De la Soledad al Encuentro
“Es viernes por la tarde y el nivel de angustia va creciendo; mis planes se han venido abajo y el fantasma de la soledad aparece ante mí. Repaso mentalmente y me doy cuenta que estoy muy solo, que no tengo prácticamente a nadie con quien pueda contar. Las pocas personas que me vienen a la cabeza seguro que ya tienen planes. ¿Qué puedo hacer? Estoy solo y no se me ocure qué puedo hacer. Debería aprender a convivir con estos sentimientos, debo aprender a vivir solo, o acostumbrarme al menos…“.
Este es un relato ficticio, que ejemplifica numerosas conversaciones que he tenido en consulta en los últimos años. Personas que se sienten solas, abrumadas ante la idea de no tener con quién conectar, de no vislumbrar una solución a ese sentimiento que, poco a poco, se ha convertido en su gran miedo.
A finales del año 2015, leí un estudio que afirma que 4 millones de personas en España “se sienten solas“. El dato resulta abrumador, sobretodo si observamos que estudios similares en otros países muestran una tendencia similar. En EEUU, otro estudio del que me habló mi amiga y compañera Teresa Falls, se ha observado un decremento del número de personas significativas que forman parte de la vida de los ciudadanos encuestados. Se ha pasado de tener entre 1 y 3 conexiones significativas, a tener entre 0 y 1 conexiones.
En el estudio realizado en España, se discrimina bastante acertadamente entre diversas tipologías de soledad, que van desde el hecho de “vivir solos” por elección, “vivir solos” porque perciben no tener otra opción, “sentirse solos” en compañía de personas con quienes conviven o se relacionan, así como “sentirse solos” como resultado de un aislamiento social real. En este caso hablamos de una soledad no deseada y sufrida, que hace referencia a la percepción de no tener conexiones y vínculos significativos con otras personas. En los últimos años muchas personas que han pedido ayuda profesional en la consulta, tenían como demanda, de un modo u otro, la soledad.
Estar solo y sentirse solo, aunque frecuentemente pueden confundirse, son experiencias muy diferentes que vienen marcadas por un modo particular de percibir la situación:
- Sentirse solo estando en compañía de otras personas: algunas personas la consideran la peor forma de soledad, puesto que les lleva a pensar que el problema es exclusivamente suyo. Este tipo de percepción genera doble sufrimiento: sufro porque me siento solo y sufro por creer que es culpa mía, por una incapacidad para “conectar”.
- Sentirse conectado y disfrutar en compañía de otras personas: es lo que mayoría de las personas deseamos, conectar con otros, vincularnos de forma significativa y disfrutar de nuestras relaciones interpersonales.
- Sentirse solo estando en compañía de uno mismo, es decir, físicamente solo: es la forma más frecuente en la que gran parte de las personas experimentan la soledad no deseada, asociada al aislamiento y al sufrimiento. Entran en contacto con ella cuando están físicamente solos, cuando no están acompañados.
- Sentirse bien, disfrutando, estando en compañía de uno mismo: en algunos contextos se la conoce como “soledad buscada” y sucede cuando deliberadamente queremos estar con nosotros mismos y nos sentimos bien al hacerlo, puesto que, aunque no sea en este momento, nuestra percepción de estar conectados a otros, se mantiene.
El sentimiento de soledad, para muchas personas, puede tener su origen en un modo particular de percibir la situación en la que se encuentran en ese momento; cuando centramos la atención exclusivamente en pensamientos como “estoy solo“, “no tengo a nadie“, “no le importo a nadie“, la sensación de soledad y desconexión incrementa.
Del mismo modo, esas percepciones generan consecuencias que provocan frecuentemente un empeoramiento de la situación: la percepción de soledad nos bloquea, no ponemos en marcha acciones que cambien la situación, como llamar a un amigo, de manera que incrementamos el aislamiento y la sensación de soledad.
