Lo malo de lo bueno y lo bueno de lo malo
Durante los últimos 8 años, por estas fechas, a principios de año, he tenido el privilegio de participar como docente en un Programa Universitario de Postgrado, donde imparto un módulo sobre Psicología Positiva. Cada año, un grupo de alumnas nuevo me transmite su ilusión por aprender sobre Psicología Positiva; dedicamos unas horas a los modelos teóricos principales y su evolución, el contexto histórico, el estado actual de la investigación y, por supuesto, las aplicaciones prácticas en diferentes contextos, desde la educación hasta la terapia.
Cada año me sorprende comprobar cómo aparecen debates sobre las críticas hacia la Psicología Positiva que se repiten de forma estática: sus orígenes estadounidenses y la relación con el capitalismo, el excesivo individualismo de su enfoque, la relación inexistente con Mr. Wonderful y la positividad tóxica, etc. En el aula supone una oportunidad muy interesante de reflexionar juntos sobre estos asuntos, pero no puedo evitar pensar en la repetición cíclica, cada año, del mismo debate. Me da la impresión de que la ausencia de una estrategia de divulgación adecuada ha causado este efecto un tanto “perverso“: en el imaginario colectivo de la sociedad ha calado la idea de la Psicología Positiva es superficial, que consiste en unas “frasecitas positivas” comercializadas en tazas de café.
Desde que, en 1999, Martin Seligman hablara por primera vez de Psicología Positiva y de la intención de un grupo de psicólogos de estudiar los aspectos agradables de la vida, siempre se ha dejado claro que el objetivo es buscar un equilibrio entre los aspectos desagradables, disfuncionales y negativos de la vida, y los aspectos agradables, funcionales y positivos de la misma. Cuando supe por primera vez de la existencia de la Psicología Positiva, corría el año 2005, cuando estudiaba el primer año de mi Master en Psicología Clínica y de la Salud. Todo lo que empecé a investigar desde entonces, todo lo que leía, remarcaba constantemente la intención de buscar el equilibrio en la experiencia humana. Del mismo modo que estudiamos los problemas psicológicos, ¿por qué no estudiar también lo que hace que la vida merezca la pena? Igual que estudiamos el malestar, ¿por qué no estudiar el bienestar?
“La Psicología Positiva es el estudio científico del funcionamiento humano óptimo“.
Como estudiante, hasta ese momento, siempre me quedaba la sensación de que había todo un desarrollo teórico, unas herramientas prácticas y eficaces de intervención, para reducir el malestar…, pero una vez conseguido, ¿se supone que el bienestar aparecía? ¿La eliminación del malestar suponía la aparición del bienestar? Cuando empecé a trabajar con pacientes me acompañaba una sensación que observaba cuando las personas reducían su malestar: me daba cuenta de que en muchos casos el bienestar no aparecía solo por eliminar el malestar. Es más, algunos pacientes no sabían de qué modo podían cultivar su propio bienestar.
Uno de los descubrimientos más interesantes que han constatado en diferentes universidades del mundo es que el bienestar y el malestar no son una línea dentro del mismo continuo, sino que son dos líneas, dos variables independientes, lo que significa que aunque se reduzca o elimine el malestar, el bienestar no tiene porqué aparecer. Esto supone que, desde el punto de vista de las intervenciones, se pueden proponer estrategias que permitan reducir el malestar combinadas con otras que faciliten el desarrollo del bienestar, de forma complementaria.
En los 24 años que han transcurrido desde la primera propuesta formal de estudiar los aspectos “positivos” de la experiencia humana, la Psicología Positiva como ámbito de la investigación científica nos ha ofrecido muchos resultados interesantes, útiles y sostenibles para desarrollar el bienestar en las personas y los grupos. Cada vez más personas, en todo el mundo, están investigando y aplicando desarrollos cuyo enfoque principal es la Psicología Positiva, ofreciendo resultados interesantes en culturas tan distintas como la estadounidense, la surcoreana, la australiana, la india o la europea. Los contextos sociales y culturales son estudiados cada vez con más detalle, se tienen en cuenta en la implementación de aplicaciones para que sea posible encontrar una serie de intervenciones sistemáticas que ayuden a desarrollar el bienestar en las personas dentro sus contextos. Por ejemplo: ¿qué condiciones son necesarias para que llevar un Diario de Gratitudes genere una respuesta de bienestar sostenible? ¿Es igual para todo el mundo o depende de sus circunstancias?
Un descubrimiento que siempre me ha fascinado es el de la Adaptación Hedónica, que es la tendencia humana a acostumbrarse a los estímulos agradables y positivos, de tal modo que pasado un tiempo pierden intensidad hasta casi no generar ningún efecto en nosotros. Este concepto explica porqué deja de resultarnos estimulante ciertos estímulos placenteros, porqué nos cansamos de las rutinas de bienestar y porqué necesitamos variarlas o introducir novedades en nuestras vidas cada cierto tiempo. Podríamos aquí hablar de lo malo de lo bueno, en relación al hecho de que las cosas que nos gustan pueden llegar a aburrirnos. Desde este punto de vista, hay quien propondría incrementar los estímulos exponencialmente y así mantener los niveles de malestar; sin embargo, lo que los diferentes estudios al respecto muestran es todo lo contrario. Un exceso de estímulos potencialmente positivos puede tener un efecto tan negativo en nosotros como una falta de estímulos positivos. Es necesario, una vez más, encontrar un equilibrio particular para mantener un nivel de bienestar subjetivo adecuado.
Los diferentes estudios sobre el hiperoptimismo, que conlleva una toma de decisiones temeraria con potenciales resultados catastróficos, así como la dificultad para manejar emociones eufóricas y agradables espontáneas tras un periodo de malestar prolongado, señalan la necesidad, una vez más, de un equilibrio en el funcionamiento óptimo en las personas. De eso va la Psicología Positiva, de equilibrio, de ampliar la mirada mas allá de la reducción del malestar, de valorar y apreciar lo bueno de nuestras vidas, sin exigirnos una experiencia de felicidad plena y constante.
En esa búsqueda de equilibrio, en ese camino hacia el funcionamiento óptimo, también hemos de aprender a ver lo bueno de lo malo. Uno de los mayores malentendidos, donde más polémica surgen en casi cualquier ocasión en la que participo de una conversación o debate sobre Psicología Positiva, es sobre la cuestión de las emociones. Cuando cualquier profesional de la psicología habla de emociones positivas o emociones negativas, no está, bajo ningún concepto, insinuando que hay unas emociones “buenas” y unas emociones “malas”. Sin embargo, el debate estéril que surge de ahí tiene que ver con el intento de “colarnos” que la Psicología Positiva pretende únicamente hablar de emociones positivas, potenciar las emociones positivas e ignorar las emociones que no entren en la categoría de “positiva”. No he conocido ningún especialista en este campo que haya hecho este tipo de afirmaciones JAMÁS.
Tal vez podríamos hablar de “Emociones Agradables” y “Emociones Desagradables”, o bien de “Emociones Eufóricas” y “Emociones Disfóricas”. Creo que la terminología es menos relevante que el uso que hagamos de la misma.
Todas las emociones son funcionales y nos ayudan a adaptarnos a los diferentes contextos y situaciones de la vida. Lo bueno de experimentar tristeza, lo bueno de experimentar ansiedad, lo bueno de experimentar ira, es que cada una de esas emociones está diseñada evolutivamente para ayudarnos a adaptarnos. Cada emoción, agradable o desagradable, contiene una información útil acerca de nosotros mismos y de la situación en la que estamos, y parte del trabajo con las emociones es aprender a reconocer y comprender dicha información. Experimentar tristeza o asco es tan importante y adaptativo como experimentar alegría o tranquilidad. Las funciones específicas que tienen estas diferentes emociones sí son distintas, así como sus mecanismos de influencia. Y hay que aprender a gestionarlas, unas y otras. Ya he hecho referencia anteriormente a un mal manejo de las emociones eufóricas si no estoy acostumbrado a experimentarlas: puede tener consecuencias catastróficas.
