La memoria, la capacidad de recordar, es una de las más maravillosas funciones que nuestro cerebro ha desarrollado a lo largo de la evolución. Podemos recordar maravillosos momentos vividos en el pasado, recrearnos en ellos y disfrutar de aquéllas vivencias, aunque también podemos recordar momentos terribles, desagradables y traumáticos, lo que nos conecta con una experiencia emocional desagradable. Gestionar las emociones que los recuerdos pueden provocar en nosotros es un aprendizaje importantísimo, necesario para dejar atrás aquéllo que no se puede cambiar.
Los seres humanos somos constructores de historias; iniciamos un proyecto, conocemos a alguien, establecemos relaciones con personas y objetos, y nos los narramos como si fueran cuentos, novelas, películas… De este modo, aceptamos que las cosas se inician, se desarrollan y terminan; y cuando llega este momento, el final, solemos revisar el camino recorrido para saber cuánto hemos avanzado. Para realizar esta función, utilizamos nuestra memoria, los recuerdos que hemos ido construyendo a lo largo del trayecto y que configuran, en parte, las narrativas con las cuales explicamos, a los demás y a nosotros mismos, lo sucedido. Eso es lo que hacen muchas personas al terminar el año: reflexionar acerca del camino recorrido.
Pero en ocasiones, recordar puede suponer conectar con algo que nos duele profundamente, al traer al presente una situación que no hemos elaborado emocionalmente. Hay momentos en que, de manera especial, recordamos a personas que no están con nosotros, que han salido de nuestra vidas y echamos de menos. Esos recuerdos, para muchas personas, suponen una cuota añadida de tristeza y pena, de dolor incluso físico y de mucha ansiedad. La gente SUFRE ante el recuerdo de los seres queridos que se han marchado.
Muchas personas recuerdan relaciones perdidas, personas que se han ido, bien porque han muerto, bien porque ya no desean formar parte de nuestra vidas, y se entristecen, sienten nostalgia, miedo o incluso culpa… Esas imágenes mentales, junto con otros estímulos, como fotografías, canciones, lugares o situaciones, disparan los recuerdos, guardados en lo más profundo de nosotros, y conectan directamente con nuestras emociones de una manera más intensa de lo habitual.
Pero, ¿por qué el recuerdo de algo que vivimos como una experiencia que nos hizo crecer, genera ahora unas emociones tan difíciles de gestionar?
Casi todas las personas han experimentado este mecanismo, que se conoce como Reminiscencia Condicionada por el Humor. Cuando estamos tristes, parece muy sencillo tener pensamientos negativos y recordar situaciones dolorosas del pasado. Nuestro estado de ánimo, nuestras emociones, por tanto, funcionan como una puerta giratoria que alimenta e impulsa la aparición de pensamientos y recuerdos negativos o positivos. Cuando estamos tristes, nos resulta fácil recordar experiencias dolorosas del pasado, de manera que sin desearlo, prolongamos e intensificamos nuestra tristeza. Del mismo modo, cuando estamos contentos, satisfechos o agradecidos, nos resulta más sencillo recordar experiencias placenteras, significativas y de sentido vital.
En la mayoría de los casos, son nuestras interpretaciones de las situaciones, nuestros pensamientos, y la valoración que hacemos de los mismos, los que generan emociones y, por tanto, a partir de ahí, nos traen recuerdos positivos o negativos. Sin embargo, hay determinadas situaciones, determinadas fechas o épocas del año, que ya están condicionadas emocionalmente, de manera que tal vez no me de cuenta de este mecanismo y solo sea consciente de que mis emociones están ahí, y que están trayéndome otros recuerdos que intensifican lo que siento.
Quizás una de las claves a tener en cuenta para modificar este proceso sea cambiar nuestra relación emocional con esos recuerdos, lo que supone la elaboración de dichas emociones asociadas a aquella situación del pasado.
Un requisito imprescindible en este proceso de elaboración, es la identificación de lo que realmente siento. ¿Siento tristeza por aquello que he perdido, culpa por no haber sabido manejar mejor aquella situación? Puede que sintamos diversas emociones al mismo tiempo, pero cuanto más claro tenga qué es lo que siento, más fácil resultará ir avanzando en el proceso de elaboración de dichas emociones. Si logro identificar y ponerle un nombre a las emociones que están implicadas en el proceso, resultará más sencillo transformar mi relación emocional con ese recuerdo. Estar deprimido, triste o sentir nostalgia no es exactamente lo mismo, no tiene las mismas implicaciones ni consecuencias. Aprender a identificarlo, nombrarlo y diferenciarlo, es un primer paso importante.