Desde hace mucho tiempo se sabe que los seres humanos somos animales sociales, como casi todos los primates. Sin embargo, no todos tenemos las mismas preferencias a la hora de relacionarnos con los demás, del mismo modo que no todos sabemos disfrutar de estar con nosotros mismos a solas de la misma manera. Es importante aprender a alcanzar un equilibrio saludable partiendo de nuestra preferencia: hay personas que prefieren mayoritariamente estar en compañía de familiares, amigos, pareja, compañeros de trabajo, etc., mientras que otras, pueden tener una gran preferencia y reservarse grandes espacios para estar a solas. En ambos casos, hemos de procurar que exista un equilibrio entre el tiempo que dedicamos a nuestras relaciones interpersonales y el tiempo que dedicamos a estar solamente en compañía de nosotros mismos.
Un elemento importante para alcanzar este equilibrio es respetar nuestra preferencia y no exigirnos “lo que los demás consideran mejor”; en numerosas ocasiones he visto cuestinarse las propias preferencias a personas que parecían disfrutar de las mismas, solo porque otras personas las han considerado “raras” o diferentes.
La soledad es más que un estado emocional, es un aprendizaje que forma parte inevitable de la vida: hemos de aprender a convivir con nosotros mismos, a disfrutar de esa convivencia y hacer de ella un espacio de crecimiento. Hoy por hoy concebimos la soledad como una vivencia negativa, asociada frecuentemente con otros problemas y siempre con connotaciones peyorativas. Parece que “estar solo” se hubiera convertido en un indicador de perturbación emocional y social. El equilibrio entre estar solo y cultivar relaciones interpersonales es un descubrimiento personal que ha de basarse en una sana conexión con nuestras emociones, puesto que éstas cumplen la función de descubrirnos nuestras necesidades. A partir de la detección de nuestras necesidades estaremos en disposición de elegir, partiendo de nuestra preferencia, si quedarnos a solas o buscar la compañía de otras personas que nos importen.
Es fácil que ese equilibrio se pierda. En consulta me encuentro muchas personas que sufren con la soledad que han creado al desprenderse de todas sus relaciones poco a poco, así como personas que han creado relaciones interpersonales basadas en la dependencia. Las relaciones interpersonales nos exponen a numerosos riesgos, como el rechazo, la exigencia, la incomprensión…, pero también nos permiten la posibilidad de conectar con otros y experimentar el amor, la amistad, el apoyo, el consuelo, la alegría compartida…
En el camino de aceptar la soledad como parte de la vida, hay un elemento que nos puede facilitar el equilibrio entre las relaciones significativas con otros y la construcción de una relación significativa con nosotros mismos: el encuentro. Encontrarse con otra persona supone un ejercicio de curiosidad y apertura, en el que estamos dispuestos a adentrarnos en el universo de creencias y experiencias del otro; supone un abandono temporal de mis convicciones para abrirme a otras posibilidades. En el encuentro existe la posibilidad de conectar y crecer, pero no siempre sucede; a veces, el encuentro no se repite y sin continuidad no podemos dar recorrido ni profundidad a una relación. Ni siquiera con nosotros mismos.
El factor que mejor explica, a través de mi experiencia de los últimos años, el que las personas nos sintamos cada vez más solas es la ausencia de encuentro. Un encuentro requiere tiempo, dedicación y presencia. El auge de las redes sociales virtuales, la velocidad a la que procesamos vivencias y la incesante búsqueda de nuevas sensaciones, provoca que imposibilitemos el encuentro con los demás… y también con nosotros mismos. Sin encuentro no podemos conectar, y sin conexiones no podemos sino sentir el acoso de esa soledad que nos genera sufrimiento.
Siempre me ha gustado la expresión “cultivar las relaciones”. Cualquier cultivo requiere tiempo y dedicación, cariño y paciencia. Me resulta muy agradable pensar que son 4 factores importantes para que las relaciones florezcan. El único antídoto contra la soledad sufrida es el encuentro, lo que implica un cambio en el modo en que enfocamos parte de nuestras vidas: menos velocidad y más paciencia, más relaciones en persona y menos relaciones virtuales… Para ir de la soledad al encuentro he de aceptar la posibilidad de que no siempre suceda lo que deseo, de no encontrarme con los otros, pero que invariablemente, si aprendo a disfrutar de una buena relación conmigo mismo, el impacto de la soledad no será el sufrimiento, sino el autodescubrimiento.