Este año he querido escribir sobre las sensaciones que tengo al respecto de la falta de evolución en las críticas hacia la Psicología Positiva y la percepción que existe socialmente sobre ella. La vinculación que las personas hacen de Psicología Positiva y Mr. Wonderful, el positivismo tóxico o la autoayuda, no hacen sino profundizar en mi idea de una mayor implicación en la labor de divulgación, desde mi pequeño lugar en el mundo. Creo que quienes nos dedicamos a la Psicología, y quienes trabajamos desde el ámbito de la Psicología Positiva, tenemos que aceptar la responsabilidad de divulgar mejor sobre nuestro trabajo, sobre las investigaciones en las que se basa nuestro trabajo, y hacerlo con más frecuencia y claridad. Tal vez este post sea mi forma de establecer una Declaración de Intenciones respecto a 2023. Espero que estas reflexiones iniciales sean solo el punto de partida, que os genere curiosidad e interés y que abramos un debate constructivo entre quienes tenemos interés en el ámbito de la Psicología Positiva.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MoreResponsabilidad y Libertad
Hace unos meses me encargaron un proyecto para ayudar a los adolescentes a sobrellevar la situación derivada de la pandemia por el Covid-19, en el ámbito de una Escuela de Familias de un Instituto de Educación Secundaria. Una de las intervenciones giraba en torno a la Responsabilidad. Como no podía realizar un taller presencial y no podía desplazarme a dicho centro, me pidieron grabarme en vídeo hablando del tema, en formato Charla TED: breve, concisa e invitando a la reflexión.
Ante los hechos acontencidos en las últimas horas en mi país, España, derivados de la finalización del Estado de Alarma el pasado 9 de año, he decidido liberar una parte de esa charla para reflexionar aquí, en mi blog, sobre la relación entre Responsabilidad y Libertad. Y me gustaría hacerlo en primera persona, como si te lo estuviera contando a ti. Espero que te guste:
Me gustaría reflexionar contigo sobre un concepto importante pero que tal vez nunca te hayas parado a considerar. Y hoy es un concepto de máxima actualidad, porque tiene una enorme influencia en tu vida y en la mía, porque refleja cómo es nuestro mundo, nuestra sociedad compleja e interconectada. Me gustaría reflexionar sobre la Responsabilidad.
En primer lugar, me gustaría señalar algo obvio pero necesario: todo lo que decidimos hacer, todo lo que hacemos, tiene consecuencias. Nuestras acciones tienen siempre un resultado.
La Responsabilidad tiene como base la aceptación de las consecuencias de nuestras decisiones y nuestros actos. La aceptación es un paso más allá de la mera comprensión. Una persona puede comprender lo que puede llegar a ocurrir cuando toma una decisión, pero tal vez le cueste aceptarlo cuando el resultado se produce. Ser responsable supone, por tanto, aceptar los resultados que han acontecido a través de nuestras propias decisiones.
Ser responsable tiene una relación directa con tres capacidades:
- Capacidad para tomar decisiones: quien no puede o no sabe tomar decisiones, no puede ser considerado alguien responsable. Eso no significa que la persona que no puede o no sabe tomar decisiones, no tenga que asumir las consecuencias de lo que hace. Muchos comportamientos de algunas personas son irresponsables porque no se basan en una decisión consciente y racional.
- Capacidad para anticipar las consecuencias de nuestros actos: si no somos capaces de imaginar qué ocurrirá cuando decidimos algo, cuando hacemos algo, entonces tampoco estamos siendo responsables. Del mismo modo que antes, aunque no puedas anticipar las consecuencias, nada las evita, y tendrás que asumirlas igualmente.
- Capacidad para retrasar la recompensa: en muchas situaciones de la vida, los refuerzos no son inmediatos sino diferidos, aparcen tras sostener un comportamiento determinado durante un tiempo, de manera que es una muestra de responsabilidad ser capaz de esperar a que llegue la recompensa.
Ser responsables implica ir adquiriendo y perfeccionando estas capacidades, pero el no mostrarlas en plenitud, el no tenerlas desarrolladas, no nos libera del peso de las consecuencias, puesto que ellas son independientes de nuestra percepción de responsabilidad. De hecho, muchos de los aprendizajes que nos llevan a responsables derivan de la aparición de consecuencias que no esperábamos, de la experiencia de tomar decisiones cuyo resultado no nos agrada y, por supuesto, de vernos en la obligación de esperar a recibir una recompensa deseada.
La Responsabilidad depende del momento evolutivo en el que nos encontremos, puesto que al tratarse de una habilidad relacionada con la anticipación de consecuencias, es necesario un desarrollo adecuado de los lóbulos prefrontales de nuestro cerebro. Sin embargo, todos tomamos decisiones y tenemos capacidad de anticipar consecuencias desde muy temprano en nuestra vida, aunque existe y debe haber un progresivo perfeccionamiento de las habilidades que nos llevan a convertirnos en personas plenamente responsables.
Durante la adolescencia se producen modificaciones en nuestros cerebros que ayudan a ir adquiriendo una mayor complejidad en su funcionamiento, de manera que en esta etapa hemos de favorecer en lo posible la responsabilidad progresiva, adaptada a las posibilidades de cada uno, con el objetivo de favorecer la capacidad de hacerse cargo de sí mismo, por un lado, y de vivir en sociedad, por otro.
En el último año nos ha tocado vivir a todos una situación insólita, más cerca de una película de ciencia-ficción que de lo que hubiéramos esperado cualquiera de nosotros: una pandemia. Esta situación colectiva, que nos afecta a todos en todo el planeta, tiene una relación directa con el tema de la responsabilidad. Una vez confirmada la situación de pandemia, hemos tenido que ir tomando decisiones de forma jerárquica, de manera que hemos visto cómo, para no contraer el virus, enfermar o contribuir a su proliferación, nos metíamos en casa durante casi tres meses, sin apenas salir, sin ir al colegio, al instituto, o al trabajo (excepto algunos casos, los llamados trabajadores esenciales), sin ver a nuestros amigos o familiares, y observando cómo todo cambiaba ante nuestros ojos.
¿Cómo tomamos esa decisión, la de confinarnos en casa? Está claro que aquí la acción del Gobierno de España tuvo una influencia fundamental, puesto que puso en marcha el Estado de Alarma Nacional. Pero, ¿nos quedamos en casa solamente porque era obligatorio? ¿Porque temíamos las sanciones en caso de salir de casa? ¿O puede ser que comprendiéramos, desde el principio (o más adelante), que era una forma de prevenir los contagios? ¿Lo decidimos porque teníamos miedo a enfermar y morir? ¿Lo decidimos porque temíamos que enfermaran nuestros seres queridos?
Las personas que tomaron su decisión porque tenían miedo a enfermar, ¿estaban siendo responsables? En parte sí, aunque su responsabilidad era exclusivamente individual, se basaba en la anticipación de su propio sufrimiento, en la protección de su propia vida. Y eso, como hemos visto antes, está bien, dado que uno de los aprendizajes de la responsabilidad es hacerse cargo de uno mismo. Sin embargo, un aspecto más importante en el aprendizaje de la responsabilidad está más allá de nosotros mismos, tiene que ver con la capacidad para anticipar cómo nuestras decisiones afectarán a los demás. Esa responsabilidad prosocial es la que hemos de desarrollar para salir de esta situación de forma segura. Porque todos estamos conectados.
