverar en el intento, reforzando estas conductas, puede ser el camino alternativo a la crítica destructiva.
La adolescencia es un periodo de profundos cambios en el individuo en el sistema familiar, supone una oportunidad de crecimiento, de aprendizaje, de transformación. Recorrer el camino de esos cambios juntos, es la oportunidad que se abre en el seno de la familia cuando los hijos llegan a la pubertad y adolescencia.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MoreCómo reaccionar ante la primera borrachera
Tu hija de 16 años ha salido con su grupo de amigas como todos los sábados. Su hora de llegada a casa son las 22:00 horas, pero son las 22:35 y aún no ha aparecido por casa. La has llamado al móvil pero está apagado.De repente, se oye la puerta y acudes para ver si es ella; al verla, está claramente bajo los efectos del alcohol…
Esta situación se puede producir con facilidad y de hecho, cada fin de semana, ocurre en diferentes hogares del mundo. Lo que, como padres, hagamos, tendrá consecuencias, como es obvio. Cuando se trata de la primera vez, hay que tener en cuenta que muchos factores que voy a mencionar no vuelven a estar presentes, al menos con igual intensidad. Las recomendaciones siguientes son importantes, pero también lo es adaptarlas a la relación previa y estilo de comunicación que hemos mantenido previamente con nuestr@ hij@:
- Gestionar las emociones: el “cocktail emocional” que hemos estado sufriendo durante bastante tiempo (en el ejemplo, unos 40 minutos) es tremendo. La preocupación porque no llegaba, el enfado porque está llegando tarde, el miedo a si le ha podido ocurrir algo, la angustia de que su teléfono no está operativo… Y cuando llega, el alivio de que está en casa, más la indignación de comprobar que viene borracha, la decepción y el miedo por que esté ocurriendo esto, el enfado nuevamente, e incluso la culpa… Son muchas emociones y sentimientos que pueden hacernos reaccionar de forma inadecuada, impulsiva, e incluso contraproducente. Somos humanos y podemos equivocarnos, pero hemos de prepararnos porque esta es una situación importante y no hemos de perder el objetivo pedagógico: puede aprender de esta situación. Respirar profundamente, manteniendo una postura seria y pensando bien lo que estoy diciendo, son ejemplos a partir de los cuales puedo actuar a pesar de mis alteraciones emocionales internas.
- Enviarle a la cama: lo primero que queremos es preguntar qué ha pasado y porqué, qué hacía el móvil apagado y porqué está borracha, si creíamos que no bebía, etc… Hablar con alguien bajo los efectos del alcohol, en su primera borrachera especialmente, no es demasiado inteligente, ya que no está en condiciones de darnos una respuesta satisfactoria e incluso puede aumentar nuestro enfado por la situación. Algunos padres me hablan del “uso del bofetón” en este caso, pero es bastante ineficaz desde un punto de vista educativo y solo sería una acción que podría originar más culpa en nosotros como padres. Posiblemente esa noche, no podáis conciliar el sueño demasiado bien, pero es importante actuar de este modo para que podamos sacar algo en claro. Un millón de preguntas pueden volcarse en nuestra cabeza, como es lógico, pero ya intentaremos obtener respuestas al día siguiente.
- Cómo “rendimos cuentas”: al día siguiente, temprano, (es importante que no duerma hasta que ella quiera, sino que se levante para afrontar la situación) la despertamos y juntos hacemos el desayuno. Posiblemente no hará falta, porque es posible que sigamos enfadados, pero hay que mostrar un lenguaje corporal que deja bien claro que estamos enfadados y tensos. Pero guardar silencio mientras preparamos el desayuno, es importante, ya que eso genera una expectativa en el adolescente, sabe que algo sucede, que en cualquier momento habrá que afrontarlo. Cuando estemos sentados con el desayuno, nada de televisión, por supuesto, es el momento de comenzar a hablar sobre ello: recordad que no es un interrogatorio, sino una conversación:
- Hay que tener elaboradas preguntas “abre-ostras”, es decir, preguntas que no admitan una respuesta monosilábica por parte del adolescente.
- Deja que se explique, si quiere hablar; es importante que sea una conversación y que podamos saber qué ha ocurrido. El que la historia tenga lógica para nosotros no quiere decir que no tengamos que hablar de las consecuencias, de nuestros sentimientos, etc.
- Si no quiere hablar de ello, es un momento en el que nosotros hemos de utilizar mensajes yo, un estilo de comunicación que facilita la comprensión de nuestros sentimientos, el que nuestra hija se ponga en nuestro papel, en nuestro lugar, para que comprenda cómo pudimos sentirnos. Abandonamos así el papel de “acusadores” y “jueces” (“es que tú eres una irresponsable, por tu culpa pasé mala noche”, etc.), para generar comprensión: “yo ayer me sentí muy preocupado, angustiado, asustado…, cuando no respondías al teléfono, y estabas llegando tarde”. Esta estrategia de comunicación no les pone a la defensiva (cosa natural, porque ya intuyen que les puede caer un buen castigo).
- Hacer referencia a las normas incumplidas; es importante que comprenda que ha roto no una, sino dos o más normas familiares: la de llegar a casa, la que regula quién sí y quién no puede beber y porqué, y que faltar a esas normas implica consecuencias que ya conocía (es bueno que sea así, pero si no lo es, es un momento magnífico para establecer las consecuencias). Ahora se trata de cumplir y que eso es hacerse mayor, responsabilizarse de las consecuencias de lo que hago.
La consecuencia, el castigo, ha de ser razonable: se tiene que poder cumplir y ha de ajustarse a las normas infringidas. Por ejemplo, decir algo como que se le prohíbe salir durante 2 meses, o que ya no puede ir con esos amigos, posiblemente generará una reacción muy negativa y también aumentará la probabilidad de que empiece a mentirnos. Tampoco es bueno decir “como ha sido una vez” y que no ocurra nada, hemos de procurar ser coherentes.
A pesar de ser una situación muy complicada y que genera mucho malestar, es una oportunidad magnífica para que podamos comunicarnos en el conflicto, hablar de lo que sentimos, acercarnos en la relación y ajustar la imagen de nuestra “niña” o “niño”, que ya es un “adolescente”. Ha ocurrido una vez y hay que estar atentos, pero no se trata de generar una enorme alarma a partir de ello; por eso es tan importante escuchar qué ha ocurrido y ponernos en su lugar. Comprender lo ocurrido, mostrar coherencia en la aplicación de consecuencias y hablar desde lo que sentimos y desde nuestra posición de autoridad paterna, es decir, los fundadores de la familia y los guías con experiencia (no únicamente el “ordeno y mando”), pueden facilitar que esta experiencia sea una excepción y no la transformemos en un grave problema familiar.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MoreRecuerdos y Emociones no Elaboradas
La memoria, la capacidad de recordar, es una de las más maravillosas funciones que nuestro cerebro ha desarrollado a lo largo de la evolución. Podemos recordar maravillosos momentos vividos en el pasado, recrearnos en ellos y disfrutar de aquéllas vivencias, aunque también podemos recordar momentos terribles, desagradables y traumáticos, lo que nos conecta con una experiencia emocional desagradable. Gestionar las emociones que los recuerdos pueden provocar en nosotros es un aprendizaje importantísimo, necesario para dejar atrás aquéllo que no se puede cambiar.
