Cómo reaccionar ante la primera borrachera
Tu hija de 16 años ha salido con su grupo de amigas como todos los sábados. Su hora de llegada a casa son las 22:00 horas, pero son las 22:35 y aún no ha aparecido por casa. La has llamado al móvil pero está apagado.De repente, se oye la puerta y acudes para ver si es ella; al verla, está claramente bajo los efectos del alcohol…
Esta situación se puede producir con facilidad y de hecho, cada fin de semana, ocurre en diferentes hogares del mundo. Lo que, como padres, hagamos, tendrá consecuencias, como es obvio. Cuando se trata de la primera vez, hay que tener en cuenta que muchos factores que voy a mencionar no vuelven a estar presentes, al menos con igual intensidad. Las recomendaciones siguientes son importantes, pero también lo es adaptarlas a la relación previa y estilo de comunicación que hemos mantenido previamente con nuestr@ hij@:
- Gestionar las emociones: el “cocktail emocional” que hemos estado sufriendo durante bastante tiempo (en el ejemplo, unos 40 minutos) es tremendo. La preocupación porque no llegaba, el enfado porque está llegando tarde, el miedo a si le ha podido ocurrir algo, la angustia de que su teléfono no está operativo… Y cuando llega, el alivio de que está en casa, más la indignación de comprobar que viene borracha, la decepción y el miedo por que esté ocurriendo esto, el enfado nuevamente, e incluso la culpa… Son muchas emociones y sentimientos que pueden hacernos reaccionar de forma inadecuada, impulsiva, e incluso contraproducente. Somos humanos y podemos equivocarnos, pero hemos de prepararnos porque esta es una situación importante y no hemos de perder el objetivo pedagógico: puede aprender de esta situación. Respirar profundamente, manteniendo una postura seria y pensando bien lo que estoy diciendo, son ejemplos a partir de los cuales puedo actuar a pesar de mis alteraciones emocionales internas.
- Enviarle a la cama: lo primero que queremos es preguntar qué ha pasado y porqué, qué hacía el móvil apagado y porqué está borracha, si creíamos que no bebía, etc… Hablar con alguien bajo los efectos del alcohol, en su primera borrachera especialmente, no es demasiado inteligente, ya que no está en condiciones de darnos una respuesta satisfactoria e incluso puede aumentar nuestro enfado por la situación. Algunos padres me hablan del “uso del bofetón” en este caso, pero es bastante ineficaz desde un punto de vista educativo y solo sería una acción que podría originar más culpa en nosotros como padres. Posiblemente esa noche, no podáis conciliar el sueño demasiado bien, pero es importante actuar de este modo para que podamos sacar algo en claro. Un millón de preguntas pueden volcarse en nuestra cabeza, como es lógico, pero ya intentaremos obtener respuestas al día siguiente.
- Cómo “rendimos cuentas”: al día siguiente, temprano, (es importante que no duerma hasta que ella quiera, sino que se levante para afrontar la situación) la despertamos y juntos hacemos el desayuno. Posiblemente no hará falta, porque es posible que sigamos enfadados, pero hay que mostrar un lenguaje corporal que deja bien claro que estamos enfadados y tensos. Pero guardar silencio mientras preparamos el desayuno, es importante, ya que eso genera una expectativa en el adolescente, sabe que algo sucede, que en cualquier momento habrá que afrontarlo. Cuando estemos sentados con el desayuno, nada de televisión, por supuesto, es el momento de comenzar a hablar sobre ello: recordad que no es un interrogatorio, sino una conversación:
- Hay que tener elaboradas preguntas “abre-ostras”, es decir, preguntas que no admitan una respuesta monosilábica por parte del adolescente.
- Deja que se explique, si quiere hablar; es importante que sea una conversación y que podamos saber qué ha ocurrido. El que la historia tenga lógica para nosotros no quiere decir que no tengamos que hablar de las consecuencias, de nuestros sentimientos, etc.
