Lo malo de lo bueno y lo bueno de lo malo
Durante los últimos 8 años, por estas fechas, a principios de año, he tenido el privilegio de participar como docente en un Programa Universitario de Postgrado, donde imparto un módulo sobre Psicología Positiva. Cada año, un grupo de alumnas nuevo me transmite su ilusión por aprender sobre Psicología Positiva; dedicamos unas horas a los modelos teóricos principales y su evolución, el contexto histórico, el estado actual de la investigación y, por supuesto, las aplicaciones prácticas en diferentes contextos, desde la educación hasta la terapia.
Cada año me sorprende comprobar cómo aparecen debates sobre las críticas hacia la Psicología Positiva que se repiten de forma estática: sus orígenes estadounidenses y la relación con el capitalismo, el excesivo individualismo de su enfoque, la relación inexistente con Mr. Wonderful y la positividad tóxica, etc. En el aula supone una oportunidad muy interesante de reflexionar juntos sobre estos asuntos, pero no puedo evitar pensar en la repetición cíclica, cada año, del mismo debate. Me da la impresión de que la ausencia de una estrategia de divulgación adecuada ha causado este efecto un tanto “perverso“: en el imaginario colectivo de la sociedad ha calado la idea de la Psicología Positiva es superficial, que consiste en unas “frasecitas positivas” comercializadas en tazas de café.
Desde que, en 1999, Martin Seligman hablara por primera vez de Psicología Positiva y de la intención de un grupo de psicólogos de estudiar los aspectos agradables de la vida, siempre se ha dejado claro que el objetivo es buscar un equilibrio entre los aspectos desagradables, disfuncionales y negativos de la vida, y los aspectos agradables, funcionales y positivos de la misma. Cuando supe por primera vez de la existencia de la Psicología Positiva, corría el año 2005, cuando estudiaba el primer año de mi Master en Psicología Clínica y de la Salud. Todo lo que empecé a investigar desde entonces, todo lo que leía, remarcaba constantemente la intención de buscar el equilibrio en la experiencia humana. Del mismo modo que estudiamos los problemas psicológicos, ¿por qué no estudiar también lo que hace que la vida merezca la pena? Igual que estudiamos el malestar, ¿por qué no estudiar el bienestar?
“La Psicología Positiva es el estudio científico del funcionamiento humano óptimo“.
Como estudiante, hasta ese momento, siempre me quedaba la sensación de que había todo un desarrollo teórico, unas herramientas prácticas y eficaces de intervención, para reducir el malestar…, pero una vez conseguido, ¿se supone que el bienestar aparecía? ¿La eliminación del malestar suponía la aparición del bienestar? Cuando empecé a trabajar con pacientes me acompañaba una sensación que observaba cuando las personas reducían su malestar: me daba cuenta de que en muchos casos el bienestar no aparecía solo por eliminar el malestar. Es más, algunos pacientes no sabían de qué modo podían cultivar su propio bienestar.
Uno de los descubrimientos más interesantes que han constatado en diferentes universidades del mundo es que el bienestar y el malestar no son una línea dentro del mismo continuo, sino que son dos líneas, dos variables independientes, lo que significa que aunque se reduzca o elimine el malestar, el bienestar no tiene porqué aparecer. Esto supone que, desde el punto de vista de las intervenciones, se pueden proponer estrategias que permitan reducir el malestar combinadas con otras que faciliten el desarrollo del bienestar, de forma complementaria.
En los 24 años que han transcurrido desde la primera propuesta formal de estudiar los aspectos “positivos” de la experiencia humana, la Psicología Positiva como ámbito de la investigación científica nos ha ofrecido muchos resultados interesantes, útiles y sostenibles para desarrollar el bienestar en las personas y los grupos. Cada vez más personas, en todo el mundo, están investigando y aplicando desarrollos cuyo enfoque principal es la Psicología Positiva, ofreciendo resultados interesantes en culturas tan distintas como la estadounidense, la surcoreana, la australiana, la india o la europea. Los contextos sociales y culturales son estudiados cada vez con más detalle, se tienen en cuenta en la implementación de aplicaciones para que sea posible encontrar una serie de intervenciones sistemáticas que ayuden a desarrollar el bienestar en las personas dentro sus contextos. Por ejemplo: ¿qué condiciones son necesarias para que llevar un Diario de Gratitudes genere una respuesta de bienestar sostenible? ¿Es igual para todo el mundo o depende de sus circunstancias?