Los seres humanos somos constructores de historias; iniciamos un proyecto, conocemos a alguien, establecemos relaciones con personas y objetos, y nos los narramos como si fueran cuentos, novelas, películas… De este modo, aceptamos que las cosas se inician, se desarrollan y terminan; y cuando llega este momento, el final, solemos revisar el camino recorrido para saber cuánto hemos avanzado. Para realizar esta función, utilizamos nuestra memoria, los recuerdos que hemos ido construyendo a lo largo del trayecto y que configuran, en parte, las narrativas con las cuales explicamos, a los demás y a nosotros mismos, lo sucedido. Eso es lo que hacen muchas personas al terminar el año: reflexionar acerca del camino recorrido.
Pero en ocasiones, recordar puede suponer conectar con algo que nos duele profundamente, al traer al presente una situación que no hemos elaborado emocionalmente. Hay momentos en que, de manera especial, recordamos a personas que no están con nosotros, que han salido de nuestra vidas y echamos de menos. Esos recuerdos, para muchas personas, suponen una cuota añadida de tristeza y pena, de dolor incluso físico y de mucha ansiedad. La gente SUFRE ante el recuerdo de los seres queridos que se han marchado.
Muchas personas recuerdan relaciones perdidas, personas que se han ido, bien porque han muerto, bien porque ya no desean formar parte de nuestra vidas, y se entristecen, sienten nostalgia, miedo o incluso culpa… Esas imágenes mentales, junto con otros estímulos, como fotografías, canciones, lugares o situaciones, disparan los recuerdos, guardados en lo más profundo de nosotros, y conectan directamente con nuestras emociones de una manera más intensa de lo habitual.
Pero, ¿por qué el recuerdo de algo que vivimos como una experiencia que nos hizo crecer, genera ahora unas emociones tan difíciles de gestionar?
Casi todas las personas han experimentado este mecanismo, que se conoce como Reminiscencia Condicionada por el Humor. Cuando estamos tristes, parece muy sencillo tener pensamientos negativos y recordar situaciones dolorosas del pasado. Nuestro estado de ánimo, nuestras emociones, por tanto, funcionan como una puerta giratoria que alimenta e impulsa la aparición de pensamientos y recuerdos negativos o positivos. Cuando estamos tristes, nos resulta fácil recordar experiencias dolorosas del pasado, de manera que sin desearlo, prolongamos e intensificamos nuestra tristeza. Del mismo modo, cuando estamos contentos, satisfechos o agradecidos, nos resulta más sencillo recordar experiencias placenteras, significativas y de sentido vital.
En la mayoría de los casos, son nuestras interpretaciones de las situaciones, nuestros pensamientos, y la valoración que hacemos de los mismos, los que generan emociones y, por tanto, a partir de ahí, nos traen recuerdos positivos o negativos. Sin embargo, hay determinadas situaciones, determinadas fechas o épocas del año, que ya están condicionadas emocionalmente, de manera que tal vez no me de cuenta de este mecanismo y solo sea consciente de que mis emociones están ahí, y que están trayéndome otros recuerdos que intensifican lo que siento.
Quizás una de las claves a tener en cuenta para modificar este proceso sea cambiar nuestra relación emocional con esos recuerdos, lo que supone la elaboración de dichas emociones asociadas a aquella situación del pasado.
Un requisito imprescindible en este proceso de elaboración, es la identificación de lo que realmente siento. ¿Siento tristeza por aquello que he perdido, culpa por no haber sabido manejar mejor aquella situación? Puede que sintamos diversas emociones al mismo tiempo, pero cuanto más claro tenga qué es lo que siento, más fácil resultará ir avanzando en el proceso de elaboración de dichas emociones. Si logro identificar y ponerle un nombre a las emociones que están implicadas en el proceso, resultará más sencillo transformar mi relación emocional con ese recuerdo. Estar deprimido, triste o sentir nostalgia no es exactamente lo mismo, no tiene las mismas implicaciones ni consecuencias. Aprender a identificarlo, nombrarlo y diferenciarlo, es un primer paso importante.
Una vez identificadas mis emociones y sentimientos, que generan todo ese dolor asociado al recuerdo, tengo que aprender a despresderme de ello, aprender a soltar eso a lo que estoy enganchado, despedirme de esa persona, relación o situación que me conecta con emociones negativas e intensas, que me llevan a desear no recordar. Eso no significa, en absoluto, que el camino sea olvidar, sino más bien transformar la relación emocional que tengo con esos recuerdos. Olvidar aquello que ha sido importante para mí, es muy difícil, no es algo que nosotros podamos hacer a voluntad, pero sí podemos aprender a gestionar las emociones asociadas a los recuerdos elaborándolas, diluyendo la intensidad de las mismas e incluso transformándolas.
Como señalaba anteriormente, al terminar el año, algunas persona miran hacia atrás, para ver el camino recorrido y conectan con las pérdidas que han ido surgiendo, que van asociadas a la vida de cada uno. Algunas de esas pérdidas han resultado especialmente dolorosas, y cuando las recordamos, se inicia el proceso que hemos descrito: emociones negativas que traen nuevos pensamientos negativos y nuevos recuerdos desagradables. En este tipo de situaciones, resulta necesario trabajar activamente para elaborar nuevos significados asociados al recuerdo de las pérdidas en las que nos hemos “enganchado”. Para salir de ese bucle, es necesario crear nuevas experiencias emocionales a partir del recuerdo traumático.
A continuación, tras identificar las emociones que suscitan determinados pensamientos y recuerdos tendríamos que focalizarnos en averiguar qué me dicen esas emociones en concreto: ¿qué dice la tristeza de la situación y de mí mismo?, ¿de qué me informa? Las emociones están ahí para brindarnos una información fundamental. Una vez hemos averigurado el significado, lo que me dicen esas emociones, he de intentar modificar el mensaje, tratando de no catastrofizar: por ejemplo, la tristeza puede estar diciéndome que eso que he perdido era importante para mí, pero no necesariamente mi vida termina aquí, o no necesariamente significa que no encontraré nada que tenga sentido. Cuanto más catastrofizo, más intensifico lo que siento, y como hemos visto anteriormente, eso provoca más pensamientos negativos y más recuerdos dolorosos.
Si aprendo a modificar el significado de lo que siento, a no catastrofizar, el siguiente paso es conectar con recuerdos positivos relacionados con mi pérdida. El problema de habernos enganchado en una pérdida, de recordar siempre esa fecha, ese momento, esa persona, condicionados por emociones negativas, es que no podemos tener una imagen global de lo sucedido. En el caso del recuerdo una pérdida ocasionada por una ruptura de pareja, o por la muerte de un ser querido, las emociones negativas en las que nos hemos enganchado solo nos traerá el recuerdo de lo malo de esa ruptura, de la pérdida, de quien ya no está; sin embargo, conectar con lo que nos aportó esa persona, con los recuerdos que generan emociones positivas, nos facilitará la creación de una nueva huella en la memoria, que en este caso nos ayudará a elaborar lo que nos ha sucedido, a superarlo y a crecer. De este modo, podremos recordar sin sufrir, conectando con la nostalgia de aquello que echamos de menos y no está, pero también con emociones positivas que generan los recuerdos positivos del pasado.
