Confianza
La confianza es uno de los pilares maestros en los que se asientan las relaciones humanas. ¿Qué es la confianza? No resulta sencillo describir en qué consiste… ¿Por qué confiamos en otras personas? ¿Qué diferencia hay entre confiar en alguien y no hacerlo? Es evidente que no confiamos en todo el mundo; no todas las personas despiertan en nosotros sentimientos parecidos a la confianza. Cuando confiamos en alguien, abrimos nuestro corazón a esa persona y nos mostramos tal y como somos; esa desnudez, que nos hace sentir vulnerables ante los demás, no resulta un problema cuando estamos con las personas en las que confiamos. Asumimos que esas personas nos aceptan, incondicionalmente, nos quieren y, por tanto, nunca nos harán daño. Pero, ¿se puede asumir que otra persona NUNCA va a hacernos daño? No. Y este es, quizás, uno de los problemas básicos que se derivan de la confianza.
En ocasiones, construimos una imagen poco realista de la persona en quien confiamos, hasta el punto de considerarle perfecto. No existe nadie que pueda asumir esa perfección sin sentirse abrumado por el hecho de no poder cometer errores, ni tampoco comportarse de forma que contradiga ese ideal.
De modo que, si esta persona comete un error, es decir, se comporta como cualquier otro ser humano, entonces ese ideal se rompe y la imagen creada se distorsiona. Nuestra seguridad se diluye y volvemos a sentirnos tremendamente vulnerables. Si alguien que nos conocía, nos aceptaba y nos quería, incondicionalmente, nos “traiciona”, rompiendo la confianza que teníamos en él, entonces, ¿qué no podrán hacer aquéllos en quienes no confiamos?
La tendencia general de muchas personas consiste en no confiar en prácticamente nadie. Para la mayoría, la confianza es igual al establecimiento de una relación de intimidad, independientemente del tipo que sea, amistad, pareja, familia, etc. Podemos tener relaciones de todo tipo, con personas de diferente condición, pero no confiamos en todos, ni establecemos vínculos de intimidad con ellos. Esto es así, en parte, porque no queremos mostrar esa parte vulnerable de nosotros, esa parte que nos cuesta aceptar de nosotros mismos, nuestra esencia, por así decirlo. Creemos que, al mostrarla, puede que al otro no le guste y, por tanto, nos rechace… Y el rechazo es algo que detestamos. Hay quien, incluso, para no ser rechazado, expulsa a todo el mundo de su lado y elimina así toda posibilidad de contactar con otras personas. Y se dice a sí mismo que “la gente no es de fiar“, que “intentarán hacer daño si pueden hacerlo” y que, para no sufrir daño alguno, lo mejor es “no intimar con nadie“. Esto, por otro lado, entra claramente en conflicto con nuestra naturaleza social, con nuestro deseo de establecer contacto con otros, de intimar y construir vínculos significativos.
¿Por qué, entonces, nos convecemos a nosotros mismos de que es mejor no confiar en los demás? Todos hemos tenido experiencias en las que hemos sufrido un desengaño con respecto a otra persona en la que confiábamos. Es evidente que nos envuelve una emoción de miedo que viene acompañada de sentimientos de vacío, decepción, impotencia… ¿Miedo a qué?
La ruptura de la confianza supone un cambio drástico en mi percepción del otro, aunque dicha percepción vuelve a estar distorsionada: pasamos de creer que es un “santo” a que es un “demonio”, alguien que quiere hacernos daño; es más, alguien que PUEDE hacernos daño, porque conoce nuestra parte más vulnerable. Tenemos miedo al dolor, al sufrimiento, y al vacío de una posible pérdida con la que nos contábamos. Así que, no sólo tenemos que reconstruir un nuevo esquema de quién es esa persona en la que confiaba, sino que tendré que convivir con emociones intensas y desagradables (que sesgan mi proceso en una dirección), al tiempo que intento reconstruirme a mi mismo. ¿Cómo pude confiar en esta persona? Nos exigimos haber previsto que esto pudiera suceder y nos imponemos un dogma para evitar volver a pasar por algo parecido: no se puede confiar en la gente, tan solo aquellos que son “especiales”. Otros ni siquiera incluyen esa segunda parte.