Cuando terminó el confinamiento poco a poco fuimos retomando algunas actividades cotidianas, pero con restricciones de todo tipo: usando mascarillas, lavándonos las manos con más frecuencia, procurando mantener una distancia física con los demás para evitar el contacto, e innumerables condiciones que han ido cambiando conforme las cifras iban disminuyendo o incrementando. Fue un cambio tremendo en nuestras rutinas, en nuestras costumbres más habituales. ¿Alguno de vosotros habría apostado porque llevaríamos mascarilla por la calle hace un año?
Nos adaptamos a vivir así. Es verdad que no es fácil. Es más, es muy duro. Vemos cómo nuestras vidas han cambiado radicalmente en los últimos 12 meses y no nos gusta; echamos de menos nuestro anterior estilo de vida y es comprensible. A pesar del enfado, de la rabia contenida, de la frustración, del deseo de recuperar espacios donde vivir como lo hacíamos, la mayoría seguimos comportándonos de manera que cumplimos con las restricciones, a pesar del enorme cambio que hemos tenido que asumir.
¿Por qué seguimos cumpliendo las normas, incluso cuando a veces nos han podido parecer difíciles de comprender? Porque tenemos la capacidad de anticipar consecuencias. ¿Qué pasaría si decidiéramos que, como es demasiado duro, vamos a hacer lo que nos parezca mejor para nosotros mismos? Imaginad, por ejemplo, que decido no utilizar más las mascarillas. ¿Qué ocurriría? En primer lugar, estaría asumiendo un riesgo individual, la posibilidad de ser contagiado, que enferme, que acabe en el hospital, etc. Por otro lado, podemos pensar en las posibles sanciones económicas que podría conllevar, por ejemplo, si pretendo utilizar el transporte público sin mascarilla; contando con que me dejaran entrar en la estación de metro o de tren, en el autobús, me arriesgaría a que me multaran y me expulsaran. Esta es una forma de anticipar consecuencias, de manera que podría pensar: “bueno, me la pongo para entrar en el metro y cuando salga en mi estación, me la quito”. Estaría cumpliendo las normas en ese momento sí, pero, ¿estaría siendo responsable?
Ser responsable se relaciona con la capacidad de anticipar múltiples consecuencias, sobre todo las que tienen que ver con los demás. ¿Cómo afectará mi decisión a las personas con las que vivo, con las que me relaciono, con las que voy a cruzarme cada día? Si soy completamente responsable, es decir, tomo mi decisión de forma consciente y aceptando las consecuencias de mis actos, estoy entonces asumiendo que puedo contagiarme y contagiar a quienes viven conmigo, que puedo hacer enfermar a mis abuelos y tal vez se mueran por mi decisión, que tal vez contagie a otros que a su vez hagan enfermar a otros muchos. ¿Cómo os sentís al pensar que otras personas pueden enfermar o morir por vuestra decisión y vuestros actos?
Es ahí donde la Responsabilidad Prosocial se convierte en un factor de protección en una situación como la que estamos viviendo. Cuando las personas os piden que seáis responsables os están pidiendo precisamente esto, que cultivéis la capacidad de anticipar las consecuencias de vuestras decisiones, de vuestras acciones, antes de ejecutarlas. Y, como todos vivimos en sociedad, la empatía, la compasión, la tolerancia a la frustración, la creatividad para construir nuevas formas de relacionarnos y vivir, serán recursos que tendremos que utilizar en el camino.
Quizá una de las reflexiones más importantes que podemos hacer acerca de la Responsabilidad es precisamente que está conectada con la Libertad. Vivir es una responsabilidad y ésta tiene que ver con el ejercicio de la libertad en sociedad. Aquel que es responsable, anticipa las consecuencias de sus decisiones y actos porque imagina cómo afectará a las personas de la sociedad en la que vive, y decide teniendo en cuenta lo que es mejor para sí mismo y para los demás con quienes convive en sociedad. Quien se comporta con este grado de Responsabilidad Prosocial es alguien libre. Y lo es porque acepta las consecuencias de su decisión y porque aunque no le guste hacerlo, demora la recomenpensa: acepta que, para proteger a su familia, a sus vecinos, a sus amigos, a sus conciudadanos, lo mejor es llevar mascarilla, verse menos, relacionarnos en lugares al aire libre, mantener la distancia física cuando estamos juntos, lavarse más las manos, etc.
Cumplir las normas que desde la comunidad científica se han recomendado es una muestra de la aceptación de mi Responsabilidad Prosocial. Decidir demorar mis deseos de contacto social, de llevar a cabo las actividades de ocio que antes podía hacer cuando quería, limitar mis actividades porque tengo en cuenta el impacto que tendrán en mi familia, en mi barrio, en mi comunidad, es un acto de Libertad y de Responsabilidad. Van unidas y son inseparables. Quien no actúa con responsabilidad no es libre.
Dado que como todas nuestras decisiones y acciones tienen consecuencias, aplicar nuestra Responsabilidad Prosocial es la manera más eficaz de influir positivamente en la convivencia con los demás. Podemos actuar sin pensar en qué vendrá a continuación, o podemos pensar solamente en nuestro beneficio, sin importar las consecuencias, y estaremos actuando de forma irresponsable. Pero estoy bastante seguro de que la mayoría de vosotros sois personas que deseáis dejar una huella positiva a vuestro alrededor, que deseáis encontrar un camino en el que influir de forma constructiva en el mundo en el que vivimos. Muchos de vosotros estaréis involucrados, de una manera u otra, en alguna causa de algún tipo. En la situación de pandemia mundial en la que estamos involucrados, son todas las tensiones que estamos experimentando en el último año: ¿de qué forma te gustaría contribuir a construir nuestra convivencia?
Tras lo vivido en los últimos días he pensado mucho si debía seguir “guardando” esta reflexión o compartirla para quien desee leerla. Finalmente he decidido omitir un par de párrafos, que estaban destinados al grupo de personas concreto a quienes me dirigía inicialmente. Es un texto sin ninguna pretensión, salvo tal vez invitar a reflexionar sin rabia, sin odio, sobre cómo podemos posicionarnos y seguir viviendo juntos, sintiéndonos seguros y respetando nuestras diferencias. Necesitamos utilizar nuestra autorregulación emocional y ponerla al servicio de la convivencia con los otros. Entiendo el cansancio de todo esto, entiendo el enfado por las diferentes razones que nos llevan a ello, pero seamos responsables y pensemos que juntos, entre todos, cuidándonos mutuamente, llegaremos antes a un escenario donde poder disfrutar de nuevo de todo lo que hemos estado demorando. Y al hacerlo así, también seremos libres.
Tony Corredera.
Learn MoreLa Importancia de la Supervisión Profesional en Psicología
Durante mi formación como psicólogo especialista en clínica y salud, un elemento fundamental en esos primeros meses y años fue la supervisión profesional; mis supervisoras fueron referencias clarificadoras para mí en los primeros casos que tuve que afrontar hace 13 años.
Cuando estás empezando tu carrera profesional, sentirte seguro es un lujo al alcance de muy pocas personas; en cada nuevo caso, estás nervioso, deseas ayudar a esa persona que ha acudido a ti y hacer un buen trabajo. Aprender a gestionar las emociones derivadas de esta situación, para no perder de vista lo que realmente importa, es esencial. ¿Qué importa y no debemos perder de vista? Escuchar al cliente/paciente, entender lo que nos cuenta y nos solicita, clarificar para qué ha venido y qué desea conseguir, de manera que nosotros podamos decidir si estamos “cualificados” para afrontar la situación.