En este sentido hay dos sencillas tareas que podemos acometer para transformar nuestra relación con los recuerdos en los que nos hemos enganchado. El paso previo, como se explicó anteriormente, es identificar las emociones implicadas, nombrarlas y cambiar el significado, no catastrofizando, tras lo cual puedo trabajar en lo siguiente:
- Construir un libro de recuerdos: a partir de fotografías, relatos, anécdotas, tanto propias como de personas con quienes se comparte la pérdida, para facilitar la conexión con emociones positivas del pasado, con la historia compartida, de manera que tengamos un recurso visual que nos facilite la conexión con los recuerdos positivos.
- Escribir una autobiografía positiva: del mismo modo que nos contamos quiénes somos condicionados por los hechos traumáticos, y nos dejamos llevar por el mecanismo de la catastrofización, bien podemos involucrarnos en una narrativa distinta, en la que partiendo de esos hechos “traumáticos”, de esas pérdidas en las que estamos enganchados, nos vayamos contando los aprendizajes que hemos hecho durante el camino, la influencia positiva que ha tenido en nosotros, cómo hemos tenido que superarnos y aprender a afrontar situaciones difíciles y, en definitiva, cuánto hemos crecido a través de esas experiencias hasta ser quienes somos en la actualidad.
Podemos transformar nuestra relación con los recuerdos elaborando las emociones negativas asociadas, creando nuevas huellas a partir de emociones positivas, siendo conscientes de los aprendizajes que hemos realizado durante el proceso, que nos ha llevado, en la mayor parte de las ocasiones, a transformarnos en una versión más resiliente de quienes somos.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MoreSíndrome Post-Vacacional
Terminan las vacaciones de verano y muchas personas han de incorporarse a la rutina habitual: colegios, trabajo, horarios, hábitos… La vuelta a las dinámicas de funcionamiento habituales tras una temporada lejos de esta realidad acerca a algunas personas a experimentar malestar significativo en su vida. El llamado Síndrome Post-Vacacional aparece durante los primeros días de la vuelta al trabajo y a las rutinas habituales, y parece afectar a un porcentaje significativo de personas, que experimentan cansancio, fatiga, somnolencia, falta de apetitito, irritabilidad, nerviosismo, tristeza, etc. Estas sensaciones suelen durar apenas unos días, pero algunas personas extienden su experiencia durante semanas, lo cual provoca un mayor sufrimiento.
Más allá de iniciar un debate sobre la necesidad de “patologizar” esta experiencia, lo cierto es que algunas personas “se enganchan” en estas sensaciones y prolongan su sufrimiento involuntariamente más allá de lo deseable; la razón por la que esto sucede puede estar relacionada con una falta de herramientas para manejar esas sensaciones y los pensamientos que surgen a partir de dichas sensaciones. La consecuencia de mantenerse demasiado tiempo fijado en estos sentimientos y emociones es que podemos desarrollar problemas de adaptación a largo plazo, aumentar el sufrimiento hasta transformarlo en una patología y/o transformar nuestras creencias sobre nosotros mismos y nuestra in-capacidad para afrontar con garantías determinadas situaciones.
Algunos profesionales apuestan por prevenir la aparición de estas sensaciones planificando unas vacaciones más cortas, indicando que las vacaciones “ideales” consisten en 15 días en los que hay tiempo suficiente para desconectar del ambiente profesional y disfrutar del tiempo libre, todo ello sin deconstruir los hábitos que facilitan una adaptación adecuada en el trabajo.
Más allá de una adecuada planificación de las vacaciones (esto quizás tenga más que ver con las posibilidades y los deseos de cada cual), el aprendizaje de herramientas para gestionar las emociones, sentimientos, pensamientos y creencias que en ocasiones aparecen al regresar a las rutinas habituales, puede ser una estrategia eficaz que facilite la adaptación. En este sentido no se trata de que todos tengamos que vernos obligados a tener más o menos días de vacaciones seguidos, sino de aprender a gestionar lo que nos puede suceder al regreso.
Es un hecho constatado que algunas personas disfrutan muchísimo de su trabajo, no únicamente porque obtengan del mismo reconocimiento, placer, autoestima o logro, sino porque además les ayuda a dar sentido a sus vidas. Estas personas tienen menos dificultades de adaptación, pero no están exentos de esas sensaciones de apatía o de cansancio iniciales. Las creencias relacionadas con el sentido y significado les ayudan en su adaptación a las rutinas habituales. Por otro lado, hay otras personas cuyas profesiones no les otorgan un sentido a sus vidas, cuyo disfrute profesional se relaciona con variables distintas. Y, por supuesto, hay personas que no disfrutan de su trabajo. Lo realmente curioso es que no hay una relación directa entre trabajar en un ámbito que le da sentido y significado a la vida, y la aparición y mantenimiento de esas sensaciones negativas que pueden dar lugar al llamado “Síndrome Post-vacacional”.
Parece que entonces, la clave no es tanto trabajar en algo que le de sentido a tu vida (aunque sea una meta deseable para muchas personas), o planificar un número de días de vacaciones determinado (lo que puede resultar coherente para algunas personas), sino poseer las habilidades para gestionar las emociones y pensamientos que se originan al retomar las rutinas anteriores al periodo vacacional.
Pensamientos como “se acabó lo bueno”, “otra vez a empezar de cero”, “necesito otro mes de vacaciones”, son pensamientos automáticos que todos podemos tener en un momento determinado; no se trata de no tener estos pensamientos, sino de saber qué hacer con ellos. El problema aparece cuando, a partir de las sensaciones de cansancio, apatía, etc., que pueden estar presentes al regreso a las rutinas, y al mismo tiempo aparecen estos pensamientos, se generan emociones negativas intensas que pueden hacerle creer a la persona que las cosas son peores de lo que realmente son.
Al final, las emociones funcionan como energía que nos impulsa, nos retiene o nos bloquea, y las explicaciones que nos damos de porqué nos sentimos como nos sentimos, porqué las cosas suceden como suceden (es decir, nuestros pensamientos y creencias), aparecen como una de las claves principales a tener en cuenta. Si conseguimos crear alternativas de pensamiento que nos permitan reducir la intensidad de las emociones bloqueantes y también creamos pensamientos de carácter positivo, posiblemente nuestras emociones nos llevarán a adaptarnos satisfactoriamente a las rutinas habituales.
Algunas recomendaciones que podemos seguir pueden ser las siguientes:
- Presta atención a lo que sientes sin juzgarlo: no pasa nada por sentir cansancio o apatía los primeros días tras las vacaciones, si nos juzgamos porque “no deberíamos” sentirnos así, posiblemente dificultaremos el proceso de recuperación de hábitos.
- Adapta el ritmo y las exigencias: puede que necesites tiempo para recuperar el ritmo al que estás acostumbrado, así que planifica una progresiva recuperación de tu ritmo habitual.