Lo malo de este dogma es que, curiosamente, confirma los peores temores de quien lo formula, y es que como consecuencia de mi incapacidad para confiar en otros, me siento solo. Y esa sensación de soledad, de vacío relacional, tiene como resultado nuevas emociones negativas, como la tristeza y la ira. Además, al haberse reforzado la teoría de que no se puede confiar en nada más que en ciertas personas “especiales”, vuelco mis esperanzas en el resto de mis vínculos significativos, en quienes confío verdaderamente. El problema es que aumenta la lente con la que idealizo estos vínculos de confianza, a estas personas, de modo que, nuevamente, hay muchas opciones de que ocurra lo mismo.
En este sentido, somos víctimas de nuestras idealizaciones, que convierten nuestros deseos en exigencias para nosotros mismos y para los demás. Eso genera una rigidez asfixiante, unos roles fijos de los que resulta difícil desprenderse.
¿Qué podemos hacer para no caer en este error? Cuando conocemos a alguien, esta persona genera en nosotros una primera impresión, una imagen que determina la relación que queramos establecer con ella en el futuro. Es cierto que, a veces, esa primera impresión no marca el tipo de relación que acabamos teniendo; por ejemplo, alguien que no nos cae bien al principio, pero que, más adelante, se convierte en un buen amigo para nosotros. Como decía, esa primera impresión, aunque no determinante, sí resulta importante. Si el resultado es bueno, esa persona nos gusta, nos cae bien, queremos repetir el encuentro. Poco a poco, comenzamos a compartir cosas, desde aficiones, gustos, hasta valores y compromisos comunes. Esas zonas comunes, que deseamos compartir con el otro, son las que generan confianza.
Para no caer en el error que se describe anteriormente, hay que procurar generar una imagen realista del otro. Construir una imagen realista del otro no significa esperar lo peor de él, pero tampoco significa percibirle como alguien perfecto. Como ser humano, se puede equivocar gravemente, y puede hacernos daño, tanto si se da cuenta como si no lo hace.
Confiar en esa persona que nos gusta, que nos cae bien, a la que queremos, significa compartir con ella un vínculo que entre los dos cuidamos. Pero ese vínculo puede transformarse, necesita ir cambiando, creciendo, evolucionando. Confiar en esa persona significa también mostrar nuestra “esencia”, hacernos vulnerables, y estar dispuestos a sentir dolor, a sufrir un desengaño. Ese es el verdadero compromiso que surge de la confianza. Si nuestra imagen del otro es realista, será más sencillo perdonar el error, tanto el propio como el ajeno. Generar una imagen realista del otro facilitará que, a pesar del desengaño, pueda construir otros vínculos con otras personas, darme la oportunidad de conocer otras realidades, de abrir las posibilidades y permitir una transformación en mis relaciones.
Perdonar al otro, en este contexto, es un acto necesario que permite la transformación sana de la relación; permite elegir cómo realizar la transición de una relación de confianza a otra que pretende subsanar el error y reparar dicha confianza. Si no perdonamos al otro tendremos que asumir que esa relación se acabó y habrá que elaborar el duelo que esa pérdida significativa supone para nosotros. Pero esa situación nos exige un esfuerzo más: el de perdonarnos a nosotros mismos. Muchas personas no pueden perdonar al otro porque no son capaces primero de perdonarse a sí mismos por el “error” cometido: confiar. El único modo de elegir realmente qué quiero hacer con el vínculo que se ha quebrado, al perder la confianza, es perdonarme y perdonarte. Una vez realizado este paso, podré elegir cómo quiero que se transforme la relación, tanto si no deseo continuarla, como si deseo reconstruirla. En ambos casos, no habrá rencor, sino recuerdos con un significado que permite avanzar.
Perdonar supone una oportunidad para crear algo nuevo con el otro, supone una oportunidad para seguir confiando en los demás, sin miedo a mostrarnos vulnerables, sin temer las pérdidas, sin exigir cómo deben ser las cosas de aquí en adelante.
La confianza es un pilar básico en toda relación, pero reclama de nosotros un compromiso: el de estar dispuestos a perder, a soltar. Así, podremos asumir que el otro no tiene porqué ser perfecto, construyendo una imagen realista y positiva de mis compañeros de ruta y permitiendo que haya flexibilidad en mis relaciones.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn More¿Víctimas de nuestras Emociones?