- Si no quiere hablar de ello, es un momento en el que nosotros hemos de utilizar mensajes yo, un estilo de comunicación que facilita la comprensión de nuestros sentimientos, el que nuestra hija se ponga en nuestro papel, en nuestro lugar, para que comprenda cómo pudimos sentirnos. Abandonamos así el papel de “acusadores” y “jueces” (“es que tú eres una irresponsable, por tu culpa pasé mala noche”, etc.), para generar comprensión: “yo ayer me sentí muy preocupado, angustiado, asustado…, cuando no respondías al teléfono, y estabas llegando tarde”. Esta estrategia de comunicación no les pone a la defensiva (cosa natural, porque ya intuyen que les puede caer un buen castigo).
- Hacer referencia a las normas incumplidas; es importante que comprenda que ha roto no una, sino dos o más normas familiares: la de llegar a casa, la que regula quién sí y quién no puede beber y porqué, y que faltar a esas normas implica consecuencias que ya conocía (es bueno que sea así, pero si no lo es, es un momento magnífico para establecer las consecuencias). Ahora se trata de cumplir y que eso es hacerse mayor, responsabilizarse de las consecuencias de lo que hago.
La consecuencia, el castigo, ha de ser razonable: se tiene que poder cumplir y ha de ajustarse a las normas infringidas. Por ejemplo, decir algo como que se le prohíbe salir durante 2 meses, o que ya no puede ir con esos amigos, posiblemente generará una reacción muy negativa y también aumentará la probabilidad de que empiece a mentirnos. Tampoco es bueno decir “como ha sido una vez” y que no ocurra nada, hemos de procurar ser coherentes.
A pesar de ser una situación muy complicada y que genera mucho malestar, es una oportunidad magnífica para que podamos comunicarnos en el conflicto, hablar de lo que sentimos, acercarnos en la relación y ajustar la imagen de nuestra “niña” o “niño”, que ya es un “adolescente”. Ha ocurrido una vez y hay que estar atentos, pero no se trata de generar una enorme alarma a partir de ello; por eso es tan importante escuchar qué ha ocurrido y ponernos en su lugar. Comprender lo ocurrido, mostrar coherencia en la aplicación de consecuencias y hablar desde lo que sentimos y desde nuestra posición de autoridad paterna, es decir, los fundadores de la familia y los guías con experiencia (no únicamente el “ordeno y mando”), pueden facilitar que esta experiencia sea una excepción y no la transformemos en un grave problema familiar.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn MoreRecuerdos y Emociones no Elaboradas
La memoria, la capacidad de recordar, es una de las más maravillosas funciones que nuestro cerebro ha desarrollado a lo largo de la evolución. Podemos recordar maravillosos momentos vividos en el pasado, recrearnos en ellos y disfrutar de aquéllas vivencias, aunque también podemos recordar momentos terribles, desagradables y traumáticos, lo que nos conecta con una experiencia emocional desagradable. Gestionar las emociones que los recuerdos pueden provocar en nosotros es un aprendizaje importantísimo, necesario para dejar atrás aquéllo que no se puede cambiar.
Los seres humanos somos constructores de historias; iniciamos un proyecto, conocemos a alguien, establecemos relaciones con personas y objetos, y nos los narramos como si fueran cuentos, novelas, películas… De este modo, aceptamos que las cosas se inician, se desarrollan y terminan; y cuando llega este momento, el final, solemos revisar el camino recorrido para saber cuánto hemos avanzado. Para realizar esta función, utilizamos nuestra memoria, los recuerdos que hemos ido construyendo a lo largo del trayecto y que configuran, en parte, las narrativas con las cuales explicamos, a los demás y a nosotros mismos, lo sucedido. Eso es lo que hacen muchas personas al terminar el año: reflexionar acerca del camino recorrido.
Pero en ocasiones, recordar puede suponer conectar con algo que nos duele profundamente, al traer al presente una situación que no hemos elaborado emocionalmente. Hay momentos en que, de manera especial, recordamos a personas que no están con nosotros, que han salido de nuestra vidas y echamos de menos. Esos recuerdos, para muchas personas, suponen una cuota añadida de tristeza y pena, de dolor incluso físico y de mucha ansiedad. La gente SUFRE ante el recuerdo de los seres queridos que se han marchado.