Tony Corredera.
¿Sabes que vamos a celebrar dos talleres sobre Relaciones Positivas este mes de octubre de 2019? Uno será en Pamplona el 5 de Octubre y el otro será en Madrid el 19 de Octubre. ¿Quieres saber más sobre estos talleres?
Learn MorePosponiendo la pasión… para centrarme en la presión
Hace más o menos un mes, recibí una invitación que me hizo muchísima ilusión: impartir una charla sobre Psicología Positiva en un Instituto de Educación Secundaria, con alumnos de 2º de Bachillerato. El profesor de la asignatura optativa “Psicología” estaba contactando con profesionales de la psicología con diferentes perfiles para hablarles a los alumnos de la profesión, del tipo de trabajo que realizan, etc.
En cuanto recibí la propuesta recordé a Mariano, mi profesor de Psicología en el instituto en el que estudié, la persona que cambió mi trayectoria para siempre: su pasión por la psicología fue tan contagiosa que gracias a él decidí lo que quería estudiar en la universidad. Y a qué quería dedicarme en la vida. En ese primer momento pensé: “tal vez pueda ayudar a estos alumnos a sentirse inspirados“.
Finalmente, tras conocernos en persona, el profesor de este instituto amplió su propuesta de una charla a un mini-taller de 3 sesiones sobre qué es la Psicología Positiva, desvincularla de la asociación con la “auto-ayuda” y hablar del trabajo científico que se desarrolla (incluído mi propio trabajo en consulta). Esta posibilidad me resultó aún más atrayente. Trabajar con adolescentes resulta siempre un desafío inspirador, ya que son todo potencial a descubrir, suelen ser críticos y habitualmente están deseando “cambiar” el mundo.
En nuestro primer encuentro, solo 7 de los 15 alumnos de la clase acudieron; el resto estaban preparando un examen importantísimo que tenían que afrontar esa semana. En tan solo 5 minutos de la primera sesión me quedó claro el nivel de presión que estaban soportando este grupo de alumn@s; por extensión, supuse que la mayoría de alumn@s de 2º de Bachillerato estaban sometidos a una presión parecida y que se puede resumir en una sola palabra: selectividad. Desde el primer día del curso de 2º de Bachillerato, de forma directa e indirecta, la futura selectividad está presente: las prisas por avanzar en el temario, el hecho de terminar un mes antes el curso para preparar esa prueba, la condensación de fechas y exámenes…
¿Se pueden posponer todas las pasiones 9 meses sin que haya consecuencias sobre nuestro bienestar?
Les pregunté cuáles eran sus pasiones, lo que más les gustaba hacer, y lo cierto es que fue muy bonito escuchar la sencillez de sus preferencias: leer, escuchar música, escribir, bailar… Sin embargo, me resultó preocupante saber que hacía meses que no practicaban estas actividades y preferencias con asiduidad; alguna alumna incluso había dejado de practicarlas absolutamente. Cuando quise saber porqué, la respuesta fue: “no hay tiempo, ahora mismo la prioridad es estudiar“. Aunque no formulé en voz alta esta pregunta ese día, sí que se asomó en mi cabeza: “¿se puede posponer lo que te apasiona 9 meses?, ¿qué consecuencias puede tener esa decisión de desconectar de las emociones positivas, del sentido vital, de lo que hace que sus vidas merezcan la pena?“.