- Reserva tiempo para ti: la vuelta al trabajo, las responsabilidades, la casa, los hijos, los compromisos… Es importante reservar un poco de tiempo para ti, dedicándolo a realizar algo que te resulte divertido y placentero. El equilibrio es la clave.
- Promueve un estilo optimista de afrontamiento: no se trata de pensar positivamente porque sí, sin motivos, sino de tratar de reducir el impacto emocional de los pensamientos negativos automáticos, así como construir explicaciones de lo que sucede que promuevan emociones positivas.
- Invierte tiempo en tus relaciones: algunas personas se aíslan un poco esos primeros días, ya que perciben diferencias con compañeros o responsables en el trabajo, o incluso en casa.
Todas las personas podemos experimentar dificultades de adaptación tras un periodo vacacional, por lo que resulta interesante construir herramientas para la gestión de pensamientos y emociones complicadas, promocionar un estilo optimista de afrontamiento y una recuperación progresiva de los ritmos habituales.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo
Learn MoreEnvidia
“La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren”. Arthur Schopenhauer.
La envidia es, ante todo, un sentimiento que experimentamos las personas en diversos momentos de nuestra vida, por lo que podemos decir que es una experiencia humana casi universal. A todos nos ocurre, pero hemos de reconocer que generalmente resulta una experiencia desagradable, que, nos suele conectar con otros sentimientos y emociones negativas, como la tristeza, la ansiedad, etc. A través de la envidia podemos crear auténticas obsesiones hacia el “objeto” codiciado, bien sea material, intelectual o incluso espiritual. Llevado al límite, la envidia puede empular a las personas a hacer daño a otros que poseen lo que entiendo como mi deseo no cubierto.
El sentimiento de envidia contribuye notablemente a generar una gran infelicidad en la persona que padece las consecuencias de instalarse en este sentimiento con demasiada frecuencia e intensidad.
Según la Real Academia Española de la Lengua, entendemos por envidia:
- Tristeza o pesar del bien ajeno.
- Emulación, deseo de algo que no se posee.
Lo cierto es que lo que solemos destacar de la envidia es siempre muy negativo, y solemos juzgar la envidia de los demás de forma muy dura, hasta el punto de que muchas personas que sienten envidia sufren muchísimo, se sienten culpables por envidiar lo que otros poseen. Esto hace aún más difícil convivir con el sentimiento de envidia, porque no solamente piensas en que no tienes lo que otro, sino que además te dices que “no deberías pensar y sentir eso”. Al final, todo gira en torno a la envidia y salir de ese círculo se convierte en una nueva obsesión a través de la cual te sientes aún peor…
Entre las consecuencias adversas de la envidia existen algunas que fomentan o refuerzan su aparición.
- Emociones negativas: la tristeza porque otro consigue lo que yo no soy capaz (o no me he planteado), la ira hacia las personas que son exitosas, la culpa por sentir envidia (como señalé anteriormente).
- Las quejas: cuando las personas envidian lo que otros tienen o lo que otros son, algunas veces se instalan en una actitud de queja continua, en un rol de víctima, en el que esa persona adquierel a actitud de “pobre de mí“. Suele ocurrir que los seres queridos, con la mejor de las intenciones, al ver esa actitud intentan consolarle. Cuando alguien está frecuentemente envidiando a los demás y repitiendo su conducta de queja, lo que acaba ocurriendo es que ese consuelo, en lugar de ayudar, se convierte en algo cómodo, en unaf forma poco saludable de conseguir cariño.
- Obsesiones: una de las consecuencias más terribles de la envidia son los pensamientos repetitivos acerca del objeto deseado o bien acerca de la persona a la que envidiamos. Entonces dejamos de centrarnos en nuestra vida, en lo que nos interesa, en lo que nos nutre, y nos instalamos en el afuera, haciendo un “seguimiento” de la vida del otro, e incluso, llevado al exceso, intentando hacer daño a quien envidiamos: hacer correr rumores, humillarlos, intentar que no consigan lo que se proponen. Como ejemplo, podemos hablar de todos los casos de acoso laboral que con frecuencia se producen; no siempre es así, pero la envidia suele estar presente en el proceso.
Napoleón Bonaparte afirmó que “la envidia es una declaración de inferioridad“, y este pensamiento ha formado parte de la tradicional forma de concebir la envidia, dejando de lado las posibles implicaciones positivas de experimentar envidia: tomar conciencia de un objetivo o meta que deseamos y que no tenemos.
Este puede suponer un punto de partida diferente desde el que construir un plan de acción hacia mi nuevo objetivo. Todos hemos sentido cierta envidia cuando un buen amigo nos ha dicho: “me voy de vacaciones al caribe“. De repente conecto con que yo siempre he querido ir allí y aún no lo he hecho; podemos experimentar eso que llamamos “envidia sana“, al alegrarnos por nuestro amigo y desear lo mismo que él. Esta situación puede ser un punto de partido para preparar un plan de ahorro que me permita llegar a realizar ese viaje dentro de un año.
Si dejamos de focalizar el pensamiento en el hecho de que sea otro el que posee lo que deseamos, y empezamos a utilizar nuestros recursos personales para elaborar planes de acción en la dirección de lo que deseamos, posiblemente el sentimiento de envidia se transformará en ilusión o esperanza.
Claro que cómo formulemos esos objetivos también es importante: si lo que buscamos es que el otro no tenga lo que yo deseo, por ejemplo: “mi objetivo es que tú no tengas lo que yo quiero“, entonces seguimos seguimos instalados en la envidia, y la planificación hacia mi meta no tendrá mucho sentido. Por tanto, es imprescindible que nos planteemos nuestro plan de acción desde la construcción, no desde la destrucción.
Esto es habitual cuando desarrolo la idea de que solo uno de los dos puede conseguir eso que deseo, y si yo no puedo conseguirlo, entonces tú tampoco. Esa forma de experimentar envidia es la que más daño puede hacer, no solo en quien la siente, sino también pueden salir dañadas las personas que participan involuntariamente en el proceso. ¿Qué culpa tengo yo de que tú envidies lo que tengo? Las personas brillantes, inteligentes y/o atractivas pueden ser envidiadas por el hecho de ser simplemente como son, no hace falta que “hagan nada” o “tengan algo” para desatar ese sentimiento en otro… Me recuerda al cuento de la luciérnaga y la serpiente:
Se dice que una serpiente que pasaba por el bosque empezó a perseguir a una luciérnaga; lo hizo durante 3 días y 3 noches seguidos. Exhausta, la luciérnaga se detuvo y dando media vuelta se dirigió a la serpiente:
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¿Puedo hacerte 3 preguntas?
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Como te voy a devorar igualmente, adelante, pregunta:
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¿Pertenezco a tu cadena de alimentación?
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No.
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¿Te hice algún daño?
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No.
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Entonces, ¿por qué quiere comerme?
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Porque no soporto verte brillar.
