Tu hija de 16 años ha salido con su grupo de amigas como todos los sábados. Su hora de llegada a casa son las 22:00 horas, pero son las 22:35 y aún no ha aparecido por casa. La has llamado al móvil pero está apagado.De repente, se oye la puerta y acudes para ver si es ella; al verla, está claramente bajo los efectos del alcohol…
Esta situación se puede producir con facilidad y de hecho, cada fin de semana, ocurre en diferentes hogares del mundo. Lo que, como padres, hagamos, tendrá consecuencias, como es obvio. Cuando se trata de la primera vez, hay que tener en cuenta que muchos factores que voy a mencionar no vuelven a estar presentes, al menos con igual intensidad. Las recomendaciones siguientes son importantes, pero también lo es adaptarlas a la relación previa y estilo de comunicación que hemos mantenido previamente con nuestr@ hij@:
- Hay que tener elaboradas preguntas “abre-ostras”, es decir, preguntas que no admitan una respuesta monosilábica por parte del adolescente.
- Deja que se explique, si quiere hablar; es importante que sea una conversación y que podamos saber qué ha ocurrido. El que la historia tenga lógica para nosotros no quiere decir que no tengamos que hablar de las consecuencias, de nuestros sentimientos, etc.
- Si no quiere hablar de ello, es un momento en el que nosotros hemos de utilizar mensajes yo, un estilo de comunicación que facilita la comprensión de nuestros sentimientos, el que nuestra hija se ponga en nuestro papel, en nuestro lugar, para que comprenda cómo pudimos sentirnos. Abandonamos así el papel de “acusadores” y “jueces” (“es que tú eres una irresponsable, por tu culpa pasé mala noche”, etc.), para generar comprensión: “yo ayer me sentí muy preocupado, angustiado, asustado…, cuando no respondías al teléfono, y estabas llegando tarde». Esta estrategia de comunicación no les pone a la defensiva (cosa natural, porque ya intuyen que les puede caer un buen castigo).
- Hacer referencia a las normas incumplidas; es importante que comprenda que ha roto no una, sino dos o más normas familiares: la de llegar a casa, la que regula quién sí y quién no puede beber y porqué, y que faltar a esas normas implica consecuencias que ya conocía (es bueno que sea así, pero si no lo es, es un momento magnífico para establecer las consecuencias). Ahora se trata de cumplir y que eso es hacerse mayor, responsabilizarse de las consecuencias de lo que hago.
La consecuencia, el castigo, ha de ser razonable: se tiene que poder cumplir y ha de ajustarse a las normas infringidas. Por ejemplo, decir algo como que se le prohíbe salir durante 2 meses, o que ya no puede ir con esos amigos, posiblemente generará una reacción muy negativa y también aumentará la probabilidad de que empiece a mentirnos. Tampoco es bueno decir “como ha sido una vez” y que no ocurra nada, hemos de procurar ser coherentes.
A pesar de ser una situación muy complicada y que genera mucho malestar, es una oportunidad magnífica para que podamos comunicarnos en el conflicto, hablar de lo que sentimos, acercarnos en la relación y ajustar la imagen de nuestra “niña” o «niño», que ya es un “adolescente”. Ha ocurrido una vez y hay que estar atentos, pero no se trata de generar una enorme alarma a partir de ello; por eso es tan importante escuchar qué ha ocurrido y ponernos en su lugar. Comprender lo ocurrido, mostrar coherencia en la aplicación de consecuencias y hablar desde lo que sentimos y desde nuestra posición de autoridad paterna, es decir, los fundadores de la familia y los guías con experiencia (no únicamente el “ordeno y mando”), pueden facilitar que esta experiencia sea una excepción y no la transformemos en un grave problema familiar.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.