Una vez identificadas mis emociones y sentimientos, que generan todo ese dolor asociado al recuerdo, tengo que aprender a despresderme de ello, aprender a soltar eso a lo que estoy enganchado, despedirme de esa persona, relación o situación que me conecta con emociones negativas e intensas, que me llevan a desear no recordar. Eso no significa, en absoluto, que el camino sea olvidar, sino más bien transformar la relación emocional que tengo con esos recuerdos. Olvidar aquello que ha sido importante para mí, es muy difícil, no es algo que nosotros podamos hacer a voluntad, pero sí podemos aprender a gestionar las emociones asociadas a los recuerdos elaborándolas, diluyendo la intensidad de las mismas e incluso transformándolas.
Como señalaba anteriormente, al terminar el año, algunas persona miran hacia atrás, para ver el camino recorrido y conectan con las pérdidas que han ido surgiendo, que van asociadas a la vida de cada uno. Algunas de esas pérdidas han resultado especialmente dolorosas, y cuando las recordamos, se inicia el proceso que hemos descrito: emociones negativas que traen nuevos pensamientos negativos y nuevos recuerdos desagradables. En este tipo de situaciones, resulta necesario trabajar activamente para elaborar nuevos significados asociados al recuerdo de las pérdidas en las que nos hemos “enganchado”. Para salir de ese bucle, es necesario crear nuevas experiencias emocionales a partir del recuerdo traumático.
A continuación, tras identificar las emociones que suscitan determinados pensamientos y recuerdos tendríamos que focalizarnos en averiguar qué me dicen esas emociones en concreto: ¿qué dice la tristeza de la situación y de mí mismo?, ¿de qué me informa? Las emociones están ahí para brindarnos una información fundamental. Una vez hemos averigurado el significado, lo que me dicen esas emociones, he de intentar modificar el mensaje, tratando de no catastrofizar: por ejemplo, la tristeza puede estar diciéndome que eso que he perdido era importante para mí, pero no necesariamente mi vida termina aquí, o no necesariamente significa que no encontraré nada que tenga sentido. Cuanto más catastrofizo, más intensifico lo que siento, y como hemos visto anteriormente, eso provoca más pensamientos negativos y más recuerdos dolorosos.
Si aprendo a modificar el significado de lo que siento, a no catastrofizar, el siguiente paso es conectar con recuerdos positivos relacionados con mi pérdida. El problema de habernos enganchado en una pérdida, de recordar siempre esa fecha, ese momento, esa persona, condicionados por emociones negativas, es que no podemos tener una imagen global de lo sucedido. En el caso del recuerdo una pérdida ocasionada por una ruptura de pareja, o por la muerte de un ser querido, las emociones negativas en las que nos hemos enganchado solo nos traerá el recuerdo de lo malo de esa ruptura, de la pérdida, de quien ya no está; sin embargo, conectar con lo que nos aportó esa persona, con los recuerdos que generan emociones positivas, nos facilitará la creación de una nueva huella en la memoria, que en este caso nos ayudará a elaborar lo que nos ha sucedido, a superarlo y a crecer. De este modo, podremos recordar sin sufrir, conectando con la nostalgia de aquello que echamos de menos y no está, pero también con emociones positivas que generan los recuerdos positivos del pasado.
En este sentido hay dos sencillas tareas que podemos acometer para transformar nuestra relación con los recuerdos en los que nos hemos enganchado. El paso previo, como se explicó anteriormente, es identificar las emociones implicadas, nombrarlas y cambiar el significado, no catastrofizando, tras lo cual puedo trabajar en lo siguiente:
Podemos transformar nuestra relación con los recuerdos elaborando las emociones negativas asociadas, creando nuevas huellas a partir de emociones positivas, siendo conscientes de los aprendizajes que hemos realizado durante el proceso, que nos ha llevado, en la mayor parte de las ocasiones, a transformarnos en una versión más resiliente de quienes somos.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.