Pero, ¿qué es estar cualificado? ¿Tener todas las respuestas? ¿Saber de todos los problemas que puedan aparecer en cada sesión? Seguramente quien se plantee sentir este grado de cualificación, nunca se percibirá realmente “cualificado” para comenzar a trabajar en el campo de la psicología clínica y de la salud.
Sistemáticamente en los últimos 14 años he conocido compañeros y compañeras que buscaban una seguridad que es imposible construir hasta que no comienzas a trabajar: se formaban en un postgrado tras otro, pero nunca daban el paso de comenzar la práctica profesional en consulta.
Cuando, 2 años después de terminar mi Master en Psicología Clínica y de la Salud, una de mis mentoras me ofreció la oportunidad de ser Supervisor de alumnos del master, me pareció inicialmente una locura. ¿Estoy preparado para guiar a otras personas en este proceso? Sin embargo, el desafío y la oportunidad eran enormes. Durante 3 años ocupé ese puesto y he de señalar que pude aprender mucho. Por ejemplo:
- Casi todas las personas que empiezan a ejercer sienten las mismas inseguridades y recurren a soluciones similares: quieren saber el protocolo concreto para atender un “trastorno” o un “problema” concretos, de manera que leen y revisan libros y artículos que hablan de esos diagnósticos. A menudo, esto supone que pueden encontrar respuestas puntuales que les ayudan a resolver una situación de consulta o, por el contrario, al buscar una “etiqueta diagnóstica” demasiado rápido, han invertido mucho esfuerzo en saber sobre un tema muy concreto que después descubren que es irrelevante para lo que el cliente/paciente les plantea.
- Muchas personas comparten la sensación de “no estar preparados”, de sentirse abrumados y no saber cómo empezar. La pregunta más recurrente era: “¿y si…?”, y a continuación se describía una situación imposible de predecir la mayoría de las veces. Por ejemplo, “¿y si el paciente no trae las tareas?” (antes de conocer por primera vez a un paciente) o “¿y si esta técnica no da resultado?” (antes de haberla pautado al paciente). Estas preguntas, por otro lado totalmente razonables, son una muestra de cómo intentamos controlar lo incontrolable.
- Los alumnos deseaban construir su seguridad profesional en base a protocolos y, cuando éstos no funcionaban como esperaban, algunos volcaban su frustración con el propio paciente, siendo más agresivos en la sesión: “pues si no hace esto, no sé cómo espera mejorar“.
Todo esto me hizo reflexionar sobre la importancia de la Supervisión, tanto desde una perspectiva técnica como desde una perspectiva emocional. Aprender a gestionar nuestra posición como psicólogos dentro de una relación terapéutica ha de estudiarse y desarrollarse tanto como los conocimientos técnicos basados en la evidencia para intervenir en unas problemáticas de manera eficaz y en tiempo breve.
Si estás empezando tu carrera como psicólogo clínico y de la salud, lo más recomendable es que supervises tu praxis desde el primer día. Nuestra formación es permanente, puesto que más allá de postgrados, es recomendabe acudir a Seminarios y Sesiones Clínicas. Todos estos pasos de formación continua son muy importantes y necesarios, aunque estén relacionados, la mayoría de las veces, con aspectos de intervención clínica desde el punto de vista técnico. Creo que también es muy importante valorar nuestra formación epistemológica, para ser capaces desde ahí de construir el esqueleto teórico y técnico al servicio de los objetivos de nuestros clientes/pacientes.
Sin embargo, insisto en la idea de que el espacio de Supervisión es esencial para crecer y ser conscientes de nuestros progresos.
Conforme avanza la experiencia profesional, el papel de la supervisión también va modificándose:
- Inicialmente es una Supervisión Técnica: planteamiento de los casos, ayuda con la selección de técnicas de intervención, seguimiento de la evolución, dirigir situación en las que nos atascamos, cómo gestionar situaciones complicadas durante una sesión…
- Más adelante, la Supervisión se va centrando también en aspectos relacionados con el Posicionamiento Terapéutico: la construcción de la alianza terapéutica, las emociones que sentimos en las sesiones, los procesos de transferencia y contratransferencia, así como el efecto que genera nuestra profesión en nuestras vidas personales.
Cuando empezamos a dominar el “esqueleto” de la evaluación y el planteamiento de los casos, empieza a ser necesario revisar y trabajar la comunicación durante las entrevistas de manera diferenciada de la comunicación durante la intervención, así como nuestro “posicionamiento” frente al paciente (cómo nos sentimos en las sesiones, cómo afecta a nuestra vida personal) para prevenir burnout y otros trastornos emocionales que podemos sufrir como consecuencia del ejercicio de nuestra profesión.
Después de todos estos años de trabajo, sigo siendo un apasionado de nuestra profesión. He sido testigo de cómo algunas personas que empezaron a estudiar la carrera con la misma pasión que yo, o que empezaron a ver pacientes con la misma dedicación y pasión que yo, se han ido quemando poco a poco hasta abandonar por completo la psicología.
Creo que en algunos casos, haber tenido un espacio de supervisión habría podido guiarles hacia otro camino, no sé si necesariamente hacia otro resultado, pero desde luego sin el malestar con que algunos han acabado sintiendo hacia la profesión de la psicología clínica y de la salud.
Si amas nuestra profesión y estás comenzando, no lo dudes, busca a un profesional que te supervise y ayude a desarrollar tus habilidades y recursos profesionales.
Tony Corredera
Director de Crecimiento Positivo
Learn MorePamplona en Positivo 2018: Día 2
“Un amigo es alguien que ve en ti más posibilidades de las que tú mismo ves, alguien que te ayuda a ser la mejor versión de ti mismo“.
Sheryl Sandberg
Tras las intensas emociones experimentadas en la Jornada del día 19, el sábado 20 de octubre prometía ser igual de intenso. Para ese segundo día, Iosu Lazcoz y el equipo de Pamplona en Positivo habíamos ideado un itinerario de talleres que podía experimentarse de diferentes maneras: se podía elegir asistir a todos, o solamente a aquellos que fueran de verdadero interés para uno mismo. Diseñamos una hoja de ruta con 5 talleres, que daba comienzo a las 11 de la mañana y que terminaría sobre las 20:30, organizados de tal manera que daba tiempo a desplazarse por Pamplona para asitir a todos y cada uno de ellos. El reto, para la organización, ha sido enorme y apasionante a partes iguales. Una ciudad entera, a través de algunos de sus lugares más emblemáticos, daba cabida a esta idea de empoderar a las personas con recursos psicológicos basados en la evidencia. ¿Verdad que suena bien?
Mientras desayunábamos, Iosu y yo recibimos la primera gran noticia del día a través de un mensaje de Belén Galindo: el Diario de Navarra nos había dedicado una página entera del periódico del sábado a la Jornada del día anterior, en el Museo de Navarra. Y para mi sorpresa, ¡el artículo entero estaba dedicado a mi ponencia! ¡Qué ilusión y qué manera de empezar el sábado! Si ya estaba motivado por el ser el primero en abrir la jornada de talleres del sábado, esta noticia me subió en una nube de emociones positivas de la que ya no pude bajar en todo el día. Podéis leer el artículo pinchando aquí.
Cuando se organizan talleres como los que habíamos ideado, tras una intensa jornada como la del viernes, siendo el primero del sábado, y se ofrecen de forma gratuita, como era el mío, uno siempre tiene dudas sobre si habrá suficientes personas para realizarlo. En este caso las dudas se disiparon minutos después de llegar al Café Iruña, donde ya nos esperaban tomando café unas 10 personas; habíamos reservado el famoso “Rincón de Hemingway“, con la idea de ponerme tras la barra de ese rincón, a impartir mi taller “Creando Relaciones Positivas“.