En consulta, suele ser habitual encontrarse con personas que, centradas en resolver un problema, hace meses que han eliminado de su día a día todo aquello que les divierte, apasiona o genera emociones positivas. Cuando se eliminan los reforzadores de la vida cotidiana, es habitual empezar a experimentar cierto nivel de indefensión aprendida, pérdida de sentido vital, ausencia de emociones positivas, aislamiento social… De hecho, cuando algunas personas vienen a consulta diciendo que “están deprimidas” es habitual encontrar que han abandonado sus reforzadores positivos y han comenzado a dejar de lado sus relaciones interpersonales (cuando no están completamente aisladas). ¿No resulta preocupante que implementemos un sistema cuya presión empuja al alumnado a recrear las condiciones de la indefensión aprendida o de procesos depresivos?
El profesor que me invitó me relataba cómo alumn@s brillantes “se habían rendido” y daban el año por perdido, prácticamente desde noviembre. Siempre he tenido claro que es importante enseñar a los alumnos habilidades para la gestión del estrés y de cualquier emoción generadora de malestar, pero esta experiencia ha reforzado mi idea de un cambio estructural más profundo. Como les dije a los alumnos: ¿imagináis una escuela que potencia vuestros puntos fuertes y os deja desarrollar vuestras pasiones? Aunque sus respuestas iniciales no eran demasiado optimistas ante esta posibilidad, lo cierto es que conforme fuimos avanzando en cada sesión, el alumnado se involucró en las propuestas que fuimos explorando: reservar tiempo semanalmente para lo que les gusta, entrando en contacto con la Experiencia Óptima (o Flow), anotar las cosas positivas que les suceden en su día a día, así como explorar sus Fortalezas Personales. Al final de la tercera sesión, incluso los más escépticos manifestaban su deseo de que hubiera más sesiones.
“El mundo no es como es; el mundo es como lo hacemos entre todos. ¿Cómo quieres contribuir tú?”
Reconozco que esta intervención es una gota de agua en la inmensidad del mar. Sin embargo, creo que tiene su valor en tanto en cuanto se identifica la necesidad de equilibrar las percepciones y los tiempos; estamos preparando a nuestros adolescentes para el futuro, les estamos encaminando hacia un futuro en el que perciben que tienen que renunciar a sus pasiones, que las experiencias positivas se pueden posponer porque lo primero es “cumplir con el deber”. ¿No se puede hacer ambas cosas? ¿No es compatible disfrutar de lo que se hace con hacerlo bien?
Si no cuidamos la autoeficacia de nuestros adolescentes, al tiempo que les dotamos de habilidades para gestionar la presión y la frustración, ¿cómo esperamos que crean que pueden? ¿Cómo esperamos que se ilusionen con su futuro? Parte de nuestra responsabilidad como adultos es ayudarles a construir un sistema de creencias flexibles, que les permita identificar aquellas creencias disfuncionales que forman parte de lo que Sonja Lyubomirsky llama “Los mitos de la felicidad“: creencias que nos dicen que, por ejemplo, “ya seré feliz cuando acabe selectividad“. En mi opinión, tal vez ayudaría que el sistema (que somos todos) no empuje a favor de estas creencias.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
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¿Descargas tus emociones?
Este domingo viajaba en autocar de regreso a casa, tras pasar el fin de semana fuera. De pronto, justo a la entrada de mi ciudad, el autocar empezó a frenar lentamente y todos levantamos la vista para observar lo que ocurría: un atasco que se adivinaba bastante largo. No creo que a nadie le gustara aquella situación, que parecía poder prolongarse bastante tiempo. Sin embargo, creo que a todos nos sorprendió la reacción de una de las pasajeras que, nada más frenar el autocar, sacó su móvil, hizo una llamada y en cuanto fue atendida empezó a “despotricar” sobre la situación con su interlocutor: “vaya.. (insulto) de autocares, si lo sé voy en tren, ya sabía que estos … (otro insulto) me iban a fastidiar, seguro que los… (un insulto más) me echan la bronca por llegar tarde“.
