Afrontar los Miedos con los Niños
Todas las personas sentimos miedo en ocasiones; unas más que otras, y eso, en los adultos, tiene que ver más con darse permiso a sentirlo que con una especial sensibilidad natural. Cuando hablamos de los miedos infantiles, las cosas van en una dirección parecida, pero el permiso nace, o se otorga, desde los “otros” significativos del niño o la niña: padres, tutores, etc…
La capacidad de afrontar los miedos tiene que ver con la forma en que aprendemos qué significa tener miedo. Porque a veces el temor a lo desconocido, a lo que no comprendemos, puede transformarse en una emoción de miedo más intensa si le trasladamos nuestras percepciones y temores al niño. Al fin y al cabo, el “pequeño constructor de su realidad” está aún aprendiendo las reglas del juego y la fuente de seguridad son sus referentes adultos.
El miedo es una emoción caracterizada por un sentimiento interpretado generalmente como desagradable, y que está provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente o futuro. En esta definición es fácil encontrarse con que muchos miedos son absolutamente irracionales, que no se fundamentan en la lógica. Al mundo adulto le cuesta tolerar todo lo que no se mueve en esos parámetros, lo que provoca que la respuesta a los miedos infantiles sea, a veces, inadecuada.
Desde cualquier otro ámbito, todo el mundo comprende que los niños no pueden funcionar igual que los adultos, y que habitan durante mucho tiempo en un mundo en el que la magia, los sueños, la fantasía, son la pauta. Los miedos infantiles provocan en los adultos sentimientos de temor al no saber qué hacer exactamente.
Tener miedo es normal, pero cómo, cuándo y hasta dónde, se nos escapa, por lo que muchos adultos se empeñan en alterar los parámetros de comprensión de los niños y acelerar su maduración en cuanto a los miedos. Se les dice que ya “son mayores” para tener miedo a la oscuridad, o incluso se enfandan con ellos si su respueta de temor persiste. Se da por hecho que, si no va a comprender exactamente lo que ocurre con su temor “irracional”, sea cual sea éste, entonces no necesita una explicación, y lo que debe hacer es superarlo. Es decir, que, partiendo de nuestro propio miedo a que el niño no esté bien, exigimos a éste que supere sus propios miedos sin comprenderlos, sin recibir pautas específicas sobre qué hacer.
El que los niños no estén preparados para comprender cómo funcionan determinados ámbitos de la realidad adulta que les provocan miedo (como puede ser la oscuridad, las tormentas, u otros fenómenos de la naturaleza, por ejemplo), no significa que no necesiten una explicación sobre porqué ocurren. Y, más allá, los adultos necesitamos aprender a pensar también desde la perspectiva de los niños, y dar respuestas que resulten válidas para ellos, aunque desde el mundo adulto las podamos catalogar como “ilógicas”. ¿Por qué no resulta válido dar una explicación fantástica a un fenómeno natural a partir del cual los niños desarrollan algunos miedos? Los cuentos nos permiten utilizar la clase de lenguaje adecuado para ofrecer explicaciones válidas para los niños y, a partir de las cuales, instaurar otras herramientas con las que afrontar el miedo específico.
Existen algunos miedos que, necesariamente, todos los niños experimentan en algún que otro momento y que les sirven para ir madurando emocionalmente. Los llamados “miedos evolutivos” son reacciones normales, adaptativas, y forman parte del desarrollo normal del niño; asimismo, son transitorios y están relacionados con las etapas evolutivas, no interfiriendo en el funcionamiento cotidiano. Estos miedos forman parte del desarrollo habitual de los niños y niñas, y, en principio, no suponen un problema excesivamente grave. Hablamos, por ejemplo, del miedo a estímulos intensos (ruidos fuertes, dolores), el miedo a estímulos desconocidos (personas extrañas), el miedo a la ausencia de estímulos (oscuridad), o el miedo a estímulos potencialmente peligrosos para la especie humana (serpientes, animales, etc.).
Todos podemos recordar, con mayor o menor claridad, algunos de los miedos más habituales durante nuestra infancia; cuando nos costaba dormir solos, en medio de la oscuridad, quizás temiendo que un monstruo llegara para hacernos daño… O el fuerte ruido de un trueno durante una tormenta, o la separación de los padres que han decidido dejarnos con un cuidador de confianza mientras van a cenar fuera… ¿No necesita un niño una explicación de porqué siente miedo ante esos acontecimientos, en muchas ocasiones difíciles de explicar? Y está claro que una explicación científica de porqué los truenos y los rayos suceden le servirá de poco para afrontar dicho miedo, sobretodo en el caso de niños pequeños.