Muchas personas recuerdan relaciones perdidas, personas que se han ido, bien porque han muerto, bien porque ya no desean formar parte de nuestra vidas, y se entristecen, sienten nostalgia, miedo o incluso culpa… Esas imágenes mentales, junto con otros estímulos, como fotografías, canciones, lugares o situaciones, disparan los recuerdos, guardados en lo más profundo de nosotros, y conectan directamente con nuestras emociones de una manera más intensa de lo habitual.
Pero, ¿por qué el recuerdo de algo que vivimos como una experiencia que nos hizo crecer, genera ahora unas emociones tan difíciles de gestionar?
Casi todas las personas han experimentado este mecanismo, que se conoce como Reminiscencia Condicionada por el Humor. Cuando estamos tristes, parece muy sencillo tener pensamientos negativos y recordar situaciones dolorosas del pasado. Nuestro estado de ánimo, nuestras emociones, por tanto, funcionan como una puerta giratoria que alimenta e impulsa la aparición de pensamientos y recuerdos negativos o positivos. Cuando estamos tristes, nos resulta fácil recordar experiencias dolorosas del pasado, de manera que sin desearlo, prolongamos e intensificamos nuestra tristeza. Del mismo modo, cuando estamos contentos, satisfechos o agradecidos, nos resulta más sencillo recordar experiencias placenteras, significativas y de sentido vital.
En la mayoría de los casos, son nuestras interpretaciones de las situaciones, nuestros pensamientos, y la valoración que hacemos de los mismos, los que generan emociones y, por tanto, a partir de ahí, nos traen recuerdos positivos o negativos. Sin embargo, hay determinadas situaciones, determinadas fechas o épocas del año, que ya están condicionadas emocionalmente, de manera que tal vez no me de cuenta de este mecanismo y solo sea consciente de que mis emociones están ahí, y que están trayéndome otros recuerdos que intensifican lo que siento.
Quizás una de las claves a tener en cuenta para modificar este proceso sea cambiar nuestra relación emocional con esos recuerdos, lo que supone la elaboración de dichas emociones asociadas a aquella situación del pasado.
Un requisito imprescindible en este proceso de elaboración, es la identificación de lo que realmente siento. ¿Siento tristeza por aquello que he perdido, culpa por no haber sabido manejar mejor aquella situación? Puede que sintamos diversas emociones al mismo tiempo, pero cuanto más claro tenga qué es lo que siento, más fácil resultará ir avanzando en el proceso de elaboración de dichas emociones. Si logro identificar y ponerle un nombre a las emociones que están implicadas en el proceso, resultará más sencillo transformar mi relación emocional con ese recuerdo. Estar deprimido, triste o sentir nostalgia no es exactamente lo mismo, no tiene las mismas implicaciones ni consecuencias. Aprender a identificarlo, nombrarlo y diferenciarlo, es un primer paso importante.
Una vez identificadas mis emociones y sentimientos, que generan todo ese dolor asociado al recuerdo, tengo que aprender a despresderme de ello, aprender a soltar eso a lo que estoy enganchado, despedirme de esa persona, relación o situación que me conecta con emociones negativas e intensas, que me llevan a desear no recordar. Eso no significa, en absoluto, que el camino sea olvidar, sino más bien transformar la relación emocional que tengo con esos recuerdos. Olvidar aquello que ha sido importante para mí, es muy difícil, no es algo que nosotros podamos hacer a voluntad, pero sí podemos aprender a gestionar las emociones asociadas a los recuerdos elaborándolas, diluyendo la intensidad de las mismas e incluso transformándolas.