Utilizó un tono tan elevado que casi parecía gritar, así que llamó la atención de casi todos los viajeros. Repetía una y otra vez, cada vez más tensa, su discurso, elevando el tono y poniéndose de pie; daba la impresión de querer salir corriendo y llegar por su propio pie a su destino. Estaba claro que esta pasajera estaba muy enfadada, frustrada y desesperanzada, tal vez por no controlar la situación, al tiempo que parecía asustada por no poder llegar a tiempo a donde quiera que fuera. Sin embargo, al contrario de lo que intuitivamente pudiéramos pensar, contar lo que pasaba no le ayudaba a desahogarse, sino que parecía incrementar su sufrimiento.
Apenas 5 minutos después, descubrimos que solo era una retención de tráfico y todo se reanudó sin problemas, llegando a destino unos 15 minutos después de lo esperado. Desde el momento en que el autocar se movió, esa pasajera pareció relajarse y se despidió de su interlocutor, con aparente desgana y volvió a sentarse. De forma inmediata pensé en cómo se podría estar sintiendo el interlocutor, que había recibido una descarga emocional de alta intensidad.
Por otro lado, entre los pasajeros se había creado una atmósfera de tensión bastante evidente, puesto que durante todo este incidente el resto nos habíamos callado y dejado nuestras actividades (como leer o atender la película que iba puesta). Y al observar a mi alrededor en estos minutos tras la breve parada, vi que todos íbamos en silencio. Me pareció una clara situación de contagio emocional negativo. Pensé en la cantidad de veces que algún paciente, amigo o familiar, me ha contado su sufrimiento en los mismos términos: expresándose desde su emoción, en lugar de expresar sus emociones. Parece muy parecido, pero son formas de comunicación muy diferentes.
Es una creencia muy generalizada que “tenemos que expresar lo que sentimos”, porque guardárnoslo trae consecuencias negativas evidentes, premisa que como tendencia general me parece aceptable (algo que traté de explicar en esta metáfora: “Vasijas Emocionales“). Sin embargo, cuando hablamos desde nuestras emociones, como la rabia, la tristeza, el miedo, etc., nuestro discurso gira alrededor de dichas emociones y frecuentemente nos puede llevar a una pendiente hacia abajo: se intensifican nuestras emociones porque esta forma de discurso es circular y redundante, no lleva hacia ningún sitio; cuanto más repetimos el discurso, más se intensifican las emociones negativas. Responde claramente algunos porqués (el motivo por el que nos sentimos así), pero no enfatiza en ningún para qué (la función que cumple expresar lo que expreso). Y eso nos lleva a una buena pregunta: ¿para qué expresar nuestras emociones?
La primera respuesta intuitiva sería: “para sacarlas fuera y que no me hagan daño”; o “para compartir mi sufrimiento”; o “para descargarme”. Nuestras emociones tienen una función, nos ofrecen una información relevante (acerca de la situación o de nosotros mismos) y nos conectan con nuestras necesidades. Esta es una clave importante: a través de la identificación de nuestras emociones (qué sentimos) podemos conectarnos con nuestras necesidades (y cubrirlas).
Cuando hablamos desde nuestras emociones, no solo no identificamos y expresamos en voz alta qué sentimos (nombrar las emociones concretas), sino que no podemos conectar con nuestras necesidades (y cubrirlas o pedir a otros que nos ayuden).
Por eso, muchas veces, en consulta, la recomendación suele ser hablar de la emoción: identificarla, expresarla a los demás y así conectar con la necesidad que he de atender y cubrir. Para comunicar a los demás nuestras emociones, cuando hemos estado acostumbrados a comunicarnos desde nuestras emociones, puede resultar un poco complicado; una recomendación que hago a mis pacientes es utilizar una técnica llamada “Mensajes Yo“, que consiste en aplicar el siguiente esquema:
Yo me siento (y nombrar la emoción que experimento: enfadado, frustrado, triste, ansioso, decepcionado, etc.)….
… Cuando (y especifico la situación en la que me he sentido así)…
… Me gustaría (y expreso mi necesidad, una petición concreta que orienta al otro en el modo en que puede ayudarme).