Un descubrimiento que siempre me ha fascinado es el de la Adaptación Hedónica, que es la tendencia humana a acostumbrarse a los estímulos agradables y positivos, de tal modo que pasado un tiempo pierden intensidad hasta casi no generar ningún efecto en nosotros. Este concepto explica porqué deja de resultarnos estimulante ciertos estímulos placenteros, porqué nos cansamos de las rutinas de bienestar y porqué necesitamos variarlas o introducir novedades en nuestras vidas cada cierto tiempo. Podríamos aquí hablar de lo malo de lo bueno, en relación al hecho de que las cosas que nos gustan pueden llegar a aburrirnos. Desde este punto de vista, hay quien propondría incrementar los estímulos exponencialmente y así mantener los niveles de malestar; sin embargo, lo que los diferentes estudios al respecto muestran es todo lo contrario. Un exceso de estímulos potencialmente positivos puede tener un efecto tan negativo en nosotros como una falta de estímulos positivos. Es necesario, una vez más, encontrar un equilibrio particular para mantener un nivel de bienestar subjetivo adecuado.
Los diferentes estudios sobre el hiperoptimismo, que conlleva una toma de decisiones temeraria con potenciales resultados catastróficos, así como la dificultad para manejar emociones eufóricas y agradables espontáneas tras un periodo de malestar prolongado, señalan la necesidad, una vez más, de un equilibrio en el funcionamiento óptimo en las personas. De eso va la Psicología Positiva, de equilibrio, de ampliar la mirada mas allá de la reducción del malestar, de valorar y apreciar lo bueno de nuestras vidas, sin exigirnos una experiencia de felicidad plena y constante.
En esa búsqueda de equilibrio, en ese camino hacia el funcionamiento óptimo, también hemos de aprender a ver lo bueno de lo malo. Uno de los mayores malentendidos, donde más polémica surgen en casi cualquier ocasión en la que participo de una conversación o debate sobre Psicología Positiva, es sobre la cuestión de las emociones. Cuando cualquier profesional de la psicología habla de emociones positivas o emociones negativas, no está, bajo ningún concepto, insinuando que hay unas emociones “buenas” y unas emociones “malas”. Sin embargo, el debate estéril que surge de ahí tiene que ver con el intento de “colarnos” que la Psicología Positiva pretende únicamente hablar de emociones positivas, potenciar las emociones positivas e ignorar las emociones que no entren en la categoría de “positiva”. No he conocido ningún especialista en este campo que haya hecho este tipo de afirmaciones JAMÁS.
Tal vez podríamos hablar de “Emociones Agradables” y “Emociones Desagradables”, o bien de “Emociones Eufóricas” y “Emociones Disfóricas”. Creo que la terminología es menos relevante que el uso que hagamos de la misma.
Todas las emociones son funcionales y nos ayudan a adaptarnos a los diferentes contextos y situaciones de la vida. Lo bueno de experimentar tristeza, lo bueno de experimentar ansiedad, lo bueno de experimentar ira, es que cada una de esas emociones está diseñada evolutivamente para ayudarnos a adaptarnos. Cada emoción, agradable o desagradable, contiene una información útil acerca de nosotros mismos y de la situación en la que estamos, y parte del trabajo con las emociones es aprender a reconocer y comprender dicha información. Experimentar tristeza o asco es tan importante y adaptativo como experimentar alegría o tranquilidad. Las funciones específicas que tienen estas diferentes emociones sí son distintas, así como sus mecanismos de influencia. Y hay que aprender a gestionarlas, unas y otras. Ya he hecho referencia anteriormente a un mal manejo de las emociones eufóricas si no estoy acostumbrado a experimentarlas: puede tener consecuencias catastróficas.
Este año he querido escribir sobre las sensaciones que tengo al respecto de la falta de evolución en las críticas hacia la Psicología Positiva y la percepción que existe socialmente sobre ella. La vinculación que las personas hacen de Psicología Positiva y Mr. Wonderful, el positivismo tóxico o la autoayuda, no hacen sino profundizar en mi idea de una mayor implicación en la labor de divulgación, desde mi pequeño lugar en el mundo. Creo que quienes nos dedicamos a la Psicología, y quienes trabajamos desde el ámbito de la Psicología Positiva, tenemos que aceptar la responsabilidad de divulgar mejor sobre nuestro trabajo, sobre las investigaciones en las que se basa nuestro trabajo, y hacerlo con más frecuencia y claridad. Tal vez este post sea mi forma de establecer una Declaración de Intenciones respecto a 2023. Espero que estas reflexiones iniciales sean solo el punto de partida, que os genere curiosidad e interés y que abramos un debate constructivo entre quienes tenemos interés en el ámbito de la Psicología Positiva.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
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