Los adultos podemos complicar las cosas si no atendemos la demanda del niño, pero también si la atendemos inadecuadamente. Una excesiva atención al asunto puede dar la impresión de que sí tiene de qué preocuparse, que su miedo es razonable. Además, el hecho de recibir muchas atenciones puede reforzar su comportamiento específico ante esta clase de estímulos y convertirlo en una estrategia para recibir atención y caricias. ¿Qué hacer para no convertirlo en un problema?
La primera clave a tener en cuenta consiste en valorar adecuadamente el miedo. ¿En qué consiste? Hacerlo desde un plano de comprensión del mundo infantil nos facilitará las cosas; no juzgar, no exigir, no criticar el miedo nos facilitará su comprensión. Hay que recordar que el niño está aprendiendo qué significa su miedo, y que necesita una explicación que le resulte válida a él tanto para comprenderlo como para afrontarlo después. Se trata, por tanto, de averiguar cuál es el miedo CON el niño, dejando que sea él mismo el que nos guíe en el significado que tiene para él dicho miedo.
En todo el proceso de comprensión, reconstrucción y afrontamiento del miedo, el verdadero protagonista es el niño, por lo que tenemos que dejar que forme parte activa del mismo. Uno de los errores más comunes es intentar dar una solución estereotipada, e intentar que el niño se la crea, la acepte porque sí, y que le sirva. Yo apuesto por observar esa realidad específica, el miedo, comprenderla ambos desde una perspectiva común, reconstruir el significado del miedo, a partir de elementos útiles (que pueden ser lógicos o ilógicos, reales o imaginarios) para el niño, y luego elaborar una estrategia de afrontamiento.
Una vez observado el miedo del niño, desde su perspectiva, y lo hayamos aceptado, el siguiente paso consiste en intentar reconstruir el significado del miedo para él. ¿Cuál es el método más adecuado? Evidentemente no creo que haya un método único, una fórmula mágica que ayude a todos por igual, pero sí que hay ciertos lenguajes que facilitan claramente algunos aprendizajes. Los cuentos nos permiten utilizar un lenguaje especial que conecta directamente con nuestra emociones más profundas, simplifica la realidad y la hace más comprensible.
Nuestra perspectiva debe centrarse en poder llegar con garantías al afrontamiento, pero como paso previo hay que encontrar una nueva explicación al fenómeno que produce miedo. ¿Por qué son tan ruidosos los truenos? ¿Por qué al quedarme a oscuras veo figuras en el techo? ¿Por qué? Esa es la pregunta que hay que responder, con una explicación que al niño le sirva para cambiar su actitud ante el fenómeno. El significado que tiene ahora para él, le genera una serie de emociones negativas que cristalizan en un claro bloqueo: está atenazado y pide ayuda a los adultos, a sus padres. Construir junto a él un nuevo significado que cambie esa emoción, puede ayudarnos a llegar al afrontamiento con garantías. Las emociones positivas, que pueden surgir a partir del nuevo significado que para el niño tenga el fenómeno que le producía miedo, abren su repertorio de conductas de afrontamiento y mejoran su actitud ante el mismo.
Para los adultos, responder a las preguntas anteriores relacionadas con los miedos, nos resulta tan difícil como dar una explicación al fenómeno extraño, y entrañable, que muchos niños (y adultos) repiten en la cama cuando sienten miedo de algo: esconderse debajo de la sábana. Es un auténtico misterio, un comportamiento que se repite en muchas personas de diferentes edades. Por tanto, dar una explicación que parte del mundo adulto, lógico, científico, no tiene porqué resultar más útil que una explicación mágica, como la que cabe en un cuento.