La psicóloga Nikola Overall, de la Universidad de Auckland, en Nueva Zelanda, ha contrastado que en las relaciones de pareja, las personas tenemos dos estilos principales a la hora de afrontar una situación de ayuda:
- Apoyo nutritivo: que puede ser apoyar emocionalmente al otro, expresando cariño y amor, o infundiéndole confianza.
- Facilitación de la acción: a través de consejos prácticos o bien ofreciendo recursos a quien nos pide ayuda (hacer algo por él).
El problema en una relación concreta, sea en una pareja o en otro tipo de relación personal, está en el equilibrio de lo que yo necesito (para lo cual es necesario identificar la emoción y nombrarla), la petición que formule al otro, y el estilo de “ayuda” que la otra persona tenga como tendencia primaria. Por ejemplo, si yo me siento triste en una situación y necesito que otra persona me abrace (quiero apoyo emocional) pero esa persona tiene como estilo preferente dar un consejo o recomendación orientado a una solución (me ofrece algo que no busco), es posible que me sienta incomprendido, molesto y frustrado. Del mismo modo, quien intenta ayudarme percibe que no lo logra, por lo que podría sentirse también frustrado. ¿Habéis vivido algo así alguna vez?
En el ejemplo del autocar, la persona que hizo la llamada hablaba desde su emoción (posiblemente un conjunto de ellas: enfado, miedo, frustración…), con gran intensidad, sin hacer ninguna petición a su interlocutor. Cuando pensé en esa persona al otro lado del aparato, la imaginé sin saber qué decir o hacer para apoyar, ayudar o facilitar la solución. La persona del autocar se había descargado emocionalmente sobre su interlocutor. Y tuve la impresión de que ni ella, ni su interlocutor, ni ningún pasajero, se sintió mejor después de hacerlo.
¿Cómo puedo resolverlo? Hablando de mi emoción, expresándole a mi interlocutor lo que siento y lo que necesito. Formulando una petición concreta, de apoyo nutritivo o de consejo que facilite mis acciones, que ayude a cubrir mi necesidad, posiblemente podré sentirme mejor, puesto que es más posible que consiga lo que quiero si oriento al otro hacia esa necesidad. Del mismo modo, mi interlocutor sabrá qué siento, qué necesito y podrá orientarse hacia un estilo más adecuado de ayuda. A través de este estilo, parece que todos podemos salir ganando. Y tú, ¿te descargas o expresas tus emociones? ¿Hablas desde tu emoción o de tu emoción?
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MoreEl lado bueno de las cosas
En nuestro día a día, vivimos bombardeados por todo tipo de noticias que valoramos como negativas, tristes, desesperanzadoras y que generan en nosotros una mezcla de tensión y enfado. No siempre somos conscientes del efecto que una “sobre-exposición” a las historias que nos cuentan en el telediario y la radio tiene en nosotros; por otro lado, uno de los usos que le damos a las redes sociales virtuales es compartir noticias de actualidad, de opinión, e incluso nuestras propias opiniones sobre la realidad a la estamos expuestos. Además, ¿sobre qué cosas giran nuestras conversaciones con quienes nos rodean? En muchos casos, contamos a los demás sobretodo lo que no está yendo bien, lo que nos falta y lo que no nos gusta. ¿Qué efecto genera en nosotros esta sobre-exposición a malas noticias desde tantos frentes?
Las personas somos creadoras de nuestra realidad en muchos niveles, empezando por la percepción, de manera que a qué prestamos atención y dedicamos tiempo se convierte en algo realmente importante y que influye en nuestro estado de ánimo, nuestro bienestar y nuestra felicidad. ¿Está equilibrada nuestra percepción? ¿El hecho de destacar tantas malas noticias, de prestar atención sobretodo a lo negativo, no estará sesgando nuestra percepción de la realidad?
Hace unos días decidí hacer un experimento en mis redes sociales vituales. Es algo que habitualmente pongo en práctica con mis clientes en la consulta, ante determinadas situaciones en la que es importante equilibrar la percepción de las personas entre los aspectos positivos y los negativos. Pedí a las personas que forman parte de mis contactos que escribieran un hecho, acontecimiento, situación o “cosa” que valorasen como positiva y que hubiera sucedido ese mismo día.