Como señalaba anteriormente, al terminar el año, algunas persona miran hacia atrás, para ver el camino recorrido y conectan con las pérdidas que han ido surgiendo, que van asociadas a la vida de cada uno. Algunas de esas pérdidas han resultado especialmente dolorosas, y cuando las recordamos, se inicia el proceso que hemos descrito: emociones negativas que traen nuevos pensamientos negativos y nuevos recuerdos desagradables. En este tipo de situaciones, resulta necesario trabajar activamente para elaborar nuevos significados asociados al recuerdo de las pérdidas en las que nos hemos “enganchado”. Para salir de ese bucle, es necesario crear nuevas experiencias emocionales a partir del recuerdo traumático.
A continuación, tras identificar las emociones que suscitan determinados pensamientos y recuerdos tendríamos que focalizarnos en averiguar qué me dicen esas emociones en concreto: ¿qué dice la tristeza de la situación y de mí mismo?, ¿de qué me informa? Las emociones están ahí para brindarnos una información fundamental. Una vez hemos averigurado el significado, lo que me dicen esas emociones, he de intentar modificar el mensaje, tratando de no catastrofizar: por ejemplo, la tristeza puede estar diciéndome que eso que he perdido era importante para mí, pero no necesariamente mi vida termina aquí, o no necesariamente significa que no encontraré nada que tenga sentido. Cuanto más catastrofizo, más intensifico lo que siento, y como hemos visto anteriormente, eso provoca más pensamientos negativos y más recuerdos dolorosos.
Si aprendo a modificar el significado de lo que siento, a no catastrofizar, el siguiente paso es conectar con recuerdos positivos relacionados con mi pérdida. El problema de habernos enganchado en una pérdida, de recordar siempre esa fecha, ese momento, esa persona, condicionados por emociones negativas, es que no podemos tener una imagen global de lo sucedido. En el caso del recuerdo una pérdida ocasionada por una ruptura de pareja, o por la muerte de un ser querido, las emociones negativas en las que nos hemos enganchado solo nos traerá el recuerdo de lo malo de esa ruptura, de la pérdida, de quien ya no está; sin embargo, conectar con lo que nos aportó esa persona, con los recuerdos que generan emociones positivas, nos facilitará la creación de una nueva huella en la memoria, que en este caso nos ayudará a elaborar lo que nos ha sucedido, a superarlo y a crecer. De este modo, podremos recordar sin sufrir, conectando con la nostalgia de aquello que echamos de menos y no está, pero también con emociones positivas que generan los recuerdos positivos del pasado.
En este sentido hay dos sencillas tareas que podemos acometer para transformar nuestra relación con los recuerdos en los que nos hemos enganchado. El paso previo, como se explicó anteriormente, es identificar las emociones implicadas, nombrarlas y cambiar el significado, no catastrofizando, tras lo cual puedo trabajar en lo siguiente:
- Construir un libro de recuerdos: a partir de fotografías, relatos, anécdotas, tanto propias como de personas con quienes se comparte la pérdida, para facilitar la conexión con emociones positivas del pasado, con la historia compartida, de manera que tengamos un recurso visual que nos facilite la conexión con los recuerdos positivos.
- Escribir una autobiografía positiva: del mismo modo que nos contamos quiénes somos condicionados por los hechos traumáticos, y nos dejamos llevar por el mecanismo de la catastrofización, bien podemos involucrarnos en una narrativa distinta, en la que partiendo de esos hechos “traumáticos”, de esas pérdidas en las que estamos enganchados, nos vayamos contando los aprendizajes que hemos hecho durante el camino, la influencia positiva que ha tenido en nosotros, cómo hemos tenido que superarnos y aprender a afrontar situaciones difíciles y, en definitiva, cuánto hemos crecido a través de esas experiencias hasta ser quienes somos en la actualidad.
Podemos transformar nuestra relación con los recuerdos elaborando las emociones negativas asociadas, creando nuevas huellas a partir de emociones positivas, siendo conscientes de los aprendizajes que hemos realizado durante el proceso, que nos ha llevado, en la mayor parte de las ocasiones, a transformarnos en una versión más resiliente de quienes somos.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn More