¿Descargas tus emociones?
Este domingo viajaba en autocar de regreso a casa, tras pasar el fin de semana fuera. De pronto, justo a la entrada de mi ciudad, el autocar empezó a frenar lentamente y todos levantamos la vista para observar lo que ocurría: un atasco que se adivinaba bastante largo. No creo que a nadie le gustara aquella situación, que parecía poder prolongarse bastante tiempo. Sin embargo, creo que a todos nos sorprendió la reacción de una de las pasajeras que, nada más frenar el autocar, sacó su móvil, hizo una llamada y en cuanto fue atendida empezó a “despotricar” sobre la situación con su interlocutor: “vaya.. (insulto) de autocares, si lo sé voy en tren, ya sabía que estos … (otro insulto) me iban a fastidiar, seguro que los… (un insulto más) me echan la bronca por llegar tarde“.
Utilizó un tono tan elevado que casi parecía gritar, así que llamó la atención de casi todos los viajeros. Repetía una y otra vez, cada vez más tensa, su discurso, elevando el tono y poniéndose de pie; daba la impresión de querer salir corriendo y llegar por su propio pie a su destino. Estaba claro que esta pasajera estaba muy enfadada, frustrada y desesperanzada, tal vez por no controlar la situación, al tiempo que parecía asustada por no poder llegar a tiempo a donde quiera que fuera. Sin embargo, al contrario de lo que intuitivamente pudiéramos pensar, contar lo que pasaba no le ayudaba a desahogarse, sino que parecía incrementar su sufrimiento.
Apenas 5 minutos después, descubrimos que solo era una retención de tráfico y todo se reanudó sin problemas, llegando a destino unos 15 minutos después de lo esperado. Desde el momento en que el autocar se movió, esa pasajera pareció relajarse y se despidió de su interlocutor, con aparente desgana y volvió a sentarse. De forma inmediata pensé en cómo se podría estar sintiendo el interlocutor, que había recibido una descarga emocional de alta intensidad.
Por otro lado, entre los pasajeros se había creado una atmósfera de tensión bastante evidente, puesto que durante todo este incidente el resto nos habíamos callado y dejado nuestras actividades (como leer o atender la película que iba puesta). Y al observar a mi alrededor en estos minutos tras la breve parada, vi que todos íbamos en silencio. Me pareció una clara situación de contagio emocional negativo. Pensé en la cantidad de veces que algún paciente, amigo o familiar, me ha contado su sufrimiento en los mismos términos: expresándose desde su emoción, en lugar de expresar sus emociones. Parece muy parecido, pero son formas de comunicación muy diferentes.
Es una creencia muy generalizada que “tenemos que expresar lo que sentimos”, porque guardárnoslo trae consecuencias negativas evidentes, premisa que como tendencia general me parece aceptable (algo que traté de explicar en esta metáfora: “Vasijas Emocionales“). Sin embargo, cuando hablamos desde nuestras emociones, como la rabia, la tristeza, el miedo, etc., nuestro discurso gira alrededor de dichas emociones y frecuentemente nos puede llevar a una pendiente hacia abajo: se intensifican nuestras emociones porque esta forma de discurso es circular y redundante, no lleva hacia ningún sitio; cuanto más repetimos el discurso, más se intensifican las emociones negativas. Responde claramente algunos porqués (el motivo por el que nos sentimos así), pero no enfatiza en ningún para qué (la función que cumple expresar lo que expreso). Y eso nos lleva a una buena pregunta: ¿para qué expresar nuestras emociones?
La primera respuesta intuitiva sería: “para sacarlas fuera y que no me hagan daño”; o “para compartir mi sufrimiento”; o “para descargarme”. Nuestras emociones tienen una función, nos ofrecen una información relevante (acerca de la situación o de nosotros mismos) y nos conectan con nuestras necesidades. Esta es una clave importante: a través de la identificación de nuestras emociones (qué sentimos) podemos conectarnos con nuestras necesidades (y cubrirlas).
Cuando hablamos desde nuestras emociones, no solo no identificamos y expresamos en voz alta qué sentimos (nombrar las emociones concretas), sino que no podemos conectar con nuestras necesidades (y cubrirlas o pedir a otros que nos ayuden).
Por eso, muchas veces, en consulta, la recomendación suele ser hablar de la emoción: identificarla, expresarla a los demás y así conectar con la necesidad que he de atender y cubrir. Para comunicar a los demás nuestras emociones, cuando hemos estado acostumbrados a comunicarnos desde nuestras emociones, puede resultar un poco complicado; una recomendación que hago a mis pacientes es utilizar una técnica llamada “Mensajes Yo“, que consiste en aplicar el siguiente esquema:
Yo me siento (y nombrar la emoción que experimento: enfadado, frustrado, triste, ansioso, decepcionado, etc.)….
… Cuando (y especifico la situación en la que me he sentido así)…
… Me gustaría (y expreso mi necesidad, una petición concreta que orienta al otro en el modo en que puede ayudarme).
La psicóloga Nikola Overall, de la Universidad de Auckland, en Nueva Zelanda, ha contrastado que en las relaciones de pareja, las personas tenemos dos estilos principales a la hora de afrontar una situación de ayuda:
- Apoyo nutritivo: que puede ser apoyar emocionalmente al otro, expresando cariño y amor, o infundiéndole confianza.
- Facilitación de la acción: a través de consejos prácticos o bien ofreciendo recursos a quien nos pide ayuda (hacer algo por él).
El problema en una relación concreta, sea en una pareja o en otro tipo de relación personal, está en el equilibrio de lo que yo necesito (para lo cual es necesario identificar la emoción y nombrarla), la petición que formule al otro, y el estilo de “ayuda” que la otra persona tenga como tendencia primaria. Por ejemplo, si yo me siento triste en una situación y necesito que otra persona me abrace (quiero apoyo emocional) pero esa persona tiene como estilo preferente dar un consejo o recomendación orientado a una solución (me ofrece algo que no busco), es posible que me sienta incomprendido, molesto y frustrado. Del mismo modo, quien intenta ayudarme percibe que no lo logra, por lo que podría sentirse también frustrado. ¿Habéis vivido algo así alguna vez?
En el ejemplo del autocar, la persona que hizo la llamada hablaba desde su emoción (posiblemente un conjunto de ellas: enfado, miedo, frustración…), con gran intensidad, sin hacer ninguna petición a su interlocutor. Cuando pensé en esa persona al otro lado del aparato, la imaginé sin saber qué decir o hacer para apoyar, ayudar o facilitar la solución. La persona del autocar se había descargado emocionalmente sobre su interlocutor. Y tuve la impresión de que ni ella, ni su interlocutor, ni ningún pasajero, se sintió mejor después de hacerlo.
¿Cómo puedo resolverlo? Hablando de mi emoción, expresándole a mi interlocutor lo que siento y lo que necesito. Formulando una petición concreta, de apoyo nutritivo o de consejo que facilite mis acciones, que ayude a cubrir mi necesidad, posiblemente podré sentirme mejor, puesto que es más posible que consiga lo que quiero si oriento al otro hacia esa necesidad. Del mismo modo, mi interlocutor sabrá qué siento, qué necesito y podrá orientarse hacia un estilo más adecuado de ayuda. A través de este estilo, parece que todos podemos salir ganando. Y tú, ¿te descargas o expresas tus emociones? ¿Hablas desde tu emoción o de tu emoción?
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Related Posts
Recuerdos y Emociones no Elaboradas
La memoria, la capacidad de recordar, es una de las más maravillosas funciones...
Sentirte querido
Habíamos llegado a esta cuestión de una forma muy natural, a través del relato de...
Pamplona en Positivo 2018: Día 1
"Las Emociones Positivas son el Capital Psicológico Acumulable". Barbara...
¿Depresión Post-parto o “baby blues”?
La tristeza que experimentan algunas mujeres tras dar a luz es bastante habitual...