Llevo años trabajando en este ámbito, documentándome y desarrollando ideas basadas en mi experiencia como psicólogo; muchas consultas, tanto de tipo de individual, como de pareja o de familia, tienen como objetivo principal mejorar las relaciones. Dado que para este taller disponía de 1 hora únicamente, traté de hacerlo lo más dinámico posible, dando un pequeño encuadre teórico inicialmente, para después ofrecer recursos de creación, mantenimiento y gestión de las relaciones humanas con un objetivo compartido: crecer dentro de las relaciones. Estar detrás de una barra de cafetería impartiendo un taller, sin material audiovisual de apoyo, con los asistentes repartidos en los diferentes rincones de esa sala, algunos sentados, otros de pie, compartiendo risas y aprendizajes, ha sido una de las mejores experiencias que he tenido en mi vida. A todas las personas que estuvisteis allí esa mañana: ¡GRACIAS!
El segundo taller del día, “Valores Navarros en Clave Musical“, fue impartido por Edita Olaizola, en colaboración con dos maravillosas violinistas del Conservatorio Pablo Sarasate y celebrado en el Nuevo Casino de la Plaza del Castillo. Tras una encuesta realizada unos meses antes del evento, Edita nos sorprendió a los asistentes con una reflexión sobre los valores que los propios navarros destacan de sí mismos como conjunto; cada reflexión a la que nos invitaba Edita suponía realmente un profundo pensamiento acerca de la importancia de conocer los valores para desarrollar sentido de pertenencia a un grupo. ¿Cómo no sentirse orgulloso de las personas de navarra tras este taller? Por supuesto, la música que acompañó al taller fue sencillamente maravillosa: talento musical, que estremece la piel, al servicio de una fascinante reflexión dirigida por Edita.
Tras esto, parada para comer. Y, nuevamente, igual que en la jornada anterior, ponentes y asistentes, todos juntos, compartiendo unos pinchos, unas risas y muchas emociones positivas.
Lo cierto es que no podíamos relajarnos mucho porque tras la comida teníamos que trasladarnos al Castillo de Gorraiz, donde la fantástica Cristina Rubio nos esperaba para impartir su taller “Menú Optitud“: una pequeña disertación sobre aquellos alimentos que potencian la acción de la serotonina en nuestro cerebro y facilitan las emociones positivas. Además, el taller contaba con la presencia de uno de los Chefs del hotel, que tuvo a bien enseñarnos a preparar una receta en directo.
Fue también un momento muy interesante y agradable (y sabroso, estaba realmente rica la ensalada de salmón), puesto que este Chef era un ejemplo de Resiliencia y capacidad para buscar nuevos horizontes en su vida. Siempre he pensado que una jornada de formación, sea cual sea el formato, el momento más delicado viene después de la comida; a los asistentes suele entrarles algo de sueño y esto dificulta volver a coger el ritmo. Sin embargo, Cristina nos enganchó rápidamente a su propuesta, que fue muy dinámica y entretenida.
Tras este taller, el grupo que estaba compartiendo todos los talleres del día se trasladó a La Catedral de Pamplona donde tendrían lugar los dos últimos talleres; el diseño de la jornada permitía ir a todos los talleres, como dije antes, así que el nivel de intimidad, emoción positiva compartida y complicidad iba creciendo entre quienes estábamos acudiendo a todas las propuestas.
El siguiente taller, “La Optitud: ¿se nace o se hace?” fue planteada como una conversación entre Iosu Lazcoz, creador del concepto Optitud, y la periodista Belén Galindo. Asimismo, servía para presentar en sociedad los dos nuevos libros de ambos: Iosu presentaba “Optitud ante la Adversidad” y Belén “Gente Op“. Fue una conversación deliciosa, alejada de una “venta de libros” al uso. Ambos compartían sus vivencias y experiencias relacionadas con la Optitud, de manera que haciendo gala de su generosidad, nos ofrecieron algunas claves que han descubierto en sus viajes, en sus trabajos, en sus vivencias, para una vida más plena y feliz.
Cuando terminó este taller, mientras preparábamos las cosas para el último del día, caí en la cuenta de que llevábamos sin parar de compartir aprendizajes más de 8 horas, un grupo de al menos 20 personas. En cada taller había personas que no iban a todo, pero se mantenía ese grupo que estábamos compartiendo cada momento. A mi, personalmente, me parece impresionante que las cosas se dieran así.
El último taller fue toda una sorpresa para mí. Quizá porque no sabía qué esperar, aunque Iosu me había hablado de maravilla del mismo. “Positive Wine Sweetology” fue una sorpresa no solamente por el contenido, un planteamiento totalmente distinto al de una cata normal y corriente, sino porque sus ponentes, el propio Iosu Lazcoz y Javier Bañales, supieron utilizar las metáforas adecuadas sobre el cuidado del vino y el cuidado de las personas: tal vez necesitemos cosas similares y al mismo tiempo conviene invertir los valores en la ecuación. Valorar un vino por sus cualidades positivas en lugar de por sus defectos tiene el mismo impacto que valorar a una persona por sus fortalezas en lugar de por sus errores. La reflexión de Javier, desde su experiencia como enólogo, nos orientó hacia una reflexión sobre lo que importa en la relación con las personas: respeto, cuidado, valoración y disfrute compartido. Un lujo de taller, en el que, por supuesto, pudimos disfrutar del “maridaje” de vino y dulces.
Tras los meses que han pasado desde que terminó Pamplona en Positivo, creo que no puedo sino confesar que lo que hemos vivido ha sido un acto de generosidad de Iosu Lazcoz, en el que hemos podido conocerle mejor, a través de la propuesta de una jornada de 2 días y en la que se han podido observar algunas de sus mejores cualidades: generosidad, trabajo en equipo, liderazgo, capacidad de amar, sentido del humor y mucha vitalidad.
Desde aquí quiero darte las GRACIAS, así en mayúscula, por la oportunidad maravillosa de vivir esta experiencia, de sacarle todo el jugo, de conocer a personas maravillosas que ya forman parte de mi corazón. Estamos acostumbrados a concebir 3 grandes objetivos para una vida plena: tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. No es que me parezca mal como planteamiento. Sin embargo, Iosu ha alcanzado la excelencia con este regalo que pudimos experimentar el 19 y 20 de Octubre: compartió su alma con nosotros y nos facilitó un escenario donde dar lo mejor de nosotros mismos, donde todos fuimos aprendices y maestros, donde compartimos lo mejor de la vida y lo vivimos con total plenitud: las relaciones humanas.
Tony Corredera
Director de Crecimiento Positivo
Learn MoreCómo conseguir tus metas a través del Optimismo
Los próximos días 19 y 20 de Octubre vamos a celebrar en la ciudad de Pamplona el evento #PamplonaenPositivo, en el que participo activamente como parte de la Dirección Científica y ponente en ambos días. Mi socio Iosu Lazcoz, el auténtico motor de este proyecto es quien ha hecho posible que podamos desarrollar un evento de este calibre. Junto con él, mucha otras personas, en mayor o menor medida, están contribuyendo a que este evento sea inolvidable. Te recomiendo que no te lo pierdas, va a ser inspirador y emocionante: ¡vente!
Desde mi blog, comparto el siguiente post que fue originalmente publicado en www.eventosenpositivo.com, donde también puedes comprar tus entradas para asistir a nuestro evento:
El Optimismo ha pasado por una época en la que ha sufrido “mala reputación“. Durante demasiado tiempo se ha dado por válida la afirmación siguiente: “yo no soy pesimista ni optimista, soy realista“. Muchos intelectuales, académicos y referentes culturales y sociales han abrazado el discurso pesimista y dicho discurso ha acabado pareciendo que es el más razonable. “Piensa mal y acertarás“, sería el corolario mediante el cual se expresa mejor esta tendencia tan extendida de un tiempo a esta parte.