Cierra los ojos e imagina la siguiente escena: estás en la playa, sentado frente al mar, observando la inmensidad del océano. Está atardeciendo, y el sol, en el horizonte, dibuja sobre el mismo tonos naranjas y rojizos, que se mezclan con el tenue azul del cielo y el gris claro de las nubes que se tocan con el mar. El leve sonido de las olas del mar te invita a disfrutar de la tibia temperatura del ambiente. Resulta relajante, ¿verdad? La arena se mete entre los dedos de las manos y notas cierto frescor en el cuerpo con ese tacto suave. El aroma del mar, al mismo tiempo, nos recuerda que la hora de cenar se acerca…
Esta escena ha intentado que utilizáramos los 5 sentidos de los que todos estamos provistos: vista, oído, olfato, tacto…, ¿y el gusto? En cierto sentido también estaba presente, aunque ahora veremos de qué modo.
En cierta medida, todos podemos imaginarnos en este lugar. ¿Qué sentimos? Cada persona seguramente sentirá emociones y sensaciones diferentes, tanto cuantitativa como cualitativamente. Si hubiéramos estado allí, al sentir la caída de la tarde, ¿qué hubiéramos hecho? ¿Nos quedamos disfrutando? ¿Nos marchamos? ¿Por qué en ambos casos?
Estamos ahora en un hospital. En la planta 6, en maternidad, una familia celebra el nacimiento de una nueva niña, preciosa, sana, y que lleva de esperanza los deseos y expectativas de todos. ¿Qué sienten cada uno de ellos? ¿Lo sienten todos por igual?
Al mismo tiempo, 4 habitaciones más lejos, unos padres primerizos reciben la noticia de que su hijo recién nacido tiene una grave enfermedad hereditaria. Allí también está toda la familia. ¿Qué siente cada uno? ¿Cómo reaccionan?
Estas tres son solo unas muestras de situaciones cotidianas con las que podemos encontrarnos. Y sin estar en ellas, ahora mismo, podemos reaccionar ante las mismas, tanto desde una perspectiva cognitiva como emocional. Parece lógico pensar que ante los acontecimientos positivos, como el nacimiento de un familiar, todos reaccionaríamos con emociones de alegría, felicidad, etc., mientras que ante situaciones negativas reaccionaríamos con tristeza, agonía, ira, etc. ¿Siempre ocurre ésto? Si fuera así, los humanos simplemente seríamos organismos que responden a los acontecimientos que la “vida” va poniendo delante de nosotros. ¿Verdaderamente estamos en manos del destino?
Es evidente, para todo aquel que quiera fijarse, que la variedad de respuestas de los seres humanos ante acontecimientos es de una gran diversidad. Efectivamente, encontramos personas que ante la alegría de un nacimiento, no muestran ninguna emoción positiva; asimismo, ante situaciones terribles, hay personas que lloran, se hunden, se bloquean, o bien reaccionan de forma resiliente. Sacan fuerzas de flaqueza y afrontan esa situación con entereza, con firmeza. ¿No sienten entonces tristeza? Por supuesto que sí, pero no dejan que esa emoción negativa les impida reaccionar constructivamente. Son personas que ELIGEN cómo reaccionar ante sus propias emociones. No las apartan, no las esconden, las aceptan, las sienten y eligen hasta qué punto les afectan.
¿Cómo se puede elegir cómo nos sentimos? Las emociones, más allá del signo que posean, siempre son reales. La tristeza, la ira, la alegría, la sorpresa…, una vez las sentimos, son indudablemente como son. Pero esas emociones pueden multiplicar su intensidad, hasta resultar poco adaptativas, incluso destructivas. ¿Y si pudiéramos elegir reaccionar de otro modo? En este punto podríamos pensar que si es verdad que podemos elegir, el hecho de no hacerlo implica cierto gusto por el dolor o incluso que seamos bastante estúpidos. Pero es mucho más sencillo. Simplemente aprendemos a responder ante los estímulos de determinada forma, porque en nuestra historia de aprendizaje esas respuestas han resultado adaptativas, nos han reportado ciertos beneficios. Es, por tanto, un problema de aprendizaje que tiene una solución posible: aprender otra forma de responder, que nos ayude a aceptar la emoción y configure un estilo de afrontamiento más adecuado.