La envidia es un sentimiento que se aprende a gestionar a lo largo de la vida, y depende del contexto y experiencias vividas, siendo la familia una de las importantes. Crecer en el seno de una familia que utiliza la comparación como modo de referenciar el éxito, y donde recibir amor depende de lo que se consiga (como un buen rendimiento académico, éxitos deportivos, el sueldo que uno gana, etc.), fomentan la aparición de la envidia destructiva. Desarrollan así una identidad frágil que no valora quién es, sino lo que tiene, y que mide su felicidad a partir de lo que posee, de manera que aquellos con quien ha de compartir su vida se convierten en competidores, en rivales, en enemigos…
Vivir en una cultura como la nuestra, fundamentalmente competitiva e individualista, no ayuda mucho a generar ambientes donde la envidia no sea necesaria. A nuestro alrededor hay demasiada presión por ser exitoso, y todo lo que no sea alcanzar un determinado estándar, se considera un fracaso. Así que con tanta presión por ganar, por alcanzar el éxito, por tener el mejor coche, el mejor sueldo, el trabajo más reconocido, no es de extrañar que envidiemos “cosas”. Y como hemos dicho, la envidia puede convertirse en un obstáculo para nuestro bienestar y felicidad.
Por más presiones que percibamos en nuestro entorno, podemos adaptarnos a estas exigencias (recordemos que el entorno en ocasiones no puede alterarse o modificarse) analizando nuestras prioridades y valorando nuestros objetivos desde lo que nos motiva en ellos, no sólo desde lo que se espera que hagamos.
Es en este punto donde la Psicología Positiva, con sus técnicas, estrategias y modelos de trabajo, puede ayudar a proponer experiencias diferentes que permitan a las personas salir de su sentimiento de envidia destructiva y cultivar sus fortalezas personales, a través de las cuales posicionarse y actuar de manera diferente. Las fortalezas personales son “capacidades preexistentes para un modo particular de comportamiento, pensamiento o sentimiento, que es auténtico y estimula a la persona, y permite el funcionamiento óptimo, el desarrollo y la ejecución” (Linley, 2008). Las fortalezas son 24, todos las poseemos y las únicas diferencias que encontramos son el orden en el que destacan cada una de ellas en nosotros, y las acciones a través de las cuales las experimentamos.
Si la envidia nos hace experimentar pensamientos y emociones desagradables, y nos involucra en acciones de las cuales no nos sentimos orgullosos, ¿por qué no crear una serie de alternativas que, partiendo de este malestar, nos permitan desarrollar sensaciones más constructivas, nos lleve a actuar de un modo más acorde a como nos gustaría? Una de las fortalezas que se muestra como un patrón contrario a la envidia es la Fortaleza de la Modestia y Humildad, cuya experiencia nos puede permitir convivir con la realidad de no tener ahora mismo aquello que deseamos, además de permitirnos el reconocimiento de que hay otros merecedores de los logros que anhelamos.
Cuando focalizamos nuestra atención en nuestras fortalezas personales, podemos alejarnos del ensimismamiento de perseguir la obsesión del éxito que hemos situado fuera de nosotros. Ese primer paso es muy importante, y podemos intentar también concebir el éxito y el fracaso de un modo diferente: el fracaso forma parte del camino hacia el éxito en la vida, es un aprendizaje importante y del que no podemos huír porque a todos nos pasa, sin excepción.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MoreCírculos Virtuosos: la importancia de relacionarnos con otros
Los seres humanos somos seres sociales. Tenemos, entre otras, una necesidad de estar en contacto los unos con los otros. Vivimos en sociedad y gran parte de los aprendizajes que hemos de hacer a lo largo de la vida sirven para adaptarnos a la vida en sociedad, para aprender a convivir.
Nuestras relaciones, desde la leve interacción que pueda tener con una persona que me atiende en una tienda, hasta el vínculo afectivo más significativo, pueden ayudar a explicar la calidad de vida que tenemos. Los demás, en gran medida, nos ayudan a sentirnos más felices y a desarrollar todo nuestro potencial.
Porque es en las relaciones donde nuestras potencialidades se ponen de manifiesto con más claridad, donde las emociones pueden llegar a cotas de intensidad más altas, donde encontramos respuesta a muchas de las preguntas que guían nuestras vidas. Esto, por supuesto, no significa que debamos vivir por y para los demás, sino que reconozcamos la importancia de otras personas, cómo nos influimos mutuamente en cada interacción, y cómo, dependiendo de la calidad de las relaciones personales que construyamos, nos sentimos más o menos felices.
A lo largo de toda nuestra vida tenemos relaciones, y nuestra capacidad para construir vínculos saludables, relaciones positivas, resulta fundamental incluso para nuestra supervivencia. Dentro de las relaciones personales, la mayoría de nosotros encuentra sentido y propósito a la vida, a través de la experimentación de distintas emociones y sentimientos que van guiando cada interacción, cada vínculo: el amor, la alegría, la satisfacción. Todas estas emociones, en el contexto social, nos facilitan el afrontamiento de las diferentes situaciones que nos vamos encontrando, y nos aportan el apoyo, la protección y el impulso para superarlas.
Construir relaciones positivas nos ayuda a crear estructuras de apoyo sólidas y resistentes, a las que podemos recurrir no solamente en caso de problemas, sino también para compartir lo positivo, para crear algo más grande, para facilitar que en nuestra relación particular cada uno encuentre el modo de ser más feliz.
Aunque cada sistema de apoyo social tenga sus particularidades, en el tipo de interacción, la frecuencia, la intensidad y cercanía, lo cierto es que todos pertenecemos a un enorme sistema de relaciones interdependientes a las que contribuimos cada día. Nuestro particular grupo de referencia, posiblemente se relaciona con otro grupo, y ambos grupos, con otros aún más grandes…
Los Círculos Virtuosos son el resultado que encontramos al invertir en relacionarnos con los demás de forma positiva, tanto en las relaciones significativas, en los vínculos de intimidad, como en los encuentros fortuitos o programados, pero poco duraderos. Relacionarnos de forma positiva significa ser conscientes de la importancia que cada interacción tiene, conscientes de que somos (todos) merecedores de respeto, y que aunque el conflicto es posible, y a veces incluso inevitable, también nos ayuda a crecer, a mejorar, a seguir contribuyendo a la creación de nuestro particular círculo virtuoso.
En este círculo de relaciones positivas, podemos encontrar que los grandes sueños que tenemos son posibles, gracias, precisamente, a que todos estamos interconectados. Si he cuidado un vínculo, generando emociones positivas que hemos compartido, es probable que más adelante, aquél encuentro, aquélla relación, me facilite la llegada de nuevas situaciones. Es precisamente lo que sucede cuando conozco a una persona y establezco una relación con ella: dos mundos entran en una interacción de conocimiento mutuo y se establecen lazos cuyas consecuencias no somos capaces de medir inmediatamente. Tal vez sea una amistad que dure siempre, o tal vez la persona con quien decida tener hijos, o incluso ese socio que siempre quise tener. El elemento que hemos de cuidar es el de crecimiento mutuo, y eso es lo que determinará la calidad de esta relación en concreto.
Esto no significa que debamos llevarnos bien con todo el mundo a cualquier precio, ya que este objetivo es imposible. A veces sucede que no nos gusta el modo de actuar de alguien, o que una relación de mucho tiempo se deteriora, o que las personas que participan de una relación concreta no desean seguir contribuyendo porque están creciendo en direcciones opuestas, o que nos desengañemos… A veces una relación, sencillamente, no es posible. Es el riesgo que toda relación implica, pero las consecuencias positivas de una relación son mayores que las negativas.