Lo curioso del asunto es que cuando diseccionamos el término Optimismo y estudiamos en profundidad sus mecanismos de acción, nos damos cuenta que incluso el más recalcitrante pesimista ha de utilizar determinadas herramientas para alcanzar sus objetivos en la vida. Una de estas herramientas, es la predisposición a considerar el mejor resultado posible y las acciones planificadas que me acercan progresivamente hacia mis metas. Esto es lo que, en esencia, hace una persona optimista cuando ha de encarar un desafío o alcanzar un objetivo.
Sobre Optimismo y otras Fortalezas Personales asociadas os hablaré el próximo día 19 de Octubre en mi ponencia “Cómo conseguir tus metas a través del Optimismo“, dentro del Congreso Pamplona en Positivo, del que me siento enormemente orgulloso y agradecido de pertenecer.
La frase que aparece a la izquierda, mayoritariamente atribuida a Henry Ford en redes sociales (y según otras fuentes, a Confucio), parece uno de esos ejemplos a partir de los cuales el Optimismo parece haberse ganado su mala reputación. En mi trabajo como psicólogo, sin embargo, me encuentro con mucha frecuencia que la primera razón por la que algunas personas no consiguen sus objetivos es porque no lo intentan. ¿Y por qué no lo intentan? Porque se han convencido de que, simplemente, no podrán conseguirlo.
Muchas de estas personas a las que hago referencia están experimentando lo que se conoce en psicología como Indefensión Aprendida, la percepción de que haga lo que haga, el resultado siempre será el mismo: el fracaso. Así que estas personas no lo intentan. ¿Alguien se siente identificado? Estoy seguro de que todas las personas hemos tenido alguna vez esa sensación. Un puesto de trabajo para el que no nos sentíamos preparados; una persona que nos gusta mucho pero con la que nos asusta hablar; una tarea que nos han presentado de forma tan compleja que parece solo al alcance de un genio. ¿Pensar que podré hacerla mágicamente me dejará preparado para afrontarla? NO. El Optimismo no es pensar en positivo, no es creer que lo puedo todo y de pronto ya es posible.
Es importante contar con herramientas específicas para que esta percepción no dure demasiado tiempo y reaccionar de una forma diferente. Pensar que es posible afrontar una situación puede orientarme hacia la búsqueda de soluciones específicas, a la puesta en práctica de dichas soluciones y a no rendirme ante la posibilidad de que no lo resuelva a la primera. Durante la ponencia hablaremos de cómo el Optimismo, la Perseverancia, el Autocontrol o la Perspectiva, como Fortalezas Personales que podemos aprender a potenciar en nosotros, nos orientarán hacia la consecución de nuestras metas y también hacia un mejor afrontamiento de las adversidades.
Tras 12 años trabajando con personas que necesitan ser escuchadas, resolver problemas, alcanzar metas y desarrollar habilidades de afrontamiento, creo que es momento de compartir con quienes estéis en Pamplona en Positivo el próximo día 19, algunas claves prácticas que nos ayudarán en nuestros objetivos vitales y nos generarán una mayor sensación de capacidad, bienestar y resiliencia. ¡Os espero entusiasmado!
Tony Corredera.
Director Científico de Pamplona en Positivo.
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Sentirte querido
Habíamos llegado a esta cuestión de una forma muy natural, a través del relato de las actividades que había estado realizando en la última semana:
- “¡Qué majos que son mis amigos! Con lo lejos que viven y se acercaron a mi barrio solo para verme…”.
- “Es verdad, decidieron ir a verte, ¿es que habitualmente no lo hacen así?”.
- “No, soy yo la que me muevo siempre; ya sabes, soy un culo inquieto”.
- “Entonces, ¿qué ha cambiado esta vez? ¿Porqué han decidido ir ellos a verte en este caso?”.
- “Bueno… es que… como habíamos hablado la última vez en consulta… se lo pedí“.
- “Ahora entiendo. Entonces tus amigos han ido a verte porque se lo has pedido, a pesar de que, como dices, viven en otros barrios, lejos de ti”.
- “Sí…”.
- “Y, aunque viven lejos, solo por pedírselo: ¿han acudido a tu llamada? ¿Sabes porqué han respondido tan positivamente?”.
- “Es que son muy majos…”.
- “Sí, es verdad que lo has dicho. Pero, más allá de lo majos que son, ¿porqué han ido a acompañarte, a arroparte, a estar contigo en este momento tan delicado?
- (tras unos segundos de silencio) “Pues… porque me quieren“.
- “Qué interesante: entonces han ido a verte porque te quieren. ¿Y porqué crees que te quieren?”.
- “Es que yo los quiero mucho también…”.
- “Eso es cierto. Quieres mucho a tus amigos. Ya me has contado algunas veces los detalles que tienes, cómo les cuidas, cómo les tratas… Sin embargo, en este caso son ellos los que, rompiendo con la pauta, te están arropando a ti, porque se lo has pedido, porque te quieren, porque….”.
- “… ¿Porque me lo merezco?…”.
- “¿Es una pregunta? ¿Me preguntas si te mereces que te quieran?”
- (sonriendo) “… No, lo afirmo: me merezco que me quieran mucho“.
- “Claro, te mereces que te quieran, que te arropen cuando lo necesitas… Y por primera vez estás rompiendo tu pauta, pidiendo que te cuiden, que te acompañen, que te animen. Así es como funciona: si pides lo que necesitas, si muestras tu vulnerabilidad, los demás tienen la oportunidad de demostrarte lo mucho que te quieren. Como acabas de comprobar”.
Este diálogo, que he tenido decenas de veces en estos 10 años de trabajo, representa una de las situaciones que más comúnmente me he encontrado en algunas personas que esperan que los demás se den cuenta de sus necesidades… Paradójicamente son personas que habitualmente tienen la iniciativa de ayudar a los demás, se muestran generosos con su tiempo y su dedicación a las relaciones familiares y de amistad, y ofrecen una imagen de autosuficiencia que podría interpretarse como que “siempre están bien”. Conviene recordar que, aunque casi siempre estemos bien, TODOS necesitamos sentirnos queridos.
A veces, conviene recordarnos que nos merecemos el amor de quienes nos rodean, para que nos resulte un poco menos difícil pedir a esas personas que nos muestren su cariño: un abrazo, un reconocimiento, un oído que escucha… Puede parecer simple, aunque no siempre resulte sencillo de llevar a cabo.
No esperes a que los demás se den cuenta de tus necesidades. Quiérete lo suficiente para pedir aquello que necesitas. Si, como las personas que están representadas en el diálogo del inicio, han cuidado mucho sus relaciones, verán cómo su entorno responde de maneras que no habrían imaginado. Porque recuerda: te mereces que te quieran.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MoreLa Paradoja del Ataque de Pánico
Desde hace unos años, pero de forma mucho más frecuente durante 2017, muchas personas que han acudido a la consulta para resolver una demanda relacionada con los Ataques de Pánico. Al consultar a otros colegas de profesión hemos constatado un incremento significativo de las consultas relacionadas con problemas de ansiedad, especialmente relacionadas con Ataques de Pánico. La prensa también se ha hecho eco sobre el creciente problema de la ansiedad en nuestra sociedad; podéis leer un interesante artículo aquí.
Muchos pacientes manifiestan que sus experiencias iniciales de Ataque de Pánico han sido tan desagradables, tan terribles, que llegaron a pensar que estaban sufriendo un infarto, que podían morirse. En muchos casos, las personas alrededor acababan llamando al 112 y siendo antendidos por personal sanitario de una ambulancia y siendo trasladados a Urgencias. Esta misma experiencia, en muchos casos, confirma a los propios pacientes que algo muy malo podría pasar.
