Negociar con Nuestros Hijos
En toda relación humana es habitual que tengamos puntos de vista distintos y que esa situación nos pueda llevar a entrar en conflicto. La habilidad para comunicarnos y llegar a lugares comunes nos facilita transitar por estas situaciones de forma eficaz. Hay personas que destacan por su pericia para negociar eficazmente y llegar a acuerdos sin que el conflicto suponga un drama, convirtiéndolo en un lugar de paso por el que una relación, ya sea profesional, familiar o de pareja, ha de pasar en ocasiones. Sin embargo, algunas de esas personas, no consiguen comunicarse con éxito con sus hijos adolescentes.
La comunicación familiar es una asignatura pendiente para muchos padres, especialmente cuando sus hijos llegan a la adolescencia, y se producen una serie de cambios en las relaciones familiares para los que hay que actualizar no solamente los roles, las normas y los límites, sino especialmente las reglas de comunicación que hasta ahora hemos venido utilizando.
Una de las habilidades que hemos de actualizar en esta etapa es la negociación, proceso a través del cual podemos construir acuerdos en los que todas las partes tienen la opción de salir ganando. Tal vez, acostumbrados al tipo de interacción y de comunicación utilizados durante la niñez, hay padres que pretenden que las cosas se mantengan del mismo modo, y acusan más que otras familias el proceso de cambio que la adolescencia supone para todos. Cuando son más pequeños, la negociación es sencilla, guiada por los adultos y concisa en la medida que la resistencia de los niños, la mayoría de las veces, es pequeña.
Uno de los cambios más destacables que se producen durante la adolescencia afecta precisamente a cómo los miembros de una familia se comunican, interactúan y negocian; ya no sirven simplemente los mandatos sin argumentación, se pide continuamente una revisión de normas y límites, y alguna vez se entra en un tipo de conflicto que no ayuda: la confrontación directa, levantando la voz, llegando a la falta de respeto.
Este tipo de situación, en la que cualquier familia se puede ver involucrada, puede verse empeorada si no sabemos manejar adecuadamente nuestras emociones, que fácilmente pueden ayudar a escalar el conflicto y hacerlo insostenible, o bien pueden facilitar el inicio de una comunicación constructiva y eficaz, que nos lleve a acuerdos donde todos los participantes de ese conflicto queden satisfechos.
Antes de comenzar, por tanto, hay que dejar claros algunos puntos de partida:
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La llegada de la adolescencia a una familia provocará, necesariamente, cambios en las formas de interactuar y de comunicar entre los miembros de la familia.
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Ciertos cambios serán positivos y son evolutivamente deseables, mientras que otros no provocarán transformaciones en el fondo, pero sí en la forma: no cambia el amor hacia los hijos, aunque posiblemente sí el modo de expresarlo (tipo de caricias, frecuencia de las mismas, etc).
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Algunos ámbitos de la convivencia familiar son negociables, mientras que otros no lo son. Por ejemplo, algunas normas, como “no se admite violencia entre miembros de la familia”, se han de mantener siempre, como es lógico (aunque a veces, haya peleas entre hermanos), mientras que otras, como cuál es la hora a la que los hijos han de llegar a casa cuando salen, sí admiten cambios conforme los hijos crecen.
Para todas esos cambios y transformaciones que van a aparecer en la familia, en sus normas, en sus interacciones, en sus vínculos, será necesario que las habilidades de comunicación evolucionen. De este modo, la negociación, como hemos señalado anteriormente, será una de las herramientas que más utilizaremos para adaptar el sistema familiar en proceso de cambio. Nuestros hijos adolescentes pueden pedirnos ciertos cambios y el modo de hacerlo puede no gustarnos siempre: exigiendo sin condiciones, buscando la confrontación, el enfrentamiento… Como padres, en estas situaciones puede suceder que perdamos de vista que lo importante es gestionar esta situación de forma pedagógica, teniendo en cuenta en el proceso de comunicación tanto el contenido como la relación: es importante hablar sobre el tema que deseamos (contenido de la comunicación), pero hemos de cuidar también el modo en que lo hacemos (lenguaje no verbal, palabras utilizadas, tono, volumen de voz), porque afecta a la relación.