Cuando percibimos un estímulo derivado de un acontecimiento complejo, nuestro cerebro trata de procesarlo y darle un sentido, un significado. En la mayor parte de las ocasiones, de este procesamiento se deriva un pensamiento que se articula a través del lenguaje. Dicho pensamiento, puede formularse de diversa manera y es el resultado del procesamiento de la situación que estamos viviendo. Es “nuestra visión” de los hechos: particular y, en cierto sentido, única. Pero la verdad es que esta interpretación no tiene porqúe ajustarse a la realidad. Puede ser que nos falten datos objetivos, que nos precipitemos o que simplemente estemos equivocados. Pero construimos un pensamiento acerca de esa realidad que estamos presenciando. Nuestro complejo sistema de integración de la información sensorial tiene también sus límites por lo que, casi siempre, el pensamiento es producto de una heurística de representatividad. Utilizamos los heurísticos como medio a partir del cual reducir la complejidad del mundo y tener una explicaicón para cada acontecimiento. Es un mecanismo evolutivo de supervivencia.
El hecho de utilizar el mecanismo de la heurística, que está basado en nuestra experiencias y conocimientos, implica que estamos sujetos a error. No podemos ser concluyentes por lo que casi siempre nuestros pensamientos, por lógicos que puedan parecernos, necesitan revisión. Pero no lo hacemos. Y aquí comienza el problema, porque la clave del asunto está en saber detectar dónde se origina el cortocircuito que nos impide reconocer nuestras propias emociones y elegir después cómo reaccionar ante ellas.
Generalmente no percibimos que nuestro sistema de respuesta ante los acontecimientos sea demasiado complejo. Eso es porque es un sistema holístico. Pero se compone de 3 partes diferentes que están interconectadas y que se influyen mutuamente: pensamientos, emociones y comportamientos motores. Hemos dicho del primero que está sujeto a error porque se basa en heurísticos de representatividad y que, por tanto, ha de ser revisado. Del segundo hemos dicho que siempre es real, las emociones ocurren siempre en el presente, son el auténtico “aquí y ahora“. Podríamos decir, asimismo, que el pensamiento, al estar sujeto a error, puede ser racional (basado en hechos y datos objetivos) o irracional. Si ambos sistemas se relacionan y se influyen mutuamente, podría darse el caso de que alguien sienta una emoción negativa como la desesperación ante determinado acontecimiento que, en principio, no tiene potencial suficiente para provocar un sentimiento tan intenso.
Pongamos un ejemplo: alguien recibe la noticia de que ha suspendido un examen. Supongamos que esta persona se siente, a continuacion, desesperada por la noticia y sus posibles consecuencias. Sin duda, sus sentimientos son reales, y las emociones y reacciones fisiológicas estarán acorde a este sentimiento de desesperación: taquicardia, sudores fríos, miedo, ira… Reacciones parecidas a la ansiedad. Es posible que esta persona esté pensando en las consecuencias diciéndose cosas como: “menudo desastre, ya no hay vuelta atrás. Siempre acabo fracasando en todo lo que hago y nunca conseguiré nada en la vida…”. Siendo sinceros, si creyéramos que estas frases son verdad, ¿no reaccionaríamos todos con desesperación?
Entonces, ¿cuál es el problema? Si la emoción surgida de la situación es real, ¿necesariamente lo que provoca esa reacción de desesperación es realista? Veamos el ejemplo de un modo más detallado y que puede explicar cómo llegamos a un sentimiento de desesperación. Nos llega la noticia del suspenso, inmediatamente, nuestro cerebro comienza a trabajar para interpretar lo que está sucediendo; en nuestro archivo “resultados académicos” un suspenso es algo catalogado como negativo. Lo más probable es que los primeros pensamientos que surjan sean: “vaya decepción, esperaba un mejor resultado“, siendo la emoción provocada la de tristeza. Pero nuestro cerebro no se queda en esa primera interpretación y enseguida comienza a tantear las consecuencias que tendrá este resultado. Partiendo de la emoción actual, la tristeza, ciertos pensamientos se van produciendo de forma automática, sin mucho control consciente sobre ellos: “suspender es lo peor que podría suceder, ahora tendré que volver a estudiar y es un fastidio. Esperaba aprobar“. De la emoción de tristeza, surge el sentimiento de decepción. Desde ese sentimiento de decepción, seguimos buscanso causas y consecuencias de lo ocurrido, y aquí es cuando recurrimos nuevamente a nuestra historia de aprendizaje, solo que partiendo de un estado emocional que predispone la búsqueda. De este modo, pensamientos automáticos de tipo catastrofista hacen su aparición: “suspender es de torpes, por lo que yo soy torpe. Ya me ha pasado otras veces, soy un fracaso“, etc.