Construir relaciones positivas con los demás nos facilita la creación de una estructura de apoyo amplia y sólida, en la que podemos encontrar diferentes espacios de disfrute, bienestar, felicidad y crecimiento, en la que compartir nuestros malos momentos y superarlos con mayor facilidad, y en la que compartir todo lo bueno que tenemos, y disfrutarlo exponencialmente.
Tony Corredera.
¿Sabes que vamos a celebrar dos talleres sobre Relaciones Positivas este mes de octubre de 2019? Uno será en Pamplona el 5 de Octubre y el otro será en Madrid el 19 de Octubre. ¿Quieres saber más sobre estos talleres?
Learn MoreLa Felicidad como Camino
¿Qué es la felicidad? ¿De qué hablamos cuando mencionamos la palabra felicidad? Cada persona tiene su propia experiencia, opinión y discurso sobre qué es la felicidad… Algunas consideran que la felicidad es un estado transitorio, otras opinan que la felicidad es liberarnos de todo lo que nos hace daño, mientras que para otras la felicidad está en encontrar un sentido a tu propia vida.
La creencia de que la felicidad es un lugar, una cosa, una posesión, un estatus, algo que sucederá cuando logre llegar a la meta, está enormemente extendida. Cuando concebimos la felicidad así, resulta que ésta depende de muchos factores distintos que no siempre están bajo nuestro control o responsabilidad. De este modo, si concibo la felicidad como el resultado de lograr mi meta, posiblemente estaré dando por hecho que no podré ser feliz hasta que no alcance ese lugar, ¡y puede que tarde mucho en conseguirla! ¿Posponemos nuestra felicidad hasta que llegue ese ascenso, hasta conocer a la persona ideal, hasta que me toque la lotería…? ¿Y si no llega, o peor, y si al lograr estas cosas no me siento feliz?
Hoy te proponemos un cambio en la forma de pensar en la felicidad, dejando de concebirla como meta y pasando a considerarla como el camino que elijo para transitar mi vida, aceptando que ser feliz no significa estar todo el tiempo contento, no significa que no me pasen cosas que no me gustan o que nunca sienta emociones negativas. La felicidad como camino implica responsabilizarme de mi mismo, trabajar activamente en construir una serie de recursos personales que me permitan sentir más felicidad cada día de mi vida, en cada área importante de mi vida, sin esperar a que todo eso que está por llegar acontezca.
Visualizar el lugar al que quiero llegar, plantearse metas y objetivos, es muy importante para dirigir nuestra conducta y recorrer un camino determinado, que sea de nuestro gusto y elección. Pero ese camino está lleno de posibilidades para conectar con nuestras emociones positivas, de manera que prestar atención a lo que sucede en el presente puede ayudarnos a recorrer el camino elegido con una experiencia de felicidad mucho más amplia. Ser consciente de que nos dirigimos a una meta, y dirigirnos hacia ella disfrutando del aquí y ahora, siendo más conscientes de lo que sucede en este momento, puede ayudarnos a conectar mejor con la esencia de aquello que puede hacernos felices en cada momento: poner en marcha nuestras fortalezas personales a través de acciones que nos conectan con el estado de flow.
El estado de flow o Experiencia Óptima, se caracteriza por la inmersión de nuestros recursos atencionales en una acción o tarea específicas en la que estamos poniendo en marcha nuestras fortalezas personales. Cuando fluimos, somos felices. Y fluir no es algo que pasa de forma mágica, sino que es algo que hacemos que suceda, que depende de nosotros mismos. Podemos fluir en muchas y diferentes situaciones, dependiendo de nuestros intereses, nuestras metas y objetivos, nuestras fortalezas personales…
Si cuando fluimos somos más felices, y fluir depende poner nuestras fortalezas personales en marcha a través de una acción en dirección a objetivos, entonces la felicidad deja de estar en un lugar “etéreo” que depende de fuerzas fuera de nuestro control, para pasar a ser un estado que podemos provocar en cada área de nuestra vida: en nuestro trabajo, en nuestras relaciones de pareja, en el ocio, etc. Dicho de otro modo, la felicidad vuelve a depender de lo que hagamos nosotros.
La felicidad como camino supone conocer nuestras fortalezas personales para ponerlas en marcha en nuestro día a día, de forma que multipliquemos nuestras experiencias óptimas, lo que tiene como resultado una mayor conciencia de estar aquí y ahora, de disfrutar del camino que estamos recorriendo: nuestro propio camino de felicidad.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MoreNace el Instituto Europeo de Psicología Positiva
Este mes de noviembre de 2010 ha tenido lugar el nacimiento del Instituto Europeo de Psicología Positiva, cuya sede central está en Madrid. El instituto nace con la intención de promover la buena praxis de la Psicología Positiva, de tal manera que el IEPP centra gran parte de sus esfuerzos en la formación de profesionales, tanto de profesionales como de particulares en forma de programas de coaching, seminarios, cursos de experto universitario, formaciones a diferentes áreas profesionales, que fomentan el conocimiento y gestión eficaz de la tríada pensamientos – emociones – comportamientos.
Este pequeño post me sirve para informar a todos los seguidores de Crecimiento Positivo y del Blog Apsu y Tiamat, de que no van a producirse cambios en la web, ni un abandono de la misma, solo una vuelta a los orígenes: ser un lugar de encuentro y de divulgación de conocimientos de la Psicología Positiva. Asimismo, seguiremos realizando actividades formativas, así como compartiendo conocimientos y debates en nuestro grupo de facebook.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Fundador del Instituto Europeo de Psicología Positiva (IEPP).
Learn More¿Depresión Post-parto o “baby blues”?
La tristeza que experimentan algunas mujeres tras dar a luz es bastante habitual y suele aparecer durante la primera semana tras el parto, desapareciendo paulatinamente tras unos días. Ese estado de tristeza y melancolía, conocido como “baby blues” en inglés, es diferente de la depresión postparto como problema clínico.
Para explicar ambas situaciones, hay que tener en cuenta diversos factores que van desde lo biológico hasta lo psicosocial y cultural (organización de la familia, el grupo social, el papel de las expectativas, etc.).
En el tercer día tras el parto, la nueva mamá experimenta una serie de cambios hormonales caracterizados por una brusca caída en los niveles de estrógenos, al tiempo que la prolactina regresa a los niveles anteriores al embarazo. La caída de los niveles de estrógenos se relaciona también con un decremento en los niveles de triptófano en plasma, que correlacionan con los que se producen en el caso de un diagnóstico de depresión. Por otro lado, se ha sugerido que el estrés psicobiológico y los cambios en los esteroides adrenales durante el postparto, podrían tener relación con los síntomas depresivos. Sin embargo, aunque estos cambios estén constatados, no puede afirmarse que sean la causa única de la aparición de la depresión postparto.