Uno de los casos que atendí el año 2017 contaba que su primer ataque de pánico fue tan intenso que llamaron a una ambulancia y le trasladaron a Urgencias. Allí, el personal sanitario activó el protocolo diagnóstico habitual que trata de descartar la posibilidad de un infarto de miocardio: le hicieron un Electrocardiograma (ECG) y tras descartar el infarto le administraron un ansiolítico (un fármaco que trata los síntomas de ansiedad, reduciendo, en el mejor de los casos, la respuesta fisiológica del organismo).
Durante todo el proceso, el traslado en ambulancia, el ECG, la “breve” espera hasta confirmar diagnóstico (30 minutos en total, lo que considero una respuesta muy efectiva), el paciente no recibió ninguna información, ninguna comunicación sobre lo que estaba ocurriendo. De manera que su interpretación durante todo el proceso: “me estoy muriendo, me está dando un infarto, y estas pruebas lo confirman” fue configurando el MIEDO que posteriormente acaba convirtiéndose en la variable de mantenimiento más importante que explica la aparición de los siguientes ataques de pánico.
(No quiero que se interprete esta observación como una crítica hacia los servicios de emergencia, ni mucho menos. Yo mismo durante el año 2016 acudí 2 veces a urgencias por fuertes dolores en el pecho y pasé ambas veces por el protocolo anteriormente descrito. En mi caso, era una lesión en mi espalda que acabó provocando dolor en múltiples zonas de mi espalda y torso).Las variables que explican el primer ataque de pánico y las variables que mantienen los siguientes ataques de pánico suelen ser diferentes. De hecho, es así para la mayoría de los problemas psicológicos que atiendo en la consulta: lo que origina el problema no suele tener que ver mucho con lo que lo mantiene. Y los cambios que son posibles para superar esos problemas, incluyendo el ataque de pánico, tienen que ver con la modificación de las variables que mantienen el problema: cambiando la conducta, la manera de afrontar esas situaciones, se puede superar el problema.
Si os habéis fijado, he hablado de miedo y ansiedad como conceptos diferentes, aunque tienen relación de influencia entre sí. Muchas personas que conozco utilizan ambos términos como sinónimos, para referirse a experiencias que abarcan desde los pensamientos, las creencias, las reacciones fisiológicas, las emociones… Más allá de la preferencia de un profesional sanitario y su modelo de referencia (modelo médico, modelo psicológico bio-psico-social, etc.), he visto que muchos de mis pacientes se sienten confusos cuando hablan de sus experiencias de ansiedad, de sus ataques de pánico.
En la fase inicial del tratamiento, lo que muchos de mis colegas llamamos “psico-educación” tratamos de, tras evaluar el problema, clarificar términos con el paciente y crear un lenguaje común que facilite la comprensión de cómo funciona el problema. En esta fase, y basándome en la propuesta de tratamiento para los Ataques de Pánico del psicólogo italiano Giorgio Nardone (1), considero que resulta útil utilizar de manera diferente los términos ansiedad y miedo; así ayudamos al paciente a identificar mejor lo que le ocurre y qué tipo de herramienta utilizar:
- Entendemos por Ansiedad todas las reacciones fisiológicas del organismo: respiración entrecortada, pulso acelerado, taquicardia, tensión muscular, etc.
- El Miedo son las percepciones, pensamientos e interpretaciones que hacemos sobre la situación, tanto antes, durante, como después de las manifestaciones fisiológicas del organismo.
Eliminando la “confusión” terminológica, facilitamos que los pacientes reconozcan mejor lo que les ocurre y utilicen las herramientas apropiadas para cada ocasión.
Lo que ocurre en muchos casos antes de que los pacientes acudan a la primera consulta es que ha habido muchos más Ataques de Pánico desde el primer ataque de pánico. La mayoría de los pacientes, a partir del primer ataque de pánico, desarrollan lo que se conoce como “miedo al miedo”, que, en el caso de la terminología que utilizo en la consulta, es tanto un “miedo a la ansiedad” (a los síntomas de ansiedad) como un “miedo al miedo” (es decir, miedo a estar en situaciones que puedan provocar ataques de pánico).
Es a partir de este momento, en un intento de controlar un nuevo ataque de pánico, que un porcentaje altísimo de esos pacientes desarrolla sus propias estrategias de afrontamiento ante la aparición de los síntomas que ellos identifican como un posible ataque de pánico:
- Evitar situaciones en las que se ha producido algún ataque de pánico, o que potencialmente les generen síntomas fisiológicos de ansiedad.
- Escapar de situaciones en las que sienten que se están poniendo nerviosos o tienen síntomas de ansiedad.
- Ante cualquier cambio fisiológico interno, se autoexploran en busca de la confirmación de que están bien, o de que tienen ansiedad, o de que van a sufrir un nuevo ataque de pánico.
- Buscar ayuda para afrontar el miedo a las situaciones que podrían provocar ataques de pánico, pero de una forma disfuncional: solicitan ayuda para hacer cosas que podrían hacer sin esa ayuda, desarrollando una percepción de incapacidad y una potencial dependencia de los demás.
- Hacer ejercicios de respiración profunda. Esto provoca que, en el momento en el que sienten reacciones de ansiedad, presten una atención excesiva a su respiración, lo que también genera una mayor atención al resto de reacciones fisiológicas, lo que acaba creando la percepción de miedo a perder el control. Esta estrategia de respiración profunda, o los ejercicios de relajación muscular progresiva, pueden funcionarle a algunas personas, pero en mi experiencia profesional distan mucho de ofrecer resultados universales.
Estas mismas estrategias son, en gran medida, las que mantienen el problema y provocan un efecto paradójico: en el intento de controlar sus ataques de pánico, autoexplorándose, tratando de relajarse y respirar profundo, acaban perdiendo el control y sufriendo nuevos ataques de pánico.
Es algo que me he encontrado en la consulta en el 90% de casos cuya demanda principal eran los ataques de pánico. Si en la primera fase del tratamiento, que como señalé antes, llamamos “psico-educación“, aclaramos los términos y los pacientes discriminan mejor lo que les está ocurriendo, la adherencia al tratamiento posterior, que siempre tiene matices diferentes, es mayor.
Y esto es importante, porque muchos pacientes que sufren ataques de pánico de forma recurrente han aprendido unas herramientas de gestión disfuncionales pero a las que les resulta muy complicado renunciar. Hablarles del efecto paradójico del intento de control que lleva al descontrol, y que tienen que renunciar a seguir haciendo lo que habitualmente hacen, les genera un poco de (o mucha) intranquilidad. Una vez descubierta esa paradoja (que cuanto más tratan de controlarlo, más incontrolable parece) se trata de utilizar las herramientas adecuadas a cada una de las variables habituales que mantienen el problema. Si utilizamos una herramienta para enfrentarnos al miedo cuando lo que sentimos es una reacción fisiológica de ansiedad, seguramente no funcionará; del mismo modo, si tenemos pensamientos intrusivos de miedo y los afrontamos con una técnica de reducción de la ansiedad, seguramente tampoco funcionará.
Una adecuada evaluación (para descubrir cómo se mantiene el problema), junto a la fase de psico-educación anteriormente explicada, y una adecuada selección de técnicas para el afrontamiento de la ansiedad, por un lado, y del miedo, por otro, serán el camino para resolver el problema de los ataques de pánico de forma rápida y eficaz (2).