Mi primera sorpresa fue la participación. En el momento en que decido escribir este post y lo estoy desarrollando, ha habido un total de 38 comentarios directos, 2 en otros grupos que gestiono yo mismo, 4 personas que han decidido poner en marcha la misma iniciativa a partir de esta idea y más de 12 comentarios en sus respectivos intentos… Muchísimas personas han reaccionado y han decidido participar en este “experimento” que buscaba poner a prueba esa capacidad de percibir lo bueno.
De los comentarios que se han realizado de los aspectos positivos que cada persona destacaba de ese mismo día, al menos un 70% tenían que ver con sus relaciones interpersonales, sus hijos, parejas, compañeros de trabajo, etc., lo que señala la importancia que las relaciones tienen en nuestro bienestar y felicidad. Otros temas señalados como positivos tenían que ver con nuevos proyectos profesionales o reconocimientos laborales, y en algunos casos una mayor consciencia de todo lo bueno que tienen en sus vidas en términos generales.
El experimento no pretende sentar cátedra, ni mucho menos, pero ha servido para llegar a 3 conclusiones que había observado directamente con mis clientes:
- Este pequeño esfuerzo nos conecta con emociones positivas de todo tipo, facilitando una perspectiva más equilibrada de su realidad particular. En consulta, este ejercicio suele realizarse al menos dos veces a la semana durante un mes, en un formato que busca no una sino tres cosas positivas de ese día. Los resultados que he obtenido con mis clientes confirman un cambio en el discurso, con la inclusión de palabras más positivas, una verbalización de más experiencias positivas así como emociones positivas experimentadas.
- Se produce un contagio emocional positivo, dado que la invitación a este experimento ha sido reproducida por más personas por su cuenta. Dicho de otro modo, el beneficio experimentado por algunas de las personas les lleva a invitar a su entorno a participar del mismo sencillo ejercicio. En consulta ocurre de la misma manera con cierta frecuencia.
- Yo mismo he recibido un beneficio emocional directo en forma de gratitud por poner en marcha este “experimento”: 4 personas de forma directa y 15 de forma privada (en correos electrónicos o llamadas) han manifestado un agradecimiento por invitarles a participar y descubrir así los beneficios que han tenido para ellos. Mis clientes, en consulta, manifiestan habitualmente los beneficios positivos de esta tarea, lo que incluye un incremento de la gratitud al ser más conscientes de lo bueno que les ocurre cada día que se paran a observar.
Esta experiencia de hace unos días, con una propuesta sencilla, a través de una tarea aparentemente insignificante, parece activar algunos mecanismos que influyen en nuestro bienestar. Por ejemplo, queda claro que nos pone en contacto con algunas Fortalezas Personales, como la Perspectiva y la Gratitud, también genera emociones positivas y nos pone en contacto con lo que nos apasiona y con quienes nos importa en un alto porcentaje de casos.
No podemos concluir que esto ocurra en todos los casos, puesto que no es así: en el mismo experimento ha habido 2 comentarios que no se pueden considerar positivos; llevaban implícito un cuestionamiento a la propuesta de “ver el lado bueno”. Esto es algo que también me encuentro en consulta con bastante frecuencia, ante la propuesta de esta sencilla tarea. Esta resistencia nunca ha sido un obstáculo real entre mis clientes, puesto que la puesta en marcha de esta tarea (junto a otras, como parte de un conjunto de técnicas y estrategias en dirección a sus objetivos) acaba por influir positivamente en ese mayor equilibrio en la percepción de su realidad.
Si me permites me despido lanzando el desafío a quien desee aceptarlo: ¿te animas a participar de este experimento? Anota 3 cosas positivas que te sucedan cada jueves y domingo durante el próximo mes. Si llevas a cabo este ejercicio y te apetece compartir tu experiencia, solo tienes que comentar este post. Puede que creas que no te servirá para nada pero, ¿y si funciona?
Tony Corredera.
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