Por otro lado, algunos factores psicosociales a tener en cuenta son los siguientes:
- El aumento del peso corporal ganado después del embarazo se relaciona con una percepción negativa sobre la imagen corporal que la mujer tiene de sí misma, lo que genera también un impacto sobre la autoestima.
- La ausencia de conductas de apego en el bebé durante los primeros días puede dar la impresión a la madre de que su función no es imprescindible, que podría hacerlo otra persona, por lo que el esfuerzo físico del parto perdería valor para ella, provocando sentimientos de vacío.
- Las complicaciones tras el parto, podrían impedir a la madre encargarse del bebé tal y como habría querido, lo que podría generar sentimientos de culpa e inadecuación.
- El desgaste físico y emocional que implican el embarazo y el parto generan un gran cansancio en la mujer, que, durante el postparto está expuesta a una gran exigencia para cuidar al recién nacido. Las expectativas que genera en relación a su función como madre junto a las exigencias sociales por las numerosas visitas, llegan a aumentar el cansancio y prolongarlo, lo que puede relacionarse con cambios en el estado de ánimo.
- Algunas investigaciones han asociado la depresión postparto con el número de partos, encontrando una mayor incidencia de depresión postparto con el nacimiento del primer hijo; esta situación genera una experiencia de estrés única en la vida.
- Se producen cambios profundos en la pareja tras el nacimiento del bebé, así como en el hogar, ya que se pierde gran parte de la intimidad. La presencia de familiares en el nuevo hogar familiar puede dar la sensación de “invasión”, provocando una inestabilidad en la pareja que no facilita la adaptación de la misma a la nueva situación.
El “baby blues” no tiene una gran importancia clínica al margen del ligero desasosiego que produce a algunas madres experimentar cambios emocionales drásticos pasando de la alegría a la tristeza, rompiendo con las expectativas que el nacimiento del bebé habían generado. La creencia de que la llegada de un bebé traerá consigo únicamente felicidad, y la experimentación de ese estado de tristeza y melancolía los primeros días tras su nacimiento, resulta desconcertante.
La depresión postparto supone un problema de naturaleza diferente al “baby blues” o tristeza postparto, en primer lugar por la temporalidad del mismo, puesto que en lugar de resolverse en unos días, puede llegar a durar entre 2 semanas y varios meses. Además, hay que añadir que los síntomas de depresión postparto pueden no aparecer necesariamente en las primeras semanas, sino más adelante.
Generalmente los síntomas que aparecen en las primeras semanas acaban desapareciendo con apoyo afectivo tras 3 meses, aproximadamente, pero si hay antecedentes de algún episodio o trastorno depresivo en la mujer con anterioridad, los síntomas pueden prolongarse más tiempo y requerir un apoyo psicoterapéutico y/o farmacológico.
Además, en la depresión postparto las emociones de melancolía y tristeza aparecen junto con una sensación de angustia, ansiedad, fatiga y pensamientos de autodesvalorización mucho más intensos que en el caso del “baby blues”.
Los síntomas que pueden experimentar las mamás durante la depresión postparto son diversos, entre los cuales están:
- Problemas de sueño, en especial insomnio.
- Cambios en el estado de ánimo: tristeza la mayor parte del día, llanto mucho más frecuente, sensación de vacío, culpa, irritabilidad, mal humor y sentimientos de inadecuación.
- Ansiedad, angustia y ataques de pánico.
- Desinterés por realizar actividades que antes resultaban agradables.
- Aislamiento social: no desean ver amigos ni familiares.
- Pensamientos negativos frecuentes, sobre diversos miedos y en algún caso pensamientos suicidas.
- Dificultades para concentrarse y mantener la atención.
Debemos solicitar ayuda profesional cuando los síntomas descritos anteriormente son muy intensos y se prolongan más allá de las 2-4 semanas tras el parto. De cualquier modo, hemos de intentar cambiar algunas ideas preconcebidas sobre la petición de ayuda profesional y animar a las personas a resolver sus posibles dudas consultando a los profesionales cuando se necesite. No pasa nada por no saber qué hacer, por sentirnos desconcertad@s ante una situación novedosa, estresante y que provoca tantos cambios como el nacimiento de un bebé.
Cuando se ha recibido un diagnóstico de Trastorno Depresivo con inicio en el Postparto, suele ser recomendable solicitar ayuda psicoterapéutica. Un tratamiento que ha resultado ser muy efectivo es el basado en la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC), en la que se trabajan aspectos relacionados con los pensamientos negativos que se experimentan, así como se fomentan una serie de cambios comportamentales necesarios para mejorar el estado de ánimo, aumentando el repertorio de actividades agradables y evitando el aislamiento social.
Algunas pautas y acciones basadas en la propuesta de la Psicología Positiva podrían resultar muy beneficiosas, como por ejemplo llevar a cabo un “Diario de Acontecimientos Positivos”, donde anotar, al menos 2 días a la semana, los 3 sucesos agradables más importantes experimentados ese día y sus causas.
Otra línea de intervención, que puede ser utilizada junto a la primera, es la farmacoterapia. Para ello, hay que solicitar la ayuda de un profesional cualificado, como los especialistas en Psiquiatría, de tal modo que no pongamos en riesgo la salud de la mamá.
Los síntomas depresivos pueden volver a experimentarse en el futuro, como le podría ocurrir a cualquier otra persona; anteriormente se ha comentado que la probabilidad de tener depresión postparto aumenta si con anterioridad al embarazo se había sufrido algún trastorno depresivo. Se ha descrito, además, que el riesgo de volver a sufrir un episodio depresivo en el futuro está en torno al 20-30%.
Cuando tenemos constancia de que estamos sufriendo una depresión postparto, lo mejor es solicitar la ayuda profesional adecuada. Eso sí, es recomendable seguir una serie de pautas de auto-cuidado que pueden ayudarnos a sobrellevar esa tristeza postparto descrita anteriormente:
Atiende tus necesidades biológicas básicas: establecer una rutina en las comidas suele ser muy positivo, así como intentar descansar siempre que sea necesario. Hay que aprovechar para dormir cuando el bebé también está durmiendo; para esto es recomendable solicitar la ayuda de un familiar o amig@ para que vigile al bebé durante el sueño.
- Comparte tus emociones y sentimientos: ya hemos visto la cantidad de emociones presentes durante el postparto. Manejarlas sola es complicado, compartirlas te puede ayudar a comprenderlas mejor y a que sean menos intensas. Pide apoyo a tu pareja, a tu familia, a tus amig@s… Pedir apoyo emocional es importantísimo y recuérdales a tod@s cómo quieres ser apoyada.
- Cread un ambiente de calma entre todos los participantes de esta nueva aventura: tú, tu pareja, la familia y amigos. En la medida que puedas tomarte las nuevas situaciones con calma, sentirás que todo marcha mejor. No dejes que ciertas situaciones sencillas te exasperen. Si hay demasiadas visitas, planifica cuándo serán y en qué momento lo prefieres; si suena demasiadas veces el teléfono, apágalo o baja el volumen, ya responderás en otro momento; olvídate del trabajo en estas primeras semanas, ya que estás de baja, céntrate en ti y en tu bebé.