El miedo puede suponer una oportunidad para conectar con nuestra parte más creativa, más infantil, más auténtica… Una oportunidad para establecer una relación cualitativamente distinta, tanto con nosotros mismos como con el niño o la niña. Porque desde nuestra perspectiva adulta, si no nos damos permiso a nosotros mismos para ponernos auténticamente en el lugar dle pequeño, conseguiremos justo lo contrario que pretendemos, y el miedo se convertirá en un problema. Porque si pretendemos, desde la exigencia de que el miedo es malo y debemos rechazarlo, que el niño afronte sin comprender, sin entender qué significa para él dicho miedo, lograremos “contagiarle” nuestro propio afrontamiento, nuestra propia exigencia, y el niño se sentirá mal consigo mismo por sentir miedo, saliendo dañada su autoestima.
En ocasiones, trabajar nuestros propios miedos y preguntarnos qué significan para nosotros, puede ser una estrategia que nos acerque un poco más a la comprensión de los miedos infantiles. ¿Por qué me siento así con el miedo de mi hijo? ¿Por qué me enfado con él o ella si persiste su respuesta de miedo? ¿Qué significa para mi que tenga miedo? Si no somos capaces de respondernos a nosotros mismos, y nos empeñamos en que afronten y superen sin más sus miedos, conseguiremos, con suerte, que los bloqueen, pero seguramente tienda a reproducirse o a transformarse en otros miedos diferentes más adelante.
Si somos pacientes, escuchamos, aceptamos y compartimos los miedos de nuestros hijos, seguramente habremos conseguido dar ese primer paso necesario para que aprendan a afrontar adecuadamente las situaciones que les producen temor y les atenazan.
Tony Corredera.
Director de Crecimiento Positivo
Learn MoreEl Árbol de la Autoestima
Había una vez un árbol en medio de un paraje maravilloso que producía unos frutos grandes, sabrosos y admirados por todo aquel que tenía la fortuna de probarlos. El lugar en el que estaba este hermoso árbol se hizo durante mucho tiempo muy famoso y era casi obligatorio para los viajeros pasar por la zona a probar sus frutos.
El árbol formaba parte de un hermoso bosque en el que habitaban numerosos animales y en el que los habitantes del pueblo más próximo solían pasar su tiempo libre, leyendo bajo las ramas del frondoso grupo de árboles y probando los sabrosos frutos del famoso árbol.
Pero de pronto, y durante un tiempo que nadie sabría calcular, una fuerte sequía hizo mella en la población cercana a este bosque, por lo que poco a poco la gente se fue marchando de allí en busca de una oportunidad en un lugar menos hostil. Los árboles del bosque empezaron a morir, y el paraje fue abandonado por las personas e incluso por los animales que hasta el momento habían convivido allí.
En poco tiempo, esta tierra abandonada y seca, se convirtió en un cementerio sombrío de árboles y plantas que tuvieron un pasado mejor. Pero el árbol cuyos frutos fueron en otro tiempo admirados, no parecía afectado por aquella terrible sequía, y seguía bello y robusto como antaño. Hacía muchos años que el árbol no crecía, pero se mantenía firme y continuaba dando frutos hermosos y sabrosos. ¿Cómo era posible que en un lugar tan horrible hubiera semejante maravilla?
Pasaron los meses y los frutos se iban acumulando. Llegó a tener tal cantidad de frutos que muchos de ellos caían al suelo seco, y eran arrastrados hacia el frondoso bosque muerto por las ráfagas de aire que, sobretodo en otoño, solían visitar el paraje. Sucedió que, estos sabrosos frutos, que contenían la semilla del árbol, se iban enterrando poco a poco bajo el bosque. Mientras, el árbol seguía su proceso habitual de vida, dando frutos cada temporada más y más jugosos y sabrosos, aunque, como nadie visitaba ya aquel paraje, no se podía certificar su calidad.
Pasaron algunos años. Algo maravilloso comenzó a suceder en el bosque; la vida, que parecía haber desaparecido de allí, comenzó a florecer. Primero la lluvia decidió regresar a visitarles, para quedarse un tiempo; luego, fueron algunas plantas; más tarde, flores hermosas de diversos colores y tamaños; y después, comenzaron a crecer árboles, que parecían hijos de aquel árbol cuyos frutos fueron famosos alguna vez. Árboles fuertes, frondosos y que daban frutos tan sabrosos como los que siempre había dado su “padre”.
Y al pasar los años, las personas volvieron al lugar; habían transcurrido ya algunas generaciones desde que hubo allí seres humanos, y nadie encontraba una explicación para lo que allí había sucedido. ¿Cómo era posible? Como la tecnología había avanzado tanto, pudieron descubrir que todo se lo debían a un único árbol, que había mantenido la vitalidad todo aquel tiempo, sin rendirse ni quejarse. Con el tiempo, el misterio se fue resolviendo; el famoso árbol era ya un anciano y todos sabían que su muerte estaba cercana, pero el bosque estaba ahora rodeado de sus “hijos”, y los frutos que daban eran tan sabrosos o más que los suyos, garantizando el modo de vida de las personas que se habían trasladado allí. Decidieron transplantar el árbol al centro de la ciudad, y colocarle junto a él, una placa conmemorativa, por ser la causa de la prosperidad de la zona. Cuando comenzaban a desenterrarlo, para conservar sus raíces, vieron que éstas no tenían fin; tuvieron que desestimar la idea de llevárselo de allí, al descubrir la razón misteriosa por la que el famoso “abuelo” del bosque había conservado la vida a pesar de la sequía. Tanto había desarrollado sus raíces, hasta tan profundo había escarbado para asentarse, que había encontrado un pozo subterráneo con agua con la que alimentarse durante todo aquel tiempo, dando la oportunidad a sus frutos de expandir la vida por el bosque.
¿Sabes? Las personas somos muy parecidas a los árboles de cierta manera. Me gustaría hacer un ejercicio contigo, ¿te apetece? Se trata de un ejercicio de autoconocimiento, a partir del cual quiero explicarte la parábola que sugiero en este cuento:
- Dibuja un árbol con raíces, tronco, copa y frutos. No hace falta que sea un árbol perfecto, pero sí lo suficientemente grande como para continuar con lo que sigue.
- Anota en cada una de las raíces las características que te definen como persona, tus formas de pensar, sentir y actuar habitualmente, tanto si las consideras positivas como negativas.
- Ahora, sobre la copa, donde están los frutos, anota aquellas cosas que has conseguido en la vida, y de las que te sientas especialmente orgullos@.
Este es tu árbol de la autoestima. Es una imagen de cómo te ves a ti mism@; el tronco eres tú, las raíces son tu base, las características en las que te apoyas para enfrentar tus metas, proyectos y objetivos vitales. Los frutos son, sencillamente, todas las cosas que has conseguido gracias a esas características que has anotado en las raíces.
Como el árbol del cuento, cuanto más aprecies tus características personales, cuanto más profundas sean tus raíces, más preparad@ te sentirás para enfrentarte a la vida, y mejores serán los frutos que consigas dar.
Tony Corredera
Director de Crecimiento Positivo
Learn MoreCarta a todos los que quieran ser grandes
A veces perdemos el rumbo. La vida nos coge de improviso y nos da un revolcón, como hacen las olas cuando el mar está revuelto, dejándonos en la orilla, desorientados y magullados. ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo pudo pasarme a mi? Todas las seguridades que creíamos tener en nuestra vida, que dotaban de significado lo que hacíamos, han desaparecido.
¿”Quién soy?”, resuena en el fondo de nuestro cerebro. De repente nos damos cuenta: “no lo sé”. Sí, es verdad, hay muchas cosas que nos gustan, muchas cosas que hemos estado haciendo…, pero, ¿ese soy yo? Igual he estado haciendo cosas que no me gustan durante demasiado tiempo. Asumiendo que era así. Asumiendo que debía ser así…
Ahora, al revisarlas, es posible que nos demos cuenta de que hemos estado confundiendo los medios con los fines y eso ha contribuido a perdernos.
¿Qué era lo importante? Es triste que cueste recordarlo, pero es un hecho que ahora mismo no caigo. ¿Qué es lo que quería hacer yo? Igual pensar en la infancia ayuda un poco. Esa época donde sí está permitido soñar, con los ojos abiertos y con los ojos cerrados, todo lo que queremos ser. Lo mejor de esta época no es que todos te permitan soñar, sino que eres tú mismo el que de verdad se da el permiso. Con los años, no he perdido esa capacidad (o tal vez sí, hay que cuestionárselo), pero está claro que ya no me doy permiso para hacerlo… ¿Por qué?
Intento convencerme de que las responsabilidades, la vida adulta, etc., no lo hace compatible, pero ese argumento ya no sirve. Ya no me lo creo. Me parece más acertado hablar de MIEDO. Miedo a no cumplir las propias expectativas, miedo al compromiso no adquirido de perseguir sueños imposibles. ¿Imposibles? Claro, porqué no. Miedo a descubrir que no puedo conseguir aquéllo con lo que sueño. Y como ese pensamiento duele demasiado, decido renunicar no solo al sueño que tenía, sino incluso a soñar.
De pronto descubro que las metas que he ido marcando no las he elegido conscientemente. Sencillamente voy cumpliendo etapas y dejándome llevar por lo que sucede, procurando no preguntarme si es eso lo que realmente quería. ¿Estoy seguro de que esta era la meta? Sí, es cierto, algunas veces sí. Pero luego me asalta otra pregunta, más alarmante: ¿estoy seguro de que era así como quería alcanzar dicha meta? La respuesta es rotundamente NO.
Perder el rumbo se me antoja ahora como demasiado sencillo. Vamos interpretando señales y condicionamientos sociales de forma que estos adquieren una importancia superlativa. Ya está. Volvimos a caer en el mismo error. Está claro que un coche, una casa, un puesto de trabajo, un sueldo…, no nos darán las respuestas. Son los medios a través de los cuales podemos conseguir los fines. Durante demasiado tiempo los hemos confundido.
Es hora de volver a soñar. De recuparar aquel espíritu cándido con el que sentíamos que todo es posible. Y sí, aún habrá que luchar mucho para conseguir determinados medios, pero no nos conformemos y nos engañemos convirtiéndolos en fines. Acepta la responsabilidad de quién eres, descubre lo que realmente quieres, y persíguelo.
No importa el resultado, no importa la meta, porque cuando llegas a comprender, a darte la oportunidad para disfrutar del camino, entonces ocurre algo mágico, descubres nuevamente algo que siempre ha estado dentro de ti, tu capacidad de disfrutar del proceso, y de pronto cada instante del mismo es significativo, es trascendental. Las metas se alcanzan, tarde o temprano, o no. Pero la diferencia la marca, sin duda, la actitud con la que vivo mi proceso, mi camino, mi vida.
Aceptar sin temor la posibilidad de no alcanzar la meta, de no conseguir el objetivo, no es fácil. Pero, ¿qué he aprendido en el camino? ¿Quién se ha cruzado conmigo? ¿Cómo era? ¿He podido conectar? Estas son las preguntas que pueden dar sentido al camino más allá de la propia propuesta. Si no presto atención, no solo puede que pierda el rumbo, sino que, además, no me daré la oportunidad de conocer y conectar con todos aquellos que, paralelamente, se cruzan conmigo y que caminan a mi lado.
¿Quieres ser grande? Acepta quién eres, ama lo que eres, date permiso para soñar y para perseguir tus sueños. Y recorre ese camino con los ojos abiertos, prestando atención a todo lo que sucede, sin exigencias, y, al final de tu camino, con los años, podrás comprobar lo mucho que has conseguido.
Tony Corredera
Director de Crecimiento Positivo
Learn MoreComenzando a Crecer
¡Bienvenidos al blog de Apsu y Tiamat! Hoy comienza una andadura en la que me gustaría compartir con vosotros ciertas reflexiones acerca de diversos aspectos de la realidad humana. Para ello, me sirvo de dos personajes, Apsu y Tiamat, que reflejan distintos aspectos que existen en mi y que, por supuesto, están presentes en casi todos nosotros, pero cuya fuente común es, sin duda, la búsqueda del crecimiento interior.
Apsu es un creador de historias, un cuenta-cuentos, que se sirve del lenguaje metafórico, de las fábulas y de los relatos para intentar comprender la realidad, para intentar cautivar y hacer reflexionar, a quien quiera participar, sobre qué es el ser humano.
Tiamat es más pragmática, y se interesa por qué podemos hacer para aprovechar nuestro potencial y mejorar nuestras vidas, intentando que seamos un poco más conscientes cada vez; utiliza un lenguaje directo y sencillo, pero que también invita a la reflexión.
Apsu y Tiamat intentarán, en este viaje, abrir un espacio de reflexión conjunta en el que todos podamos opinar, desde el respeto, acerca de todos estos temas.
Os invito, por tanto, a que participéis del diálogo abierto, para, entre todos, conseguir que el crecimiento positivo, sea una realidad para todos, y no un privilegio en manos de los dioses.
Tony Corredera Larios.
Director de Crecimiento Positivo.
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