En todo proceso de negociación hemos de tener en cuenta una serie de pasos imprescindibles para que seamos capaces de llegar a acuerdos que optimicen nuestros intereses. En ocasiones, algunos padres fantasean con que sus hijos crezcan y se transformen en adultos de los que se sienten orgullosos, pero en su fantasía no incluyen conflictos, peticiones en contra de las habituales interacciones… Crecer supone desafiar lo establecido para comprobar hasta dónde podemos llegar con nuestros propios recursos. En el mundo adulto, saber comunicarse y saber negociar, son habilidades tremendamente útiles. Todo proceso de negociación requiere de:
- Pedir: cuando deseamos algo, hemos de comenzar expresando una petición, una concesión. Por ejemplo, puede que nuestro hijo adolescente quiera llegar el sábado 30 minutos más tarde, y si es habitual la negociación en la familia, sabrá que no basta con pedirlo, aunque resulta imprescindible hacerlo de forma calmada.
- Ofrecer: cuando quiero algo que no depende directamente de mí, sino que ha de ser concedido por otra persona, como en el ejemplo anterior, llegar 30 minutos más tarde a casa el sábado, he de ofrecer algo a cambio. Aquí es cuando estamos ya negociando, y ambas partes pueden iniciar un proceso de peticiones y ofrecimientos, que hemos de procurar dirigir conjuntamente.
- Acordar: es el lugar al que nos dirigimos en la negociación, tras el intercambio de peticiones y ofrecimientos. El acuerdo al que llegamos ha de incluir también ciertas “claúsulas” que especifiquen qué va a suceder si el acuerdo al que hemos llegado se rompe. En el ejemplo anterior, si hemos acordado permitir a nuestro hijo llegar 30 minutos más tarde el sábado, pero acaba llegando 45 minutos después, haber incluido una “cláusula” que prevenga esta situación y que hayamos acordado ambas partes, reducirá la resistencia de nuestro hijo a cumplir con la consecuencia pactada previamente.
Estos son los pasos “básicos” y que todos podemos reconocer en todo proceso de negociación, independientemente del contexto en el que ésta se produzca. Es importante comprender que, aunque estos son pasos que daremos siempre, no son los únicos a tener en cuenta, puesto que hay dos procesos que a menudo “olvidamos” y que marcan la diferencia en toda negociación con nuestros hijos adolescentes:
- Escuchar: este proceso, aunque básico, frecuentemente es olvidado por algunas familias, que se empeñan en imponer su criterio, su petición, su ofrecimiento, sin escuchar antes lo que sus hijos, o sus padres, tienen que decir. Para llegar a acuerdos, es imprescindible escuchar la petición y el ofrecimiento de la otra parte, dejando expresarse, incluso cuando el planteamiento nos parezca inicialmente (en el contenido) equivocado. Solo escuchando podremos comprender, además de que solamente así podremos solicitar ser escuchados cuando nuestro turno llegue. Escuchar, además, supone no utilizar solamente los oídos, sino también utilizar el lenguaje no verbal: la forma de mirar, la postura corporal, etc.
- Reconocer: este último paso es quizás el menos conocido. Para muchos padres es muy complicado reconocer, en sentido amplio, a sus hijos. No se trata solamente de saber su nombre, o de valorar sus logros, sino que supone un proceso de validación a la persona. Nuestro hijo adolescente no es exactamente el adolescente que tenemos en nuestra cabeza; hemos de aceptar que tiene puntos de vista distintos, que tiene intereses que nos pueden sorprender. Dar por sentado que ya le conocemos sesga nuestra percepción y nos limita para “darnos cuenta” de quién es la persona que nos está pidiendo negociar algo.
Si deseamos que la comunicación con nuestros hijos adolescentes sea constructiva, hemos de estar abiertos a negociar ciertas normas que afectan a la convivencia de toda la familia, pero que han de revisarse de cuando en cuando, de forma “natural”, resultado del crecimiento de nuestros hijos y los cambios que ello conlleva. Y para negociar, más allá del propio proceso, hemos de practicar a menudo la escucha activa y el reconocimiento (la aceptación y validación) de las personas que están llegando a ser poco a poco.
Negociar de forma eficaz supone no únicamente una reducción de los conflictos dentro de la familia, sino sobretodo un mejor manejo de los mismos en el seno de una convivencia más positiva y constructiva. Nuestros hijos adolecentes, en el proceso de llegar a ser adultos auto-dependientes, han de aprender a pedir, ofrecer y acordar, pero hemos de facilitarles ese aprendizaje escuchándoles y reconociéndoles en todo momento.
Si somos un modelo constructivo de negociación, aprenderán que en los conflictos no se permiten transgredir ciertas normas básicas (levantar la voz, faltar al respeto), y que a través de la negociación podemos alcanzar no solo acuerdos que optimizan la convivencia, sino sobretodo una mejor interacción, en la que todos los miembros de la familia se sienten cómodos y a gusto ocupando un lugar en ella, y en la que se sienten reconocidos por los demás.
Tony Corredera
Director de Crecimiento Positivo
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