- Sal de casa: es muy importante cuidar este aspecto en cuanto sea posible. Reanudar la actividad física, dar un paseo con tu bebé, ir a tomar algo con una amiga, etc., pueden influir muy positivamente en tu estado de ánimo.
- Respira y adminístrate mimos: aprender a relajarse a través de la respiración puede ayudarte en las primeras semanas de adaptación a la nueva situación. Recuerda lo importante que es mimarte: una ducha relajante, un capricho alimentario, cuidar tu aspecto, son formas de auto-cuidado. El que ahora tengas una nueva e importante responsabilidad no ha de implicar que no te cuides a ti misma.
- Pide ayuda a los demás: esta habilidad es siempre importante, pero mucho más en estos momentos. Tu pareja, tu familia y amigos serán fundamentales para que podáis ajustaros a la nueva realidad. Por supuesto, saber pedir ayuda implica también la ayuda profesional, cuando consideres que es necesario.
Estas breves recomendaciones se pueden utilizar también si se ha desarrollado una depresión postparto, aunque por supuesto hay que combinarlas con la ayuda profesional y las pautas que tu psicólogo te haya recomendado seguir.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MorePlaceres y Gratificaciones
En la búsqueda de la felicidad, los seres humanos encontramos lugares donde explorar nuestras necesidades y acercarnos un poco más a aquello que realmente deseamos.
La felicidad se ha convertido en un objetivo relativamente novedoso para las personas. Hace tan solo dos o tres generaciones, los objetivos de nuestros padres y abuelos eran bien diferentes, puesto que la misma supervivencia biológica era la única prioridad, dadas las circunstancias sociales y culturales del momento. Ahora mismo, y siguiendo la lógica de la pirámide de Maslow, estando garantizados los peldaños más básicos, hemos llegado a la generación de una nueva necesidad: la felicidad.
Es esta búsqueda un camino individual como ningún otro, aunque muchos se empeñen en señalar caminos únicos. ¿Dónde está la felicidad para cada uno de nosotr@s? Y aún más importante, ¿es la felicidad el objetivo último al que queremos dirigirnos? Lejos de intentar indicar qué es más adecuado, pretendemos reflexionar sobre el modo en el que podemos experimentar una sensación de bienestar que deseemos mantener en el tiempo.
Nuestra sociedad parece empeñada en perseguir la felicidad basándose en la estimulación del placer asociado a los sentidos, pero a pesar de lo poderosos que son los placeres, podemos constatar que felicidad y placer no hacen referencia a lo mismo. El placer, entendido como el resultado de la estimulación sensorial positiva, nos puede aportar bienestar y relajación, aunque la duración de estas sensaciones es corta. Comer chocolate, recibir un masaje, experimentar un orgasmo, etc., son ejemplos de sensaciones placenteras cuya duración es más o menos corta.
Por otro lado, diversos experimentos han demostrado que el aumento de las estimulaciones asociadas al placer no conllevan un aumento del mismo. De hecho, experimentos con ratas demostraron que la estimulación de áreas cerebrales situadas en el hipocampo tenían un resultado tan poderoso, que estos animales preferían esta estimulación a la satisfacción de necesidades básicas, como alimentarse, con lo que algunas de ellas llegaron a morir.
Por ejemplo, la sensación de placer que obtenemos al ingerir una onza de chocolate no es tan intensa como la que tenemos al ingerir una segunda onza, y así sucesivamente; por más chocolate que comamos, la intensidad del placer ya no es el mismo, al menos hasta que pasa un tiempo.
El placer sensorial tiene una enorme influencia en nosotros y, si bien es necesario y deseable cultivar el placer, también es cierto que si seguimos asociando directamente placer y felicidad, corremos el riesgo de construir una sociedad basada en lo inmediato, en la búsqueda de esa sensación que me procure bienestar de modo sencillo y directo. Por supuesto, el placer que experimentamos a través de nuestros sentidos está muy asociado al consumo de agentes externos, es decir, que está fundamentalmente provocado por el “afuera”.
La Psicología Positiva trata de estudiar la felicidad de forma más amplia, tratando de encontrar un modelo a partir del cual las personas puedan encontrar su propia felicidad de un modo más duradero, asociado a sus propias fortalezas personales, generando de este modo un aumento del locus de control interno. Una Fortaleza, según Alex P. Linley, es “una capacidad preexistente para un modo particular de comportamiento, pensamiento o sentimiento, que es auténtico y estimula al sujeto, y permite el funcionamiento óptimo, el desarrollo y la ejecución”.
Mihalyi Cskzentmihalyi, uno de los principales estudiosos de este ámbito, propone que hay ciertas actividades en las que experimentamos una sensación subjetiva de felicidad, una gratificación, que resulta más duradera y fácil de replicar que aquellas cosas asociadas al placer sensorial. Cada persona puede encontrar su propia gama de actividades en las que sentir esta felicidad subjetiva. Se trata de actividades en las que hay una clara identificación de una meta, a la que consideramos un reto en sí misma, y para la que sentimos que nuestras capacidades están ajustadas a dicho reto. Dadas estas condiciones, podemos encontrar 3 posibles resultados:
- Cuando el reto es muy grande y consideramos que nuestras habilidades y capacidades no están a la altura, sentimos ansiedad y no afrontamos adecuadamente la tarea.
- Cuando el nivel de habilidades es muy superior al reto percibido, entonces nos aburrimos y la tarea resulta poco motivante.
- Cuando el reto y las habilidades que poseemos están ajustadas, entonces se produce lo que conocemos como “experiencia óptima” o “flow“.
Cuando nos involucramos en actividades en las que ponemos en marcha nuestras Fortalezas Personales, tenemos acceso, siempre que lo deseemos, a la Experiencia Óptima, al Flow. Esta experiencia es algo que todos los seres humanos hemos sentido, más o menos frecuentemente; se trata de actividades en las que parece que el tiempo pasa más rápidamente, en la que no somos conscientes de si sentimos o no emociones, en las que estamos profundamente inmersos… Solo al final de esas actividades, al recordarlas, somos conscientes del bienestar que nos han procurado, de la sensación subjetiva de felicidad que nos ha reportado.
Lo mejor de todo es que cada uno de nosotros, a través del cultivo de sus Fortalezas Personales puede experimentar esta sensación en las diferentes esferas vitales: en las relaciones personales, en el trabajo, en el ocio, etc.
Contrariamente a lo que ocurre con el placer, cuya duración es breve, las actividades que nos gratifican, de las que obtenemos experiencias óptimas o flow, son más duraderas, replicables y profundas, requieren esfuerzo sostenido y tienen una relación directa con el propio individuo. Si bien el placer lo experimentamos a través de los sentidos, pero veíamos que mayoritariamente lo producen agentes externos, las gratificaciones tienen un origen interior, que son las Fortalezas Personales que cada uno de nosotros posee, y que pueden ponerse en marcha a través de un número casi ilimitado de acciones.
De este modo, el concepto “felicidad”, y otros que asociamos, como “bienestar subjetivo”, dependen no únicamente del placer sensorial, sino que también podemos estimularlo a través del cultivo de las fortalezas, que originarán un mayor locus de control interno a través del cual construir una particular ruta, personal y única, hacia la felicidad.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
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