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
(1) Podéis saber más sobre el tratamiento de los Trastornos de Ansiedad propuesto por el Profesor Giorgio Nardone, de la Escuela de Terapia Breve Estratégica de Arezzo en los siguientes libros:
(2) También recomendamos la lectura del manual de “Terapia Cognitiva para Trastornos de Ansiedad“, de David A. Clarck y Aaron T. Beck.
Learn MorePseudociencias, gurús y sus peligrosos efectos (I)
Cuando estudiaba mi Master en la Especialización en Psicología Clínica, redacté un pequeño artículo para la clase de “Desvinculación de Sectas”, en el que reflexionaba sobre el efecto que los Grupos de Manipulación Psicológica y las diferentes (y demasiado extendidas) Pseudociencias tenían en la población en general y, concretamente, en los grupos de riesgo: personas que están sufriendo, que se sienten perdidas, que no encuentran su lugar en el mundo y que no consiguen ver su “sentido vital”. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez? Todos somos susceptibles de atravesar un momento complicado en nuestras vidas y es en ese momento, en ausencia de ciertos factores de protección, cuando los mensajes pseudocientíficos, en boca de una persona con autoridad, pueden tener efectos explosivos. Os dejo ese artículo, de 2005, aquí.
Hace mucho tiempo que deseaba escribir sobre este tema, pero el impulso lo he recibido al escuchar la terrible historia real de una buena amiga mía. Tener una enfermedad cuyo nombre, en el imaginario colectivo, se asocia inmediatamente con la muerte, es suficientemente duro como para que, además, profesionales de la salud te CULPEN de dicha enfermedad:
- Afirmar que tu cáncer es el resultado de un “problema emocional sin resolver” es una falacia y una autética barbaridad.
- Decir que “si tu tumor mide 6 centímetros, entonces es que hace 6 años te ocurrió algo que no has resuelto“, es una estupidez directamente.
Estas son las afirmaciones que un médico, una psicooncóloga y alguna enfermera hicieron a mi amiga; son afirmaciones procedentes de la Bioneuroemoción, una teoría sin fundamento científico y sin estudios que avalen sus afirmaciones. Pinchando aquí, podéis leer un informe de RedUne (Asociación para la prevención de la manipulación sectaria) sobre Bioneuroemoción (1).
Sin embargo, incluso para alguien con formación científica, en un momento de sufrimiento y desesperanza, supone un impacto emocional negativo recibir mensajes como los anteriores. Creo que debemos ser más exigentes y supervisar la proliferación de modelos de intervención pseudocientíficos, que crean más dolor, dependencia y sufrimiento que soluciones.
“Culpabilizar a quien está sufriendo una enfermedad es inmoral“.
Uno de los objetivos, para el psicólogo Ramón Bayés, de las profesiones relacionadas con el cuidado de personas enfermas (por ejemplo, la medicina, la psicología de la salud o la enfermería) es perseguir la excelencia en el trato con el paciente. Esto es ir mucho más allá de curar la enfermedad, va más allá del maravilloso principio hipocrático “ante todo, no hagas daño”.
Culpar a un paciente de sus propios problemas, de sus enfermedades supone generarle más emociones negativas, supone crearle otro problema más. La excelencia en el trato con pacientes supone empatía en su máxima expresión, respeto por su sufrimiento y profesionalidad en la ayuda; esta última parte exige recursos basados en la evidencia.
“Cuando estamos en el hospital, enfermos, temiendo por nuestra vida y a la espera de una cirugia aterradora, tenemos que confiar en los médicos que nos tratan. Si no lo hacemos así, la vida se vuelve muy complicada“.
Henry Marsh, Médico Cirujano.
El psicólogo social Stanley Millgram demostró la influencia de las figuras de autoridad en los procesos de obediencia, en sus famosos experimentos desarrollados en las décadas de los 60 y 70 del siglo XX. Lo que se descubrió es que cualquier persona, bajo el influjo de una figura de autoridad (por ejemplo, un médico, un científico, etc.), es capaz de llevar a cabo conductas que entrarían habitualmente en conflicto con su conciencia personal. Podéis ver un vídeo interesante al respecto pinchando aquí.
¿Qué podemos hacer entonces? ¿Desconfiamos del médico o del profesional de ayuda? ¿Hemos de acudir a varios profesionales al mismo tiempo? ¿Nos quedamos con que, aunque no esté funcionando una terapia, se hacía con “buena intención”?
Cuando hablamos de sufrimiento humano, no podemos quedarnos en las intenciones. Tener buena intención no es un método terapéutico validado científicamente. Algunas personas tienen entre sus características la cualidad de ser persuasivos, de ser inspiradores en sus palabras, y provocar emociones positivas entre quienes les escuchan. De este modo, a través de la mezcla entre la necesidad por mensajes sencillos e impactantes que tienen muchas personas (es posible que todos deseemos que la vida sea más sencilla de lo que la percibimos cuando sufrimos) y la existencia de personas con gran capacidad comunicativa, proliferan autoproclamados “Gurús” que, con “buena intención“, lanzan argumentos pseudocientíficos, invalidados por investigaciones recientes o directamente falsos. Nuevamente, debemos ser exigentes y responsables con esta situación y no mirar a otro lado.
En mi experiencia profesional, han acudido a mi consulta con cierta frecuencia personas que han pasado por tratamientos pseudocientíficos de diverso tipo, hechos por personas sin formación científica, cuyo resultado ha acabado siendo terrible: la cronificación de sus problemáticas previas. De igual modo, he atendido a personas que han leído algún libro de autoayuda, siguiendo sus recomendaciones al pie de la letra sin una mejora de su problemática, lo que les ha llevado a considerar que “no tienen solución”. Cuando una persona sufre y, a través del contacto directo con su terapeuta, llega a la conclusión de que su problema es culpa suya, que no tienen solución o que no quieren resolverlo, está creando un segundo problema “de la nada”. Esta forma de actuar no es “casual”, sino que forma parte de la metodología de los Gurús Pseudocientíficos: primero te desmoralizan, te despojan de esperanza, para luego autoerigirse como los únicos capaces de ayudarte a resolver tus problemas. La consecuencia de este proceso es la creación de una dependencia hacia el terapeuta o gurú.
Una de las bases esenciales de una psicoterapia basada en la evidencia es que no parte del principio de infalibilidad. Hay variables dentro de una terapia que hacen que los avances sean más lentos o más rápidos, que se pueda progresar de un modo u otro, que no tienen que ver con la “perfección” del modelo terapéutico; una alianza terapéutica frágil, falta de experiencia con un tipo de demanda por parte del profesional, falta de conocimientos específicos en un área de intervención, resistencias del paciente y del terapeuta… Pocos profesionales reconocen los porcentajes de “fracaso terapéutico”: aquellas situaciones en las que, a pesar de actuar con profesionalidad, no se consiguen los resultados deseados.
Tratar a los pacientes con humanidad, empatía y profesionalidad no tendría que ser un obstáculo para un profesional de la salud bien formado. Se puede ser un buen científico (utilizando teorías y métodos basados en la evidencia, sujetos a revisión permanentemente) y al mismo tiempo tratar con cuidado, cercanía, comprensión y compasión a las personas que ponen su confianza en tus manos, que esperan que les ayudes a alcanzar sus objetivos y reducir su sufrimiento. Reconocer que no sabemos todo, que podemos equivocarnos, que tal vez haya otros profesionales mejor cualificados, son formas de reconocimiento de lo prioritario en la relación terapéutica: el respeto a la dignidad de nuestros pacientes.
Tony Corredera
Director de Crecimiento Positivo
(1) La teoría de la Bioneuroemoción y sus defensores defienden el origen emocional de las enfermedades como el cáncer. El presidente de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), Miguel Martín ha afirmado la pasada semana (octubre 2017) que “no hay datos que avalen el origen emocional del cáncer“.
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