Este proceso ocurre en un lapso de tiempo muy breve, de forma casi inconsciente; como estoy invadido por una emoción negativa (tristeza, miedo, ira…) que genera sentimientos de frustración, decepción y desesperación, que son reales, le doy una gran credibilidad a esos pensamientos: como percibimos esas emociones, creemos que sus causas, los pensamientos, son también reales. Pero, de los pensamientos que hemos descrito anteriormente, ¿podríamos decir que son realistas, que en el análisis de la situación se partiendo de hechos objetivos? ¿O son pensamientos sesgados? Evidentemente, así es, puesto que está dejando de lado las ocasiones en las que ha aprobado, está generalizando esta situación a todas las demás, está definiéndose a sí mismo en función de una situación concreta… Está cometiendo errores de pensamiento en su análisis que le llevan a encadenar una emoción negativa tras otra hasta llegar al sentimiento de desesperación. El proceso parece bastante lógico así explicado: cualquiera se sentiría así si pensara de este modo, si le diera una credibilidad tan alta a estos pensamientos distorsionados.
El ejemplo utilizado es, tan sólo eso, un ejemplo. Cada persona tiene su propia Historia de Aprendizaje, y tiene su propio proceso particular a partir del cual genera conocimiento subjetivo de las situaciones. Para ser prácticos, de lo que se trata es de intentar darnos cuenta, cada uno por separado, de cómo los pensamientos y las emociones se interrelacionan, se conectan, de modo que unas y otras acaban generando estados artificiales (aunque emocionalmente reales) que provocan respuestas desproporcionadas. ¿Podemos elegir cómo nos sentimos? Sí. No se trata de elegir sentirse bien siempre, aprender a ocultar las emociones negativas, etc. Todos sentimos emociones negativas y positivas, la cuestión más importante, en mi opinión es: ¿si pudiéramos aceptar nuestro primer sentimiento negativo y generar explicaciones realistas, basadas en hechos objetivos, de la situación, nos sentiríamos más o menos capaces de actuar en consecuencia?
En el ejemplo anterior, lo más probable es que el protagonista tenga pocas ganas de hacer nada; dicho de otro modo, el estado emocional que le ha provocado la desesperación le genera muy poco deseo de hacer nada al respecto y, si no hace nada, acabará por creer “a pies puntillas” que es “un desastre y que nunca conseguirá nada”. A esto se le denomina La Profecía Autocumplida, y resulta ser un sesgo muy habitual entre las personas.
Si partiéramos de la tristeza de haber suspendido y generásemos una explicación de esa situación más realista, basándonos en hechos y datos objetivos de nuestra vida (reacciones anteriores en situaciones parecidas, exámenes aprobados con anterioridad, aceptación del resultado y de la tristeza que se siente en ese momento…), quizás esa persona no llegaría con facilidad al estado de desesperación que genera su bloqueo. Por el contrario, lo más probable es que encontrara una explicación aceptable, que genere una emoción de menor intensidad y que le permitiera generar otros pensamientos alternativos de carácter más positivo, logrando quizás perseverar y trazar un plan de acción para superar la situación.
Este sencillo ejemplo, ilustra un complejo proceso que tiene lugar a lo largo de nuestra vida y que configura nuestro estilo de afrontamiento ante las situaciones, tanto positivas como negativas. Por complicada que resulte la situación en la que nos vemos envueltos, de nosotros depende la intensidad con la que la vivimos, la explicación última que le demos y las acciones que queramos acometer a continuación. Si concedemos una gran credibilidad a los pensamientos automáticos que pueden surgir a partir de una situación negativa sin evaluarlos objetivamente, lo más probable es que nuestras emociones negativas crezcan en intensidad, impidiéndonos ofrecer una respuesta adaptativa, creativa y constructiva